dilluns, 11 d’agost del 2014


SALMO 103:3


“Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias”

El salmista como todos los autores inspirados por el Espíritu Santo y cuyas obras constan en el Canon de las Sagradas Escrituras son unánimes en asegurar que la salvación de todos los hombre, sin excepción alguna, es una obra exclusiva de Dios realizada por su Hijo Jesucristo derramando su sangre en la cruz del Gólgota.

Las Escrituras, asimismo se encargan de recordarnos que no debemos añadir ni quitar nada del texto sagrado ya que hacerlo acarrea castigo. “Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis, y viváis…No añadiréis a la palabra que yo os he mandado, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos del Señor vuestro Dios que yo os ordeno”  (Deuteronomio 4:12). “Cuidarás de hacer todo lo que te mando, no añadirás a ello, ni de ello quitarás” (Deuteronomio 12:32).

Cuando Jesús finalizaba el llamado Sermón de la Montaña, refiriéndose a sus palabras dice: “Cualquiera, pues, que oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mateo 7:24). Quien así no lo hace Jesús lo compara “a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena” (v.26), con el resultado que la inundación derribó su casa. Con ello, Jesús nos insta a escuchar y obedecer su palabra que se encuentra en toda la Escritura pues toda ella es palabra de Dios (2 Timoteo 3:16).

Por estas fechas, mediados de agosto, la Iglesia católica nos recuerda la declaración que el Concilio Vaticano II hizo de María ascendida a los cielos en cuerpo y alma: “No se ha desentendido de su dedicación salvadora, sino que ella con su intercesión múltiple sigue procurándonos los dones de la salvación eterna” . Al arzobispo de Barcelona Lluís Martínez Sistach, añade: “La mediación de María, virgen y madre de Jesús, sigue en la historia de la Iglesia y del mundo. María ascendida, con su amor materno, cuida de los hermanos de su Hijo que siguen peregrinando y se encuentran en peligros y angustias hasta que sean conducidos a la patria bendita”.

El supuesto ministerio de María como colaboradora en la salvación efectuada por su Hijo no encuentra apoyo en ningún lugar de las Escrituras canónicas. Es un añadido al texto sagrado que indirectamente merece la condena que hace el apóstol Juan  al finalizar Apocalipsis: “Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: si alguno añade a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro” (22:18).


2 CORINTIOS 5:7


“Porque por fe andamos, no por vista”


La muerte, el destino que nadie puede eludir por cuanto todos hemos pecado. Todos debemos morir, aterra. No debe ser así para el creyente en Cristo. El apóstol Pablo en 2 Corintios 5:1-10 trata de dicho tema para alentar a quienes tienen “las arras del Espíritu”.

De todos es bien conocido que el cuerpo se va desmoronando con el paso de los años, nuestra morada terrestre se va deshaciendo, El Espíritu da certeza de que a pesar que el cuerpo se destruye “tenemos en Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos”. El destino final es la resurrección. El creyente en Cristo en tanto viva en la tierra es una existencia no exenta de dificultades: “Gemimos deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial, pues así seremos hallados vestidos, no desnudos”

Dice el apóstol que los creyentes en Cristo cuando están aquí en la tierra con el cuerpo mortal que se destruye” gemimos con angustia, porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida”. La fe que el creyente ha recibido de Dios le hace contemplar el destino final glorioso que le aguarda. Gime al contemplar el deterioro que experimenta su cuerpo, pero estimulado por la certidumbre de que “lo mortal es absorbido por la vida”. El cuerpo físico mortal no es idóneo para entrar en el reino de los cielos: lo que es corruptible debe revestirse de incorruptibilidad.

En tanto el creyente se encuentra aquí en la tierra habita en la antesala del reino de los cielos esperando que se abra la puerta que le introduce en el Reino de Dios eterno. En esta situación de espera de lo mejor no hay lugar para la angustia: “Así que vimos confiados siempre” aunque “estamos ausentes del Señor”, “porque por fe andamos, no por vista”.

Algunos dicen que la seguridad de la salvación. La certeza de que nada ni nadie le puede arrebatar la salvación que Jesús realizó a su favor al precio de su sangre, da lugar a la apatía. Nada de eso. El deseo de abandonar el cuerpo mortal para que en su día se convierta en un cuerpo espiritual va acompañado del deseo de “serle agradables…Porque es necesario que todos nosotros compareceremos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o malo”. El tiempo que dure la permanencia en la antesala del Reino de Dios no da lugar a la pereza sino a la actividad agradable al Señor movida por el amor a Él.


 

 

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