JUAN 11:25
“Yo soy la resurrección y la vida, el que
cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”
Entre los
incrédulos la doctrina de la resurrección es motivo de burla. ¿Cómo es posible
que un cuerpo muerto, descompuesto y comido por los gusanos pueda levantarse y
vivir? La naturaleza que muestra sabiduría, no porque ella sea sabia por sí
misma, sino porque refleja la sabiduría de Dios que la gobierna, explica
claramente que la doctrina de la resurrección
no es para desdeñarla sino para ser tomada en consideración.
“¿Cómo
resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?”, son preguntas que el
apóstol Pablo pone en boca de los corintios. Preguntas que asimismo nos hacemos
nosotros. El apóstol Pablo considera necios a quienes piensan que la
resurrección de los muertos es algo imposible. Visionando un campo de trigo
explica como es posible que sembrando granos de trigo a su debido tiempo
aparezca un espléndido trigal que ha multiplicado con creces la semilla
sembrada.
“Necio, lo que
tú siembras no se vivifica, si no muere antes. Y lo que siembras no es el
cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otro grano,
pero Dios le da el cuerpo como Él quiere, y a cada semilla su propio cuerpo” (1
Corintios 15: 36-38). Para que nuestros ojos puedan deleitarse contemplando un
trigal de espigas doradas a punto de su recolección, es preciso que previamente
cada grano sembrado se cubra de tierra, se pudra y del pudrimiento nazca el
brote que se convertirá en un tallo acompañado de espigas. Si la cosa es así en
el campo de las plantas, ¿por qué no pude suceder algo parecido en el campo del
cuerpo humano?
“Porque así
como en Adán todos muren, también en Cristo todos serán vivificados” (v.22). El
Cristo resucitado en el tercer día de su
fallecimiento es el poder de Dios que retorna a la vida a los murtos. Sin la
resurrección de Cristo no existe la resurrección de los muertos. Resucitan con
cuerpos espirituales, como el de Cristo resucitado, para no volver a morir
jamás. Una consideración a tener en cuenta: Existe resurrección de vida y
resurrección de muerte. Una existencia eterna para los primeros gozando de la
presencia de Dios, en un entorno en el que no habrá sufrimiento, ni nada que
empañe la felicidad plena. Para los segundos, la Biblia los sitúa en un
rechinar de dientes, de fuego que consume y no destruye, “sufriendo pena de
eterna perdición, excluidos de la presencia de Dios y de la gloria de su poder”
(2 Tesalonicenses 1.9).
Rechazar la
realidad que nos aguarda no la hace desaparecer. Negar el Holocausto nazi no
quita que existió. Los que vivimos nos encontramos en una bifurcación del
camino. El de la derecha nos conduce al reino de Dios, a la vida eterna. El de
la izquierda al Reino de Satanás, a la muerte eterna. Todavía no se ha sellado
el destino eterno. Todavía disponemos de tiempo para decidir entre la vida o la
muerte eterna. Tú decides.
MARCOS 10:17
“Al salir Él para seguir su camino vino
uno corriendo, e hincada la rodilla delante de Él, le preguntó: Maestro bueno,
¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?”
El joven rico
es una ilustración de la parábola del sembrador. Jesús le dice a este joven que
vino corriendo a Él, “e hincada la rodilla delante de Él, le preguntó: Maestro
bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?” Jesús le dice: Ninguno
hay bueno, sino sólo Dios”. Cuando Jesús le cita los mandamientos que conoce,
el joven que busca “heredar la vida eterna” dice: “Maestro, todo esto lo he
guardado desde mi juventud”. Ante tanta seguridad mostrada, Jesús se lo mira
con amor y le dice: “Anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y
tendrás tesoro en el cielo, y ven, sígueme tomando tu cruz”. Al escuchar las
exigencias de Jesús, el joven que decía manifestar interés en heredar la vida
eterna, reacciona así: ”Pero él afligido por estas palabras, se fue triste,
porque tenía muchas posesiones”. El texto nos dice que Jesús mirando a su
alrededor dijo a sus discípulos. “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de
los cielos los que tienen riquezas” (Marcos 10: 17-23).
Vayamos a la
parábola del sembrador que esparce la simiente que cae en distintos tipos de
suelo. Una parte de la simiente “cayó entre espinos, y los espinos que nacieron
juntamente con ella, la ahogaron”. Jesús explica el significado que tiene la
simiente que cayó entre espinos. “La que cayó entre espinos, éstos son los que
oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y placeres de la
vida, y no llevan fruto” (Lucas 8: 7,14).
El sembrador
siembra la Palabra de Dios a diestro y a siniestro. No hace acepción de
personas, pues todas ellas necesitan escuchar el Evangelio de la salvación.
Gracias a la siembra indiscriminada de la Palabra de Dios, personas de diversa
índole creen en ella y entran a formar parte de la membresía de una iglesia
local. Se bautizan, participan regularmente en los cultos. Los hermanos ven en
ellas personas que prometen. Al cabo de un cierto tiempo la espiritualidad de
estos conversos languidece. Poco a poco se van alejando de la iglesia hasta que
llega el día que desaparecen del todo. ¿Qué ha pasado? Sencillamente que no
eran verdaderos cristianos. Hubo una conversión, sí, a los valores éticos de la
Palabra de Dios, pero no a Cristo que hace del pecador una nueva criatura. Como
el joven rico cumplen los mandamientos, o a ellos les parece que lo hacen, pero
tomar la cruz y seguir a Jesús es pedir demasiado. “Muchos son llamados, mas
pocos escogidos” (Mateo 20: 16). En muchas ocasiones no se precisa que la
iglesia ejerza disciplina. Quienes no son del Señor se autoexcluyen de la fraternidad
cristiana para volver al mundo del que aparentemente se habían apartado.
http://octaviperenyacortina22.blogspot,com
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada