ISAÍAS 6:3
Los serafines, “el uno al otro daban voces, diciendo:
Santo, santo, santo, Señor de los ejércitos, toda la tierra está llena de su
gloria”
Las mujeres tienen un problema con el polvo. Han
pasado el plumero sobre los muebles y quedan satisfechas porque han quedado
limpios como una patena. La alegría les dura poco. Un indiscreto rayo de luz se
filtra a través de un claro del cielo nublado que se posa sobre el mueble
recién limpiado y descubre que una
multitud de partículas invisibles que pululan por el aire se depositan sobre el
mueble. Descubren que la limpieza tiene mucho que desear.
El rayo solar y las partículas que flotan en el
aire nos transportan a la visión de Dios que tuvo el profeta Isaías. Lo que vio
fue unos serafines que refiriéndose a Dios se decían el uno al otro: “Santo, santo, santo, Señor de los
ejércitos”. Ante la visión de la gloria de Dios, el profeta exclamó: “¡Ay de mí! Que soy muerto porque siendo hombre inmundo de labios, y
habitando en medio de un pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos
al Rey, Señor de los ejércitos” (v.5). Un rayo de la gloria de Dios incidiendo en el corazón del profeta le hizo
ver su auténtica condición espiritual personal y la del pueblo: ambos son
inmundos. Hasta que un rayo de luz del Dios tres veces santo no se pose sobre
un corazón, éste no se da cuenta de su inmundicia. Hasta este momento
providencial, el hombre cree que su corazón es recto. La luz de Dios pone al
descubierto la inmundicia del corazón. El ser humano se cree justo en tanto la
luz divina no ilumine su corazón, de ahí que los hombres se crean buenos y que
el hombre por naturaleza es bueno. El
corazón en el que ha impactado la luz de Dios automáticamente proclama:
“Inmundo, inmundo”. En el momento que el profeta reconoce su inmundicia es
cuando uno de los serafines asiendo unas tenazas coge un carbón encendido
del brasero y vuela hacia el profeta y
tocando con él la boca del profeta, pronuncia: “He aquí esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu
pecado” (v.7). Si no hay sentimiento de culpa no puede producirse la
limpieza de corazón. Las personas que se creen justas por el hecho de que han
obtenido la pátina debido a que son “cristianos practicantes” siguen estando en
tinieblas, incapaces de considerase inmundas porque a través de las espesas
nubes que es la práctica religiosa no les ha llegado el rayo de la luz del Dios
tres veces santo que ilumina el corazón redarguyendo de pecado el corazón
alumbrado.
Si a través del claro que se produce en el cielo
amenazador se filtra un rayo luminoso de la gloria de Dios que toca el corazón,
solamente entonces se cae de rodillas y se exclama: “Señor, ten piedad de mí que soy pecador”. Sólo en este momento el
pecador se da cuenta de que lo es y acude al Señor para que su sangre derramada
en el Calvario lo limpie de todos sus pecados. El corazón inmundo queda limpio
como una patena. Ahora, el rayo de luz
de la gloria de Dios no descubre ni una molécula
de inmundicia. El Señor lo ha hecho santo.
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MIQUEAS 3:4
“Entonces clamarás al Señor, y no
os responderá, antes esconderá de vosotros su rostro en aquel tiempo, por
cuanto hicisteis malvadas obras”
Con cierta frecuencia se oye decir del silencio de Dios
ante la grave crisis social mundial que amenaza con destruirnos. La invasión de
miles de miles de fugitivos que huyen de Siria y de otros países afectados por
guerras, amenaza colapsar Europa a la vez que pone en evidencia la ineptitud de
los gobiernos de los países que constituyen la Unión Europea, debido a su
egoísmo. ¿Por qué no habla Dios e interviene para solucionar este asunto que
amenaza con colapsar lo que se viene a
llamar estado del bienestar?
El texto que comentamos responde la pregunta. En este
tiempo de crisis global Dios habla con su silencio. El silencio de Dios es la
expresión de su enojo contra los hombres. Con su aparente silencio Dios nos
está diciendo: No queréis que yo os gobierne. No deseáis que mis leyes sean las
leyes que orienten vuestros países. Creéis que sois más sabios que yo, así os
van las cosas: de mal a peor. Quienes gobiernan vuestros países son ciegos que
gobiernan pueblos de ciegos, ambos caen en el hoyo profundo y se rompen los
huesos.
Haremos bien en escuchar lo que Dios tiene que decirnos
respecto a la situación por la que atravesamos: “¡Ay de la ciudad rebelde y contaminada y opresora! No escuchó la voz,
ni recibió corrección, no confió en el Señor, no se acercó a su Dios. Sus
príncipes en medio de ella son leones rugientes; sus jueces, lobos nocturnos
que no dejan hueso para la mañana. Sus profetas son livianos, hombres
prevaricadores, sus sacerdotes contaminaron el santuario, falsearon la ley. El
Señor en medio de ellos es justo, no hará iniquidad, de mañana sacará a luz su
juicio, nunca faltará, pero el perverso no conoce la vergüenza” (Sofonías
3:1-3). La descripción que el profeta Sofonías hace de la ciudad rebelde, ¿no se ajusta a lo que sucede en nuestras ciudades,
hoy? No hay trigo limpio en ellas. La política por haberse alejado de Dios está
corrompida. La religión cristiana que debería ser el faro que las guiase hacia
buen puerto, esparce tinieblas en vez de luz por haber abandonado la Verdad que
es la Biblia, la palabra de Dios. Por ello el péndulo se ha estropeado y no
señala la inclinación que si no se
corrige conduce a la destrucción. Los graves problemas socales que nos afectan
no se solucionan porque al faltar la luz de Dios no se sabe como resolverlos.
En medio del caos imperante, un mensaje de esperanza: “Y dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, el cual confiará en
el Nombre del Señor. El remanente de Israel no hará injusticia, ni dirá
mentira, ni en la boca de ellos se encontrará lengua engañosa, porque ellos
serán apacentados, y dormirán, y no habrá quien los atemorice” (vv. 12,13).
Los pobres y humildes de quien habla Sofonías son la evidencia de que Dios
habla y responde al clamor de su pueblo afligido que clama a Dios que los
proteja.