SOLEDAD DEL ALMA
“Aunque mi padre y mi madre me dejasen, con
todo el Señor me recogerá” (Salmo 27: 10)
“Nunca
en la historia de la humanidad, la soledad no escogida había sido un problema
social grave. Pero está claro, nunca la sociedad había sido tan individualista,
egocéntrica, egoísta y digitalizada como lo es ahora. Cada vez el hombre pasa
más horas ante una pantalla y menos minutos cultivando relaciones afectivas con
la familia o los amigos. Cada vez más la persona está centrada en alcanzar metas y objetivos y menos en
profundizar sus vínculos con los otros. Cada vez el ser humano tiene más llena
la agenda y más vacío el corazón. Cada vez está más centrado en lo que tiene
que en quien tiene a su alrededor. Y esto pasa factura” (Silvia Caballol,
socióloga).
La
sicóloga expone una cara del problema de la soledad. Una mujer identificada
como Yolanda descubre la otra: “Estoy
muy sana pero a veces me viene una especie de gran desasosiego, sobre todo
cuando pregunto por la vida, su sentido, su
misterio. De súbito me viene esta consciencia especial y siento mucha
soledad, un aislamiento que nada tiene que ver con la soledad ordinaria, aunque
esté con mi marido y mis hijos”. Tal vez Yolanda sin ser consciente de ello nos
lleva a la soledad existencial.
Una
persona anónima escribe: “No es que me sienta sola, porque tengo amigos. Muchos
amigos. Sé que hay personas que se preocupan por mí, que me animan, que me
hablan y se preocupan por mí, pero ellas no pueden estar conmigo siempre”.
Ernest
Hemingway ha dejado escrito para la posteridad: “Todos tendrían que tener a
alguien con quien poder hablar con franqueza. Por más valor que uno tenga, uno
se siente cada vez más solo”. La camaradería humana no puede resolver el
problema de la soledad del alma. Ello no quiere decir que no se tenga que
cultivar la amistad de un buen amigo que pueda estar a nuestro lado en momentos
de aflicción. El consuelo humano es muy terapéutico. Puede suavizar la soledad
del alma, pero no extirparla. Pero al amigo íntimo no siempre se le tiene al
lado. ¿Es que estamos condenados a tener que pasar largas y horrible horas de
soledad insoportable? En absoluto. El
apóstol Pablo aporta solución a este problema tan común: “¿No sabéis que
sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios
3: 16). Los fieles católicos que deseen orar a Jesús tienen que dirigirse a una
iglesia que tenga abierta la puerta, arrodillarse ante el Sagrario donde se
guardan las hostias consagradas, que sin perder su substancia, se supone que
son el cuerpo de Jesús. Según el apóstol Pablo el auténtico sagrario lo es el
cuerpo del verdadero creyente en Cristo donde por la fe en Él, por el Espíritu
Santo mora en él. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, el
cual clama: ¡Abba Padre!” (Gálatas 4: 6).
Para orar no es necesario salir de casa: “Mas tú cuando ores, entra en
tu habitación, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu
Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6: 6). Más fácil
no nos lo puede poner Dios. Sólo falta la voluntad de hacerlo.
Para
encontrar a Dios es necesario que se le necesite. Si no se da una necesidad
apremiante de encontrarse con el Padre uno no se encerrará en la habitación
alejado del mundanal ruido para, en el Nombre de Jesús dirigirse al Padre
celestial. Poéticamente, así lo describe el salmista: “Como el ciervo brama por
las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma
tiene sed de Dios, el Dios vivo” (Salmo 42: 1, 2). Si el lector no siente la
necesidad imperiosa de buscar a Dios como el ciervo sediento anhela el agua, lo más probable es que de manera autómata
influenciado por la religión imperante lo haga con la mediación de ídolos de
fabricación humana que tienen ojos que no ven, oídos que no oyen, boca que no
habla, pies que no andan. Como son inertes se les tiene que transportar.
Quienes utilizan los ídolos como medios de dirigirse a Dios, andan por el
camino ancho que conduce a la perdición. Lector, si estás confuso pídele al
Padre que te haga ver que Jesús es el único camino que te lleva a Él. Jesús es
el agua viva que sacia plenamente la sed del alma. Ya no tendrás necesidad de
imágenes talladas de cristos, vírgenes, santos
que forman parte del camino ancho que conduce a la perdición eterna.
Lector,
si invocas a Jesús que es el Enviado del Padre para tu salvación descubrirás
que Dios hace vivir en familia a los desamparados (Salmo 68: 6). Es una manera
poética de decir que la soledad existencial ha llegado a su fin. Tendrás, sí,
que seguir pidiendo la ayuda del Señor para que tu alma no regrese a los
inhóspitos secadales de los que te sacó cuando creíste en Él. “Aunque tu padre
y tu madre te dejasen, con todo el Señor te recogerá” (Salmo 27: 10).
Octavi Pereña Cortina
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