LA IGLESIA, EN EL DIVÁN
”La iglesia está a punto de hundirse como un
barco que le entra el agua por todas partes” (Joseph Ratzinger)
El periodista
Jordi Juan en el escrito del que le he tomado el título prestado para el presente
(La Vanguardia 5/10/2023), escribe: “En la Iglesia se debate desde hace muchos años entre los partidarios de seguir
fieles a las viejas tradiciones y no dejarse influenciar por los cambios de la
sociedad, y aquellos que entienden que si la institución no se adapta al mundo
en que vive tendrá menos ascendiente en
la ciudadanía”. Parece ser que la Iglesia Católica que pretende ser un
referente social que aporte luz espiritual en las tinieblas espirituales que
envuelven a la sociedad, en vez de sacar el mundo de la oscuridad, las
incertidumbres del mundo la llenan de lobreguez. La Iglesia se parece más a un
partido político en que se enfrentan los progresistas contra los retrógrados.
En las discusiones teológicas, aunque vanamente se utiliza al Espíritu Santo
como inspirador de los debates, lo que prevalece es el pensamiento humano que hoy es blanco y mañana negro.
La
Iglesia Católica con la confusión que reina desde las bases hasta la cabeza de
la institución que es el Papa, es incapaz de aportar estabilidad a un mundo que
se tambalea porque el mensaje que transmite no es auténticamente cristiano. La
estructura de la Institución se levanta sobre el cimiento de las filosofías
humanas. Ante el soplo de una suave brisa
el edificio se desmorona. “Así ha
dicho el Señor: maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su
brazo, y su corazón se aparta del Señor” (Jeremías 17: 5).
El
hecho de que la Iglesia Católica sea una
institución con más de 2000 años de historia, su vetustez no es garantía de que
sea una institución divina. Con tanta historia en sus espaldas Jordi Juan
cierra su escrito, redactando: “La gran pregunta que es necesario hacerse es si
esta premisa sigue siendo hoy válida con tantas crisis abiertas”. Es una duda
que es necesario que se esclarezca. La Iglesia Católica no la fundó Jesús.
Cuando el Imperio romano se resquebrajó, las instituciones cristianas tomaron
el relevo a las imperiales. Con el tiempo la iglesia tomó el modelo imperial y
se lo hizo suyo.
Jesús
utiliza únicamente dos veces la palabra iglesia. La que nos interesa es la que
está relacionada con la respuesta que el apóstol Pedro dio a la pregunta de
Jesús: “Y vosotros, ¿quién decís que yo soy?” El impetuoso Pedro se adelanta a
sus compañeros y dice. “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente”. Según
Jesús la respuesta de Pedro no fue de su propia cosecha, al decirle.
“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni
sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Ahora entra en escena el texto
polémico al decir Jesús a Pedro: “yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre
esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella” (Mateo 16: 13-18).
¿Quién
es la piedra? ¿Pedro o la fe de Pedro, que es don de Dios, que reconoce que
Jesús es el “Hijo de Dios viviente”? Para salir de dudas y para no caer en
discusiones estériles dejemos que sea el mismo Pedro que ilumine nuestro
entendimiento. “Acerquémonos a Él (Cristo) piedra viva, desechada ciertamente
por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa” (1 Pedro 2: 4). Según el
Nuevo Testamento, que es el único que nos saca de dudas, nos dice que la
iglesia del Señor no es una institución humana, sino un edificio espiritual en
el que cada creyente en Cristo es una piedra viva que contribuye a su
edificación: “Vosotros también como piedras vivas, sed edificados como casa
espiritual” (1 Pedro 2: 5). El Padre “sometió todas las cosas bajo sus pies (de
Cristo, ), y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es
su cuerpo”(Efesios 1: 22, 23). Para que los cristianos no sean niños
fluctuantes que son llevados por doquiera de todo viento de doctrina “sino que
siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo Aquel que es la Cabeza, esto es,
en Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas
las coyunturas que se ayudan mutuamente, según
la actividad de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose
n amor” (Efesios 4: 15, 16).
La
iglesia espiritual se materializa en las iglesias locales desparramadas por
toda la Tierra que en su conjunto constituyen la verdadera iglesia de Cristo en
la Tierra que se conoce como “iglesia militante”. Los creyentes que constituyen
las iglesias locales se reúnen para adorar comunitariamente al Padre de nuestro
Señor Jesucristo, nuestro Salvador. Cada iglesia local es autónoma pero sujeta
a la autoridad suprema de Jesucristo que es la Cabeza que delega su autoridad
en los pastores que eligen las congregaciones que llenos del Espíritu Santo y
sujetos a la autoridad de la Biblia, inspirada por el Espíritu Santo, pastorean
a los fieles por verdes pastos junto a aguas de reposo (Hechos 1: 24; 13: 1-3).
Los
miembros de las iglesias que lo son por haber confesado sus pecados y bautizados, símbolo de haber muerto al
pecado y resucitado en novedad de vida (Hechos 2: 47). Los pastores junto con
los fieles son quienes tienen la responsabilidad de velar por la pureza
doctrinal y santidad de vida de los miembros de la congregación. Si conviene
reprender a algún miembro en algún aspecto, lo hacen. Si el amonestado reconoce
y corrige su falta, no ha pasado nada. Si persiste en el error, para bien de la
comunidad se le expulsa. Una manzana podrida en un cesto daña al resto. “Así
que, los que recibieron (la palabra de los apóstoles fueron bautizados…y
perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en
el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2: 41, 42).
La
Iglesia Católica como institución no se tenderá en el diván del Siquiatra
celestial para reconocer su infidelidad y abandonar toda la vanidad con que se
ha revestido a lo largo de los siglos. Sí es posible que algún tizón sea
rescatado del fuego.
Octavi Pereña i Cortina
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