dilluns, 19 d’octubre del 2015


2 SAMUEL 12: 13,14


“Entonces dijo David a Natán: Pequé contra el Señor. Y Natán  dijo a David: También el Señor ha redimido tu pecado: no morirás. Mas por cuanto por este asunto hiciste blasfemar a los enemigos del Señor, el hijo que ha nacido ciertamente morirá”

Me refiero a un verdadero creyente en Cristo, a alguien que ha sido regenerado por el Espíritu Santo y cuyos pecados han sido lavados por la sangre de Jesús. A un cristiano de esta clase le pregunto: ¿Puedes perder la salvación? NO ¿Puede cometer adulterio? SI. Si no puede perder la salvación, ¿Debe vivir en pecado? NO.

David fue un verdadero cristiano porque creía firmemente en el Mesías que tenía que venir. No era un cristiano cualquiera. Fue un hombre ungido por Dios para que de su descendencia surgiese quien tenía que ser el Rey de Israel. Fue  un hombre privilegiado, aún así, cometió adulterio con Betsabé, la esposa de Hurías, oficial de su ejército.

Desde el momento en que David cometió el pecado de adulterio hasta que el profeta Natán denunció al infractor de la Ley de Dios, pasó un cierto tiempo. Durante este período David vivió, tal como dice en el salmo 32 en amargura espiritual: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano, se volvió mi verdor en sequedades de verano” (vv.3,4). Aunque la sangre de Cristo limpia todos los pecados del creyente, el pecado no deja de pasar factura a quien infringe la Ley de Dios. Los versículos citados del salmo 32 lo confirman. La existencia de David durante los días que no había solicitado el perdón de Dios debieron ser muy parecidos a una experiencia infernal. “¡Vuélveme el gozo de tu salvación”! (Salmo 51:12). Después de haber reconocido su pecado y de haberlo confesado al Señor que es el único que tiene poder de perdonar los pecados, su ánimo cambió de aspecto: “Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido” (v.8).

Por su confesión a Dios su pecado, David fue perdonado y pudo volver a presentarse delante de Dios, pero…, el pecado siempre tiene sus consecuencias temporales: “Mas por cuanto por este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Dios el hijo que ha nacido ciertamente morirá

Hoy, el adulterio ya no tiene la importancia que se le daba hace unos años. Hoy, las personas cometen adulterio  con la misma facilidad con que uno se cambia de camisa. Las personas lo encuentran normal, excepto cuando el adultero es un cristiano, entonces, todo son críticas. Aquí ya no se admite el pecado  siendo motivo de  blasfemia contra Dios. El Señor nos advierte que esta situación jamás debe provocarla el cristiano  cuando de manera general nos dice: “¡Ay el mundo por los tropiezos! Porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!” (Mateo 18:7).

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APOCALIPSIS 3:18


“Por tanto yo te aconsejo que de mí compres oro refinado con fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez, y unge tus ojos con colirio, para que veas”

En este texto el Señor por medio de su siervo Juan nos hace llegar tres consejos muy valiosos. Cuando el Señor quiere aconsejar, habla y, cuando habla espera ser oído y creído.

El primer consejo que nos da: “Que de mí compres oro refinado en fuego para que seas rico” El Señor es el tesoro que encontró el payés cuando labraba un campo y  vendió todo lo que tenía para poder comprar aquella parcela en  cuyas entrañas se encontraba tan preciada riqueza. El Señor también es la perla única de gran belleza y valor que al verla el mercader vendió todas las que tenía con el fin de adquirir única de valor incalculable. Los hombres que persiguen las riquezas perecederas son pobres y desgraciados. Con abundante dinero pueden comprar muchas bagatelas preciosas pero, al llegar el día de la muerte y tener que presentarse ante el Juez justo para dar cuenta de las obras realizadas, todo lo adquirido: ¿de quién será? “Haceos tesoros en los cielos”, nos dice Jesús, “donde la polilla ni el orín corrompen”  y donde “la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones ni minan ni hurtan”. (Mateo 6:20). La verdadera riqueza es tener a Jesús en el corazón por el Espíritu Santo y seguirle de cerca obedientemente.

El segundo consejo que el Señor nos transmite por medio de la pluma de Juan es: compra vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez”. Este consejo nos recuerda la actitud de Adán y Eva que después de pecar y verse desnudos y sus vergüenzas expuestas a la luz del sol decidieron coser hojas de higuera para hacerse delantales con que taparlas. El plan fracasó y la vergüenza del pecado siguió haciendo su trabajo. No podían soportar la presencia el Señor por lo que decidieron esconderse entre los árboles del huerto. El señor cubrió su desnudez con las pieles de unos animales, posiblemente corderos, que simbolizan el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Apocalipsis nos presenta una gran multitud que estaba en presencia del Cordero “vestidos de ropas blancas…y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (7:9-14).

El tercer conejo que nos da el Señor es: “Unge los ojos con colirio, para que veas”. “Pero si tu ojo es maligno, todo el cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que hay en ti es tinieblas, ¿Cuántas no serán las mismas tinieblas? (Mateo 6:23). Por nacimiento natural todos nacemos con los ojos malignos, estamos en tinieblas. No sabemos distinguir el bien del mal y por norma nos inclinamos al mal. Debido a nuestra ceguera continuamente nos damos cabezazos. Jesús es el Oftalmólogo que da vista a los ciegos  y proporciona el colirio que permite que andemos en la luz porque “es la luz el mundo y el que le sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).

 

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