BUSCANDO LA FELICIDAD
<b>La felicidad es una meta que a medida que te acercas a
ella de la misma manera se aleja</b>
“La moda es aquello que nos hace comprar ropa cuando el armario ya
está lleno” <b>Custo Dalmau</b>). Esta sentencia hace diana por lo
que hace al problema el consumismo salvaje
al que si no se le pone fin nos conduce a la destrucción de la Tierra.
Aquello que <b>Custo Dalmau</b> atribuye a la moda es legítimo
aplicarlo a la publicidad: La publicidad nos hace comprar alimentos cuando la
nevera está llena. No podemos rehuir el consumo porque forma parte de la
condición humana. Necesitamos comer, vestir, calentarnos, educación, sanidad…Tenemos unas necesidades
básicas para ser minimamente felices. El problema se presenta cuando la
publicidad nos incita a consumir por consumir, cuando despierta necesidades
compulsivas de cosas que no necesitamos, haciéndonos creer que sin ellas no
podemos vivir. La publicidad, si no se le pone freno, despierta en nosotros al
narciso que todos mantenemos escondido en el fondo de nuestra alma. En vez de
comprarnos un reloj de 50€ que funciona perfectamente y que satisface la
necesidad de saber la hora, nos compramos uno que cuesta 1000 i que podemos
pagar en cómodas mensualidades de 10€.
Reloj que sirve para deslumbrar a amigos y familiares de un poder adquisitivo
que no se posee pero que sirve para contentar el ego ansioso de recibir
aplausos.
Con mucho acierto el sociólogo de origen polaco <b>Zygmunt
Buman</b> le dice a la periodista Nuria Escur: “Oh! Resulta muy difícil encontrar una persona
feliz entre los ricos…El rico – la tenencia obsesiva del cual es enriquecerse
más - acostumbra a adentrarse en una
espiral de infelicidad enorme. La gran perversión del sistema de los ricos es
que terminan siendo esclavos. Nada los llena, se colapsan, una gran
catástrofe”. Es algo parecido a la fabula del asno y la zanahoria, Un payés que
no podía conseguir que su asno caminase ni con blasfemias ni garrotazos se le
ocurrió atar una zanahoria en el extremo de su bastón para ponerla ante los
ojos del animal. Éste, al ver ante sus narices cosa tan suculenta se puso a
andar con el propósito de zamparse la zanahoria. A cada paso que daba la
zanahoria se alejaba. Desconociendo que era un señuelo, el animal se puso a
trotar. Ni así pudo atrapar la zanahoria deseada. El amo del asno consiguió que
el animal indócil anduviese, pero el esfuerzo no le permitió zamparse la
codiciada zanahoria. Desearse feliz mediante bienes materiales desencanta
porque cuantas mas cosas se poseen más se aleja la felicidad.
El consumismo salvaje e insostenible nace porque en el ser humano
existe un deseo de felicidad que los bienes materiales son incapaces de
satisfacer. El deseo de felicidad temporalmente se consiguee con la adquisición
de nuevos objetos y productos culturales. Esta satisfacción, que no felicidad,
obtenida por esta vía es de corta durada. Una vez obtenido el objeto deseado,
sea material o inmaterial, nace la necesidad de conseguir otro. Es una cadencia
sin fin. Buscar la felicidad por el materialismo es otra manera de adicción. La excitación de
la llamada <i>glándula de la felicidad</i> es momentánea. Se debe
seguir excitándola con nuevas dosis de materialismo para obtener el mismo grado
de placer. Esto hace que se sienta la necesidad de comprar ropa cuando el
armario ya está lleno o alimentos cuando la nevera está repleta. La felicidad
se aleja de la misma manera como la zanahoria se desplaza al andar el asno. El
resultado es un vacío del alma que no se llena. <b>Alice Cooper</b>,
el famoso rockero que se convirtió a Cristo dijo de cuando estaba alejado de
Dios:”Cada coche, cada mansión, todo lo que consigues, no te das cuenta de que
esto no es la respuesta. Al final te das cuenta de que es nada. El materialismo
no significa nada. Muchas personas afirman que hay una gran vacío de Dios en
sus corazones. Cuando lo llenas estás realmente satisfecho. Aquí es donde ahora
me encuentro”.
“La sociedad de consumo”, nos dice <b>Zygmunt
Barman</b> “es un montaje que consiste en coger todo lo que hay a tu
alrededor para llenarte. El manifiesto <i>generativi</i> propone
todo lo contrario: todo lo que puedas aportar a la sociedad será la única cosa
que nos puede llevar a salvarnos”.
La aportación a la sociedad puede hacerse desde una perspectiva
estrictamente humanista que no termina de proporcionar la plena satisfacción
que se espera de ella porque es una contribución a una causa de corto alance.
Su valor gratificante termina con el sepulcro. El rey Salomón, revisando lo que
había hecho durante su vida llega a esta conclusión. “Miré yo luego todas las
cosas que habían hecho mis manos, y el trabajó que tomé para hacerlas, y he
aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 2:11).
Si la aportación que se hace a la sociedad es el resultado de la conversión
a Cristo se obtiene una gratificación eterna porque los creyentes en Cristo han
sido “creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10). Estas obras no son
fruto de la bondad humana sino de Dios. Estas buenas obras que son divinas y
humanas a la vez, tienen una peculiaridad: “Oí una voz que desde el cielo me
decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en
el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque su obras
con ellos siguen” (Apocalipsis 14:13). Las obras que el Dios eterno preparó por
anticipado para que las hiciesen sus hijos son de duración eterna. Siguen
teniendo valor más allá de la tumba. Saberlo da sentido al trabajo social que
hacen los verdaderos cristianos. La satisfacción obtenida no permanece en el
olvido ya que las acompañan en el reino de Dios celestial.
Octavi Pereña i cortina
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