dilluns, 26 d’octubre del 2015

ISAÍAS 6:3

Los serafines, “el uno al otro daban voces, diciendo: Santo, santo, santo, Señor de los ejércitos, toda la tierra está llena de su gloria”
Las mujeres tienen un problema con el polvo. Han pasado el plumero sobre los muebles y quedan satisfechas porque han quedado limpios como una patena. La alegría les dura poco. Un indiscreto rayo de luz se filtra a través de un claro del cielo nublado que se posa sobre el mueble recién limpiado y  descubre que una multitud de partículas invisibles que pululan por el aire se depositan sobre el mueble. Descubren que la limpieza tiene mucho que desear.
El rayo solar y las partículas que flotan en el aire nos transportan a la visión de Dios que tuvo el profeta Isaías. Lo que vio fue unos serafines que refiriéndose a Dios se decían el uno al otro: “Santo, santo, santo, Señor de los ejércitos”. Ante la visión de la gloria de Dios, el profeta exclamó: “¡Ay de mí! Que soy muerto  porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de un pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Señor de los ejércitos” (v.5). Un rayo de la gloria de Dios  incidiendo en el corazón del profeta le hizo ver su auténtica condición espiritual personal y la del pueblo: ambos son inmundos. Hasta que un rayo de luz del Dios tres veces santo no se pose sobre un corazón, éste no se da cuenta de su inmundicia. Hasta este momento providencial, el hombre cree que su corazón es recto. La luz de Dios pone al descubierto la inmundicia del corazón. El ser humano se cree justo en tanto la luz divina no ilumine su corazón, de ahí que los hombres se crean buenos y que el hombre por naturaleza es bueno.  El corazón en el que ha impactado la luz de Dios automáticamente proclama: “Inmundo, inmundo”. En el momento que el profeta reconoce su inmundicia es cuando uno de los serafines asiendo unas tenazas coge un carbón encendido del  brasero y vuela hacia el profeta y tocando con él la boca del profeta, pronuncia: “He aquí esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (v.7). Si no hay sentimiento de culpa no puede producirse la limpieza de corazón. Las personas que se creen justas por el hecho de que han obtenido la pátina debido a que son “cristianos practicantes” siguen estando en tinieblas, incapaces de considerase inmundas porque a través de las espesas nubes que es la práctica religiosa no les ha llegado el rayo de la luz del Dios tres veces santo que ilumina el corazón redarguyendo de pecado el corazón alumbrado.
Si a través del claro que se produce en el cielo amenazador se filtra un rayo luminoso de la gloria de Dios que toca el corazón, solamente entonces se cae de rodillas y se exclama: “Señor, ten piedad de mí que soy pecador”. Sólo en este momento el pecador se da cuenta de que lo es y acude al Señor para que su sangre derramada en el Calvario lo limpie de todos sus pecados. El corazón inmundo queda limpio como una patena. Ahora, el rayo  de luz de la gloria de Dios no descubre  ni una molécula de inmundicia. El Señor lo ha hecho santo.

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MIQUEAS 3:4

“Entonces clamarás al Señor, y no os responderá, antes esconderá de vosotros su rostro en aquel tiempo, por cuanto hicisteis malvadas obras”
Con cierta frecuencia se oye decir del silencio de Dios ante la grave crisis social mundial que amenaza con destruirnos. La invasión de miles de miles de fugitivos que huyen de Siria y de otros países afectados por guerras, amenaza colapsar Europa a la vez que pone en evidencia la ineptitud de los gobiernos de los países que constituyen la Unión Europea, debido a su egoísmo. ¿Por qué no habla Dios e interviene para solucionar este asunto que amenaza  con colapsar lo que se viene a llamar estado del bienestar?
El texto que comentamos responde la pregunta. En este tiempo de crisis global Dios habla con su silencio. El silencio de Dios es la expresión de su enojo contra los hombres. Con su aparente silencio Dios nos está diciendo: No queréis que yo os gobierne. No deseáis que mis leyes sean las leyes que orienten vuestros países. Creéis que sois más sabios que yo, así os van las cosas: de mal a peor. Quienes gobiernan vuestros países son ciegos que gobiernan pueblos de ciegos, ambos caen en el hoyo profundo y se rompen los huesos.
Haremos bien en escuchar lo que Dios tiene que decirnos respecto a la situación por la que atravesamos: “¡Ay de la ciudad rebelde y contaminada y opresora! No escuchó la voz, ni recibió corrección, no confió en el Señor, no se acercó a su Dios. Sus príncipes en medio de ella son leones rugientes; sus jueces, lobos nocturnos que no dejan hueso para la mañana. Sus profetas son livianos, hombres prevaricadores, sus sacerdotes contaminaron el santuario, falsearon la ley. El Señor en medio de ellos es justo, no hará iniquidad, de mañana sacará a luz su juicio, nunca faltará, pero el perverso no conoce la vergüenza” (Sofonías 3:1-3). La descripción que el profeta Sofonías hace de la ciudad rebelde, ¿no se ajusta a lo que sucede en nuestras ciudades, hoy? No hay trigo limpio en ellas. La política por haberse alejado de Dios está corrompida. La religión cristiana que debería ser el faro que las guiase hacia buen puerto, esparce tinieblas en vez de luz por haber abandonado la Verdad que es la Biblia, la palabra de Dios. Por ello el péndulo se ha estropeado y no señala la inclinación que si  no se corrige conduce a la destrucción. Los graves problemas socales que nos afectan no se solucionan porque al faltar la luz de Dios no se sabe como resolverlos. En medio del caos imperante, un mensaje de esperanza: “Y dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, el cual confiará en el Nombre del Señor. El remanente de Israel no hará injusticia, ni dirá mentira, ni en la boca de ellos se encontrará lengua engañosa, porque ellos serán apacentados, y dormirán, y no habrá quien los atemorice” (vv. 12,13). Los pobres y humildes de quien habla Sofonías son la evidencia de que Dios habla y responde al clamor de su pueblo afligido que clama a Dios que los proteja.


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