dilluns, 4 d’abril del 2016

1 PEDRO 3:7

“Y vosotros, maridos, igualmente vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como vaso más frágil, y como coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”
¿Por qué se dan tantos matrimonios que fracasan? El problema es de los dos cónyuges. Por un lado, la cabeza de la mujer que es el marido no cumple debidamente con lo que es. Por el otro, la mujer que debe sujetarse al marido porque así lo ha dispuesto Dios no desea someterse a su autoridad en nombre de la emancipación de la mujer. Ambos cónyuges son responsables de  su fracaso matrimonial porque ambos no desean someterse a la autoridad de Cristo. Marido y mujer han abandonado a Cristo y si desean que su matrimonio funcione ante todo deben restablecer la comunión con Dios por medio de Jesucristo que es del Mediador entre Dios y el hombre.
El apóstol Pedro se dirige a los maridos como cabeza que son de la mujer para darles consejo, que de tenerlo en cuenta, servirá para que su matrimonio funcione. No les aconseja que sean ásperos con ellas. No les dice que deben someter a las esposas a su autoridad con despotismo. No les dice que ellas no tienen alma con lo que las pueden humillar impunemente. No les dice nada de esto porque si les diese estos consejos servirían para estropear todavía más las relaciones conyugales.
Previamente Pedro se dirige a las mujeres exhortándolas a que se sujeten a sus esposos con un propósito bien concreto: “Para que también los que no creen a la palabra sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas” (v.1). La iglesia apostólica  procedía del paganismo y muchos matrimonios eran lo que hoy denominaríamos mixtos: Uno creyente y el otro no. Algo parecido a lo que se vive hoy. A pesar de que vivimos en una sociedad llamada cristiana, de hecho es pagana.  Hoy, Pedro, volvería a aconsejar a las mujeres cristiana de la misma manera como lo hizo con las de su tiempo: sujetaos a vuestros maridos para que vuestro ejemplo sirva para llevarlos a Cristo.
A  los maridos cristianos el apóstol les dice como deben comportarse   con sus mujeres paganas que adoran a otros dioses. No les dice que solivianten a sus esposas burlándose de sus dioses y diciéndoles de malas maneras que van a condenarse eternamente, abrasándose en las llamas infernales. Nada de esto. También les pide que sean ejemplo para ellas: “Dando honor a la mujer como vaso más frágil”. Deben tratarlas con ternura y delicadeza. Nada de despotismo machista. Un consejo muy importante para los maridos que consideran a sus esposas como seres inferiores desposeídas de alma. El apóstol desmiente esta teoría al decirles: “Como coherederas de la gracia de la vida”, es decir, al igual que vosotros habéis pasado de muerte a vida por la fe en Jesús, ellas también necesitan la salvación para que puedan ser vuestra ayuda idónea. “Dando honor a la mujer como vaso más frágil” para que las oraciones de los esposos cristianos “no tengan estorbo” y lleguen hasta el trono de la gracia y el velo que cubre los ojos de sus esposas que les impide ver que Jesús es el Salvador caiga y puedan creer en Él.

SALMO 66: 18,19

“Si en mi corazón hubiese yo mirado  a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado, mas ciertamente me escuchó Dios, atendió a la voz de mi súplica”
El salmista es sincero consigo mismo. No niega su condición de pecador. No puede evitar poner en momentos puntuales sus ojos donde no deberían estar. Si desde lo profundo de su corazón, si siendo consciente de lo que estaba haciendo se hubiese detenido a mirar a la iniquidad, aquello que el Señor detesta, no cabe duda de que el Señor no habría escuchado a su súplica.
Cuando creemos que el Señor no nos escucha. Cuando oramos a Él y recibimos silencio como respuesta, ha llegado el momento de hacer un examen de conciencia para descubrir si nuestro corazón alberga iniquidad. ¿Cómo se puede saber si nuestros corazones almacenan iniquidad? Pienso que deberíamos hacernos una pregunta: ¿Hay en él iniquidad? Debido a que somos ciegos por naturaleza, seremos incapaces de descubrir si la hay. El siguiente paso sería pedirle al Señor que examine nuestros corazones y descubra si hay iniquidad escondida en ellos. Esta pregunta exige que en el orante  haya humildad, que es la base de una correcta relación con Dios. Si en el corazón abunda el orgullo, el engreimiento, esta actitud nos impide poder oír lo que el Señor tenga que decirnos.  El Señor no desprecia el corazón contrito y humillado.
La humildad es el interruptor que permite conectarnos con Dios ya que facilita que el diálogo circule en dos direcciones: de Dios al hombre y del hombre a Dios.
El salmista se hace esta pregunta: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Él mismo la responde: “Con guardar  tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado, no dejes desviarme de tus mandamientos.  En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti. Bendito tú, oh Señor, enséñame tus estatutos. Con mis labios he contado todos los juicios de tu boca. Me he gozado en el camino de tus testimonios, más que de toda riqueza te he buscado. En tus mandamientos meditaré, consideraré tus caminos. Me regocijaré en tus estatutos, no me olvidaré de tus palabras” (Salmo 119:9-16). Haciéndolo así el orante permite que la Palabra de Dios se convierta en la plomada que indica si su vida espiritual crece en vertical o no. Si rectifica los errores que le señalan la Palabra edifica su vida en santidad con lo cual los oídos del Señor oyen las súplicas que le llegan a sus oíos y las atiende



Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada