diumenge, 14 de desembre del 2025

 

SÍNDROME DEL IMPOSTOR

Algunos políticos y jueces son ejemplos públicos del “síndrome del impostor

“¿Te has considerado alguna vez como si fueses un fracasado? No eres único. A finales de 1970 los investigadores identificaron el “síndrome del impostor”, “como la condición de dudar de la propia persona, talento, habilidades, considerándose a sí mismos como una estafa. Incluso gente exitosa y brillante lucha contra su insignificancia, preocupados de que alguien los espíe escondidos detrás de una cortina vean lo que ellos no ven” (Elisa Morgan).

Para combatir el “síndrome del impostor el apóstol Pablo nos aconseja a que seamos humildes: “Digo, pues, por la gracia que nos es dada, a cada cual que está ente vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3). El apóstol apremia a los cristianos a que sean humildes. Jesús se muestra como modelo de humildad cuando dice: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestra almas” (Mateo 11: 29). La humildad de Jesús no le convirtió en un fracasado. Después de más de 2000 años sigue siendo una figura universal indiscutible. Sin la humildad que es un don divino, nadie puede entender el verdadero sentido de la vida. Ser humilde no significa ser un fracasado como algunos dicen. La humildad lleva a tener “el temor de Dios que es el principio  de la sabiduría” (Salmo 111: 10). Se pueden tener muchos conocimientos siendo un zoquete  y, no tenerlos, y ser sabio. El temor de Dios es imprescindible para combatir “el síndrome del impostor” que impulsa a que uno tenga “el conocimiento que envanece…Y si alguien se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo” (1 Corintios 8: 1, 2).

Adentrándonos en el misterio de la divinidad por la fe en Jesús permite que uno pueda  hacerse suyas las palabras del apóstol Pablo: “Digo. pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12: 3).  Por el hecho de que por la fe en Jesús nos hayamos convertido en hijos de Dios, ¿somos mejores que quienes no lo son?, “en ninguna manera, pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos estamos en pecado” (Romanos 3: 9).

El pecado es la pieza clave para luchar contra “el síndrome del impostor”. Cierto es que Jesús dice: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mateo 5: 48), no es una meta a alcanzar, sino el final de una carrera que dura todo el tiempo de la existencia terrenal. Es preciso que la sangre que Jesús vertió en la cruz para salvación del pueblo de Dios nos limpie de todo pecado (1 Juan 1:7). La perfección a la cual nos invita es futura. No se hará realidad hasta el día de la resurrección cuando Jesús vendrá en su gloria a buscar a su pueblo para pasar con Él la eternidad futura. Hasta que este día no llegue tenemos que comernos la realidad de que el pecado sigue vivo en la carne. El hecho de que seamos santos pecadores hace posible que nuestra alma tenga sed de Dios. Si no se la tiene, se siembra la semilla de la duda. Se desconoce el significado de existir. A dicha ignorancia le acompaña “el síndrome del impostor” que nos lleva a creer que somos lo que no somos. A golpear con los puños al aire  para impresionar que hacemos alguna cosa de provecho. Golpear con los puños al aire no borra “el síndrome del impostor”. Sacamos un palmo de lengua para aparentar ser lo que no somos.

Para terminar con la incertidumbre y esclarecer la duda del futuro indiscutiblemente tenemos que volvernos a Jesús y a su obra redentora: “Así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado con el lavamiento del agua de la palabra, a fin de presentársela a sí mismo una iglesia gloriosa, que no tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que sea santa y sin mancha” (Efesios 5: 25-27). Por la fe en Jesús somos plenamente salvos pero aún no somos lo que llegaremos a ser. Esperamos el día D y la hora H cuando Jesús glorificado  vendrá a buscarnos con nuestro cuerpo resucitado e inmortal y sin restos de pecado para pasar la eternidad gozando de su Persona. Hoy, habiendo abandonado “el síndrome del impostor”, esperamos por fe que Jesús venga a buscarnos.

Octavi Pereña Cortina

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