diumenge, 30 de juliol del 2023

 

HECHOS 12: 19, 20

“Y tomándole, le trajeron al Areópago, diciendo: ¿Podemos saber qué es esta nueva enseñanza de que hablas? Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos, pues, saber qué quiere decir esto”.

Mientras el apóstol Pablo esperaba en Atenas la llegada de Silas y Timoteo “su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” (v. 16). La espera no la pasaba vagabundeando por la ciudad sino anunciando el evangelio: “Así que discutía en la sinagoga  con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían” (v. 17). Parece ser que la actividad del apóstol despertaba la atención de los filósofos de la ciudad: “Y algunos filósofos  de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él, y unos decían. ¿Qué quiere decir este palabrero? y otros: Parece ser que es predicador de nuevos dioses, porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección” (v.18). Ahora es cuando entra en escena el texto que sirve de base de esta reflexión. Se supone que la filosofía sirve para buscar sabiduría, profundizar en ella, pero los filósofos atenienses no eran así: “Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo” (v. 21). Pablo como buen evangelista que era, sin perder su identidad, se pone en la piel de los atenienses con el fin de rescatar a algunos de los atrapados en la red de Satanás.

El apóstol observa  que la ciudad de Atenas está salpicada de múltiples santuarios dedicados a sus divinidades. Eran tan religiosos que para no ofender a alguna de ellas por olvido, tenían un santuario dedicado “al dios desconocido” (v. 23). Dios que ha hecho el mundo y todo lo que en él hay “no habita en templos hechos por manos humanas” (v. 24). “Siendo linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o a plata, o piedra preciosa, escultura de arte y de imaginación de hombres” (v. 29). “Habiendo pasado Dios por alto el tiempo de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel Varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (vv. 30, 31). La reacción de los atenienses a la predicación de Pablo: “Unos se burlaban, y otros decían: ya te oiremos otra vez” (v. 32). Como en el caso de Lidia que “estaba oyendo, y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16: 14). En el caso de los atenienses “algunos oyeron, juntándose con él” (v.34). La predicación del Evangelio sirve para separar el trigo de la paja. A los escogidos por Dios desde antes de la fundación del mundo Dios les concede el don de la fe para que crean que Jesús es el Salvador del mundo.


 

LUCAS 4: 38, 39

“La suegra de Simón tenía una gran fiebre, y le rogaron por ella. E inclinándose hacia ella, reprendió a la fiebre, y la fiebre la dejó, y levantándose ella al instante, les servía”

La suegra del apóstol Pedro es un buen ejemplo de servicio cristiano. Previa a la conversión una gran fiebre entumece a muchas personas. La calentura los incapacita. Neurosis, depresión, estrés y una infinidad de pequeñas esclavitudes que inmovilizan. Sin miedo de caer en extremismos tengo el convencimiento de que la nuestra es  una sociedad de muertos vivientes. A regañadientes trabajan, sí. Dan la impresión de que viven, sí. Tienen el cuerpo vivo. El corazón bombea la sangre. Pero tienen el espíritu muerto. De ahí la importancia que tienen los intercesores. No me refiero a los santos y vírgenes que suplantan a Jesús que es el camino que conduce al Padre celestial. Quiero decir   personas que como individuos anónimos se dirigieron a Jesús “y rogaron por ella”. Quiero decir creyentes en Cristo que interceden por sus parientes, amigos y enemigos.

Desconocemos si las oraciones intercesoras por los enfermos  y necesitados, que por cierto son muchos  y cuyos nombres fluyen silenciosos de quienes median por ellos, es la voluntad de Dios curarlos. No nos corresponde a nosotros investigar los secretos de Dios porque nos daremos cabezazos contra la pared. Sí  sabemos que tenemos que interceder por los que sufren porque esta es la voluntad de Dios. La perseverancia del orante manifiesta que se ama al que sufre. No solamente se tiene que amar a las personas que nos son afines. La Escritura nos enseña a amar a nuestros enemigos. Si no se excluye a éstos de la lista con los nombres por los que se intercede nos colocamos dentro de la voluntad divina. Dios bendice a quienes se sitúan dentro de su voluntad.

Si la oración intercesora es voluntad de Dios no vuelve a él vacía. Hace aquello por lo que ha sido enviada. La fiebre que entumece desaparece. El enfermo se cura. El desánimo da paso a la vitalidad.  La energía recuperada hace que el paupérrimo se levante del sofá, de la butaca, de la cama que le mantenía inactivo. Dejando atrás las desgracias se levanta y se pone al servicio de Jesús.

¡Cuán necesario es que en las iglesias se encuentren muchas personas que intercedan las unas por las otras para que desparezca la fiebre que mantiene inactivas a tantos individuos!

 

 

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