SALMO 71: 9
“No
me deseches en el tiempo de la vejez, cuando mi fuerza se acabe, no me
desampares”
Es el clamor de un anciano que es
consciente que se acerca la hora de su traspaso. La fe en su Salvador no se ha
debilitado. Es juicioso en que las fuerzas físicas se debilitan, en cambio
muestra el vigor de la fe en su Señor. El texto que comentamos lo confirma. Con
siglos de antelación el salmista seguía el consejo del apóstol Pablo: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de
su fuerza” (Efesios 6: 10).
Para Dios no existen los
imposibles. Un ejemplo claro lo tenemos en el ladrón crucificado que colgaba al
lado de Jesús. Ante el escarnio que su compañero de fechorías, crucificado
también, que hacía a Jesús, le dijo: “¿Ni
aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? (Lucas 23: 40). El
malhechor que defendió a Jesús, dirigiéndose a Él le dijo: “Acuérdate de mí cuando venga n tu reino” (v. 42). En respuesta,
Jesús dirigiéndose al facineroso que le defendió, le dijo: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (v. 43).
A pesar que Jesús puede salvar a alguien en los últimos minutos de su
existencia terrenal, no es conveniente
posponer la declaración de fe en el Salvador porque ¿quién sabe si habrá lugar
para ello? El apóstol Pablo aconseja no hacerlo: “He aquí es el tiempo aceptable, he aquí ahora s el día de la
salvación” (2 Corintios 6: 2). Lector: Desconozco si eres o no creyente en
Cristo. Si no lo eres, reconoce tu condición de pecador y dile a Jesús: Señor,
ten piedad de mí que soy pecador.
El salmista escribe: “Oh Dios me enseñaste desde mi juventud” (v.
12). Es decir toda una vida dedicada al Señor con sus glorias y con sus
inconvenientes. Llegada la vejez con los achaques propios de la ancianidad, con
fervor exclama: “No me deseches en el
tiempo de la vejez, cuando mi fuerza se acabe, no me desampares”.
Desconozco si el lector es creyente
en Cristo o no. Si lo eres sigue el ejemplo del salmista que desde su juventud
cuando iba sobrado de vigor hasta la vejez en que se ha convertido en un
anciano decrépito “he manifestado tus
maravillas” (v. 17). Si no lo eres todavía estás a tiempo para dar el paso
a la vida eterna: Señor, elimina mi incredulidad y dame el don de la fe para
que pueda creer en Jesús que es el Único que puede darme vida eterna.
SALMO 63: 1
“Dios, Dios mío eres Tú, de
madrugada te buscaré, mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra
seca y árida donde no hay aguas”
Cuando era niño me enseñaron a recitar el Padrenuestro como un loro, sin
entender su significado. Cuando me iba a confesar el confesor me imponía la
penitencia de recitar tres Padrenuestros y tres Avemarías. No me enseñaron el
significado del Padrenuestro, ni del arrepentimiento, ni lo que implicaba creer
en Dios. Con haber cumplido con el precepto que enseña la Madre Iglesia, ya
podía comulgar porque estaba en paz con Dios. La relación íntima con Dios no
existía. Habiendo cumplido con el precepto que enseña la Madre Iglesia podía
regresar tranquilamente a mi casa. En el
caso que hubiese quedado algún pecado sin confesar, por la tanto sin
perdonarque quedaba el recurso del Purgatorio. Una temporada en él purgando los
pecados no confesados y la puerta del cielo se abría de par en par.
Esto no es lo que enseña la Biblia. Las Escrituras dejan bien claro que
la relación con Dios es directa y sin necesidad de intermediarios únicamente
por la fe en Jesús, el Salvador. “La
sangre de Jesucristo su Hijo nos
limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7). Aun cuando sigamos siendo pecadores
la sangre que Jesús derramó en el Calvario lo deja limpio como una patena ante
los ojos de Dios. Seguimos siendo pecadores, pero, somos santos pecadores. Nuestra condición de pecadores santificados
es lo que nos identifica con el salmista. La fe en Jesús es el Camino que nos
lleva al Padre. Ahora ya no decimos de oídas había oído hablar de ti. Por la fe
en Jesús hemos sido convertidos en hijos de Dios: “y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues que
hemos de pedir como conviene no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede
por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe
cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios
intercede por los santos” (Romanos 8: 26, 27). El binomio Espíritu
Santo-creyente en Cristo es l que hace posible que el creyente de exprese como
lo hace el salmista en el texto que sirve de base de esta meditación. Las
oraciones de los creyentes en Cristo guiados por el Espíritu Santo sean
ardientes como la del salmista. Nada tienen que ver con la frialdad con que
recitaba el Padrenuestro como penitencia
impuesta por el confesor.
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