dissabte, 6 de desembre del 2025

 

SALMO 71: 9

“No me deseches en el tiempo de la vejez, cuando mi fuerza se acabe, no me desampares”

Es el clamor de un anciano que es consciente que se acerca la hora de su traspaso. La fe en su Salvador no se ha debilitado. Es juicioso en que las fuerzas físicas se debilitan, en cambio muestra el vigor de la fe en su Señor. El texto que comentamos lo confirma. Con siglos de antelación el salmista seguía el consejo del apóstol Pablo: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Efesios 6: 10).

Para Dios no existen los imposibles. Un ejemplo claro lo tenemos en el ladrón crucificado que colgaba al lado de Jesús. Ante el escarnio que su compañero de fechorías, crucificado también, que hacía a Jesús, le dijo: “¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? (Lucas 23: 40). El malhechor que defendió a Jesús, dirigiéndose a Él le dijo: “Acuérdate de mí cuando venga n tu reino” (v. 42). En respuesta, Jesús dirigiéndose al facineroso que le defendió, le dijo: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (v. 43). A pesar que Jesús puede salvar a alguien en los últimos minutos de su existencia terrenal,  no es conveniente posponer la declaración de fe en el Salvador porque ¿quién sabe si habrá lugar para ello? El apóstol Pablo aconseja no hacerlo: “He aquí es el tiempo aceptable, he aquí ahora s el día de la salvación” (2 Corintios 6: 2). Lector: Desconozco si eres o no creyente en Cristo. Si no lo eres, reconoce tu condición de pecador y dile a Jesús: Señor, ten piedad de mí que soy pecador.

El salmista escribe: “Oh Dios me enseñaste desde mi juventud” (v. 12). Es decir toda una vida dedicada al Señor con sus glorias y con sus inconvenientes. Llegada la vejez con los achaques propios de la ancianidad, con fervor exclama: “No me deseches en el tiempo de la vejez, cuando mi fuerza se acabe, no me desampares”.

Desconozco si el lector es creyente en Cristo o no. Si lo eres sigue el ejemplo del salmista que desde su juventud cuando iba sobrado de vigor hasta la vejez en que se ha convertido en un anciano decrépito “he manifestado tus maravillas” (v. 17). Si no lo eres todavía estás a tiempo para dar el paso a la vida eterna: Señor, elimina mi incredulidad y dame el don de la fe para que pueda creer en Jesús que es el Único que puede darme vida eterna.


 

SALMO 63: 1

“Dios, Dios mío eres Tú, de madrugada te buscaré, mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas”

Cuando era niño me enseñaron a recitar el Padrenuestro como un loro, sin entender su significado. Cuando me iba a confesar el confesor me imponía la penitencia de recitar tres Padrenuestros y tres Avemarías. No me enseñaron el significado del Padrenuestro, ni del arrepentimiento, ni lo que implicaba creer en Dios. Con haber cumplido con el precepto que enseña la Madre Iglesia, ya podía comulgar porque estaba en paz con Dios. La relación íntima con Dios no existía. Habiendo cumplido con el precepto que enseña la Madre Iglesia podía regresar tranquilamente  a mi casa. En el caso que hubiese quedado algún pecado sin confesar, por la tanto sin perdonarque quedaba el recurso del Purgatorio. Una temporada en él purgando los pecados no confesados y la puerta del cielo se abría de par en par.

Esto no es lo que enseña la Biblia. Las Escrituras dejan bien claro que la relación con Dios es directa y sin necesidad de intermediarios únicamente por la fe en Jesús, el Salvador. “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7). Aun cuando sigamos siendo pecadores la sangre que Jesús derramó en el Calvario lo deja limpio como una patena ante los ojos de Dios. Seguimos siendo pecadores, pero, somos santos pecadores.  Nuestra condición de pecadores santificados es lo que nos identifica con el salmista. La fe en Jesús es el Camino que nos lleva al Padre. Ahora ya no decimos de oídas había oído hablar de ti. Por la fe en Jesús hemos sido convertidos en hijos de Dios: “y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues que hemos de pedir como conviene no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8: 26, 27). El binomio Espíritu Santo-creyente en Cristo es l que hace posible que el creyente de exprese como lo hace el salmista en el texto que sirve de base de esta meditación. Las oraciones de los creyentes en Cristo guiados por el Espíritu Santo sean ardientes como la del salmista. Nada tienen que ver con la frialdad con que recitaba el Padrenuestro como  penitencia impuesta por el confesor.

 

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