SALMO 119: 136
“Ríos
de agua descendieron de mis ojos, porque no guardaron tu ley”
¿Por qué
el salmista puede decir que sus ojos se convirtieron en cataratas de lágrimas
porque no guardó la la ley del Señor? La razón es muy sencilla, el salmista
contempló la santidad de Dios y la contrastó con la negrura de su corazón.
El
profeta Isaías en una visión vio “al
Señor sentado sobre un trono alto y sublime” (6:1). Encima de Él serafines:
“y el uno al otro daba voces diciendo:
Santo, santo, santo, el Señor de los
ejércitos, toda la tierra está llena de su gloria” (v. 3). El templo se
llenó de la presencia del Señor y el profeta ante la gloriosa presencia de Dios
se llenó de temor: “¡Ay de mí! Que soy
muerto, porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo
que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, el Señor de los
ejércitos” (v.5).
El
profeta no se queda en el miedo a morir. Cuando el Señor empieza una obra de
salvación no la deja a medio hacer. Lo que comienza lo acaba: “Y voló hacia mí uno e los serafines,
teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas, y,
tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es
quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (vv. 6,7).
El texto
que se conoce como el llamamiento de Isaías pone de manifiesto que el proceso
del llamamiento de una persona al servicio de Dios se inicia en el Señor. Dios
llama a una persona y lo primero que debe ocurrir es que la tal persona
reconozca su pecado. Dios llama a su
servicio a hombres y mujeres que reconozcan que son pecadores. Que les abrume
su pecado y que la conciencia despertada a la realidad busque el perdón de Dios
que se encuentra en Jesús que cargó sobre su espalda su pecado clavándolo en la
cruz. Cuando esto sucede el creyente se da cuenta de que ha sido liberado de su
pecado por la sangre de Jesús que los limpia todos. En Jesús Dios lanza el
pecado del hombre al fondo del mar y ya no se acuerda más de él.
Todavía
no se ha completado el número de los redimidos. El Señor sigue teniendo muchas
ovejas extraviadas que deben ser llevadas al redil para que el Señor como Buen
Pastor proceda a pastorearlas. En un susurro al oído, el Señor dice al recién
llamado: “¿A quién enviaré?” (v.8).
El Señor
no recluta embajadores fuera del redil donde guarda a sus ovejas. A ellas les
dice: “¿A quién enviaré? Cada una de
ellas según el don recibido y el lugar
que se le tiene reservado en su viña, responde: “Envíame a mí”. Las ovejas no pueden permanecer ociosas en el
redil. La mies es mucha y los obreros pocos. Envíame a mí, dice uno. Envíame
a mí, dice otro. …Las rencillas, las disputas, las discusiones se terminan
porque estando cada una de las ovejas ocupadas en servir al Señor en el lugar
que ha sido preparado para ellas ,no tienen tiempo para mirarse las unas a la
otras para criticarse.
GALATAS: 4:4
“Pero
cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y
nacido bajo la ley”
El viaje de Jesús a la Tierra se proyectó en la eternidad
pasada al ser “destinado desde antes de
la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de
nosotros” (1 Pedro 1:20). ¿Quién puede calcular la anchura, largura y
altura del amor de Dios? Ante de “tal
manera amó Dios al mundo”, sólo nos toca enmudecer en señal de humildad y
reverencia ante amor tan inmenso e incomprensible. A partir del inicio de la
Historia y del anuncio que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la
serpiente, han transcurrido muchos siglos. El reloj de Dios no se avanza ni se atrasa.
Siempre señala la hora exacta. Bien, cuando llegó el instante determinado,”el cumplimiento del tiempo”, Jesús
nació en el pesebre de una casa campesina de Belén, para iniciar un peregrinaje
de treinta años por la tierra. Jesús, que fue el Nombre que se le puso al Hijo de Dios
encarnado, porque salvará al pueblo de Dios de sus pecados, no vino a la Tierra
para hacer un largo viaje turístico, sino para al llegar a la Pascua escogida
por Dios para morir por los pecados de su pueblo.
La Navidad, el recuerdo del nacimiento de Jesús, tal como
la celebran la mayoría de los cristianos es un recuerdo cojo porque le falta el
elemento esencial que motivó al Padre a enviar a su Hijo. De tal manera nos ha
amado Dios que envía a su Hijo a la Tierra para salvarnos de nuestros pecados.
¿Dónde se encuentra el aspecto redentor de Jesús en las celebraciones navideñas
populares y cristianas? Brilla por su ausencia. Abetos, Papa Noel, Santa Claus,
Reyes…, abundan. Las multitudes paganas y cristianas han sido atrapadas por el
frenesí de las compras compulsivas. Tanto es así que los comerciantes
consideran buena o mala la campaña navideña si los beneficios han superado o no
los del año anterior. En medio de tan frenético consumismo navideño el único
Jesús que encontramos es el folclórico que compite con Papa Noel.
Ya sabemos que el Jesús auténtico, el que nos presenta la
Biblia y que ha venido para salvar al pueblo de Dios de sus pecados no es
objeto de la atención popular. Lo más preocupante es que a los cristianos en
general les basta con cantar villancicos e himnos en los cultos navideños.
Pero, ¿dónde encontramos cristianos preocupados por seguir a Jesús y afligidos
por hacerlo tan mal? ¿Dónde se encuentran hombres y mujeres que clamen al Señor para que derrita el témpano
de hielo en que se han convertido sus corazones por vivir en una perenne noche
ártica?
Tú, Sol de justicia, dirige los rayos de luz cálida sobre
nuestros corazones convertidos en hielo para
derretirlo y se conviertan en corazones de carne sensibles a tu voz y
sedientos y hambrientos de Ti que eres Pan y Vino de Vida. Sólo entonces
nuestra existencia terrenal tendrá sentido
http://perenya22.blogspot.com
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