PROVERBIOS 14: 13
“Aun en la risa tendrá dolor el corazón, y el
término de la alegría es congoja”
“En
nuestra búsqueda de la felicidad es bueno hacer una pausa de vez en cuando. Si
los seres humanos no solo dejan de creer en Dios, sino que permiten que la
misma idea de Dios desaparezca de sus conciencias, se convertirán en nada más
que en unos monos fantásticamente inteligentes el fin de los cuales será una
masa horrible contemplarla” (Karl
Rahner).
Miles
de millones de euros se gastan en espectáculos con el fin de alcanzar la
felicidad. El resultado es frustrante. El dinero gastado en distracciones nos
hacen olvidar momentáneamente de los problemas que nos asedian, pero no dan el
gozo permanente que da Dios en quienes creen en Jesús. La veracidad del texto
que comentamos no puede ponerse en duda
dado que confirma la experiencia. ““Aun en la risa tendrá dolor el corazón, y el
término de la alegría (artificial) es
congoja”
En
matemáticas la alteración del orden de los factores no altera el resultado. En
la vida sí. Karl Rahner nos invita a hacer una pausa. Hagamos como el hombre de
la estatua, sentado y apoyando la barbilla en la mano se muestra pensativo.
Dejemos a un lado el mundanal ruido que nos ensordece y que nos impide que
podamos reflexionar pausadamente. Jesús nos dice: Cerrad la puerta de vuestra
habitación y en el silencio que en ella encontrareis orad al Padre celestial.
Lo que no se consigue con el dinero gastado en espectáculos se consigue en la
intimidad de la habitación sin que tengamos que pagar ni un solo euro para
conseguirlo.
Nos
gusta que las personas nos contemplen para mostrarles lo grande que somos en
todos los aspectos. Ya tenemos lo que buscamos: las alabanzas que de momento
nos hincharán pero pasada la euforia, el dolor y la congoja seguirán hurgando
en nuestras entrañas.
Los
hombres solo ven lo externo. Los fariseos que eran el Opus Dei de aquellos
días, eran extremadamente religiosos, pero no creían en Dios. Se ponían de pie
en los espacios públicos presumiendo de sus virtudes. Incluso en el templo,
estratégicamente situados para ser vistos por todos los asistentes y en voz alta
para sr oídos por todos los asistentes ensalzaban sus virtudes ante Dios: “Te doy gracias porque no soy como los otros
hombres…ni aun como este cobrador de impuestos” (Lucas 18: 11). El contraste es muy acusado. En un rincón
oscuro del templo, un cobrador de impuestos menospreciado por los piadosos (?)
fariseos, se encontraba orando a Dios y confesando sus pecados.
El
consejo de Jesús a quien busca la felicidad: ”Mas tú, cuando ores, entra en tu habitación, y cerrada la puerta, ora
a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te
recompensará en público” (Mateo 6: 6). Saldrás de la habitación con el
rostro radiando gozo.
GÉNESIS 47: 8, 9
“Y dijo Faraón a Jacob: ¿Cuántos son los días
de tus años de tu vida? Y Jacob respondió a Faraón: Los días de los años de mi
peregrinación son ciento treinta años, pocos y malos han sido los días de los
años de mi vida”
Después
de unos años de creer Jacob que su hijo José había muerto destrozado por una
bestia, el patriarca se reúne con su hijo en Egipto. Dado el elevado cargo que
José ostenta en Egipto es de obligado cumplimiento que José presente su padre
al Faraón. En el encuentro el Faraón se interesa por la edad del patriarca. Es
interesante la respuesta que da Jacob. Comparados con los 979 años de Matusalén
con los 130 del patriarca son muy pocos, pero comparado con el promedio de vida
actual son muchos.
El
patriarca declara: “Pocos y malos han
sido los años de mi vida”. Muchos de sus males fueron consecuencia de
decisiones equivocadas. Otros dolores los causó la maldad de sus hijos. Así es
la vida en este mundo. La historia de Jacob es una enseñanza para nosotros. Los
malos años de Jacob sirvieron para hacerle crecer en santidad y hacer más firme
su vacilante fe. Hagamos un repaso a nuestras propias vidas. Las adversidades
que nos afectan nos enfurecen y a veces incluso a blasfemar el Nombre de Dios.
No olvidemos que vivimos en un mundo manchado por el pecado. Consideremos las
mentiras piadosas a las que no damos importancia: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20: 1), es
decir: no mentirás. Quebrantar un punto de la Ley significa quebrantar toda la
Ley. Todos mentimos y todos somos pecadores que merecen morir. Jacob mintió
igual que nosotros. Sufrió por ello. Pero la gracia de Dios lo guardó durante
los pocos y malos años de su vida. Lo mismo quiere hacer con nosotros si
reconocemos que Jesús, el Hijo de Dios, es el Salvador que quiere darnos vida
eterna si se lo permitimos.
Un
dilema se presenta ante nosotros: ¿Qué hay
más allá de la muerte? En la incredulidad la respuesta es una existencia
angustiosa. Fijémonos en el final de la vida de Jacob convertido en un anciano
débil postrado en el lecho. Después de
dar instrucciones a sus hijos “encogió
sus pies en la cama, y fue recibido con sus padres” Génesis 49: 33). Dios
no es Dios de muertos sino de vivos. La muerte del cuerpo no roba la vida
eterna que Cristo otorga a quienes creen en Él. El cuerpo en el sepulcro. El
alma en la presencia de Dios esperando reunirse con su cuerpo en el día de la
resurrección.