SÍNDROME DEL IMPOSTOR
Algunos políticos y jueces son ejemplos
públicos del “síndrome del impostor
“¿Te
has considerado alguna vez como si fueses un fracasado? No eres único. A
finales de 1970 los investigadores identificaron el “síndrome del impostor”,
“como la condición de dudar de la propia persona, talento, habilidades,
considerándose a sí mismos como una estafa. Incluso gente exitosa y brillante
lucha contra su insignificancia, preocupados de que alguien los espíe
escondidos detrás de una cortina vean lo que ellos no ven” (Elisa Morgan).
Para
combatir el “síndrome del impostor el apóstol Pablo nos aconseja a que seamos
humildes: “Digo, pues, por la gracia que nos es dada, a cada cual que está ente
vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que
piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada
uno” (Romanos 12:3). El apóstol apremia a los cristianos a que sean humildes.
Jesús se muestra como modelo de humildad cuando dice: “Llevad mi yugo sobre
vosotros, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis
descanso para vuestra almas” (Mateo 11: 29). La humildad de Jesús no le
convirtió en un fracasado. Después de más de 2000 años sigue siendo una figura
universal indiscutible. Sin la humildad que es un don divino, nadie puede
entender el verdadero sentido de la vida. Ser humilde no significa ser un
fracasado como algunos dicen. La humildad lleva a tener “el temor de Dios que
es el principio de la sabiduría” (Salmo
111: 10). Se pueden tener muchos conocimientos siendo un zoquete y, no tenerlos, y ser sabio. El temor de Dios
es imprescindible para combatir “el síndrome del impostor” que impulsa a que
uno tenga “el conocimiento que envanece…Y si alguien se imagina que sabe algo,
aún no sabe nada como debe saberlo” (1 Corintios 8: 1, 2).
Adentrándonos
en el misterio de la divinidad por la fe en Jesús permite que uno pueda hacerse suyas las palabras del apóstol Pablo:
“Digo. pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros,
que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de
sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”
(Romanos 12: 3). Por el hecho de que por
la fe en Jesús nos hayamos convertido en hijos de Dios, ¿somos mejores que
quienes no lo son?, “en ninguna manera, pues ya hemos acusado a judíos y a
gentiles, que todos estamos en pecado” (Romanos 3: 9).
El
pecado es la pieza clave para luchar contra “el síndrome del impostor”. Cierto
es que Jesús dice: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”
(Mateo 5: 48), no es una meta a alcanzar, sino el final de una carrera que dura
todo el tiempo de la existencia terrenal. Es preciso que la sangre que Jesús
vertió en la cruz para salvación del pueblo de Dios nos limpie de todo pecado
(1 Juan 1:7). La perfección a la cual nos invita es futura. No se hará realidad
hasta el día de la resurrección cuando Jesús vendrá en su gloria a buscar a su
pueblo para pasar con Él la eternidad futura. Hasta que este día no llegue
tenemos que comernos la realidad de que el pecado sigue vivo en la carne. El
hecho de que seamos santos pecadores hace posible que nuestra alma tenga sed de
Dios. Si no se la tiene, se siembra la semilla de la duda. Se desconoce el
significado de existir. A dicha ignorancia le acompaña “el síndrome del
impostor” que nos lleva a creer que somos lo que no somos. A golpear con los
puños al aire para impresionar que
hacemos alguna cosa de provecho. Golpear con los puños al aire no borra “el
síndrome del impostor”. Sacamos un palmo de lengua para aparentar ser lo que no
somos.
Para
terminar con la incertidumbre y esclarecer la duda del futuro indiscutiblemente
tenemos que volvernos a Jesús y a su obra redentora: “Así como Cristo amó a la
iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola
purificado con el lavamiento del agua de la palabra, a fin de presentársela a
sí mismo una iglesia gloriosa, que no tenga mancha ni arruga ni cosa semejante,
sino que sea santa y sin mancha” (Efesios 5: 25-27). Por la fe en Jesús somos
plenamente salvos pero aún no somos lo que llegaremos a ser. Esperamos el día D
y la hora H cuando Jesús glorificado
vendrá a buscarnos con nuestro cuerpo resucitado e inmortal y sin restos
de pecado para pasar la eternidad gozando de su Persona. Hoy, habiendo
abandonado “el síndrome del impostor”, esperamos por fe que Jesús venga a
buscarnos.
Octavi
Pereña Cortina
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada