DEUTERONOMIO 32: 1
“Escuchad, cielos, y hablaré, y oiga la
tierra los dichos de mi boca”
Se da
un tipo de predicación que vocifera rayos y truenos. Todo son amenazas de
castigo eterno. El texto que sirve de base de esta meditación nos introduce a
una predicación totalmente distinta a la de los rayos y truenos. Es una
predicación llena de amor que no tiene nada que ver con las lluvias
torrenciales que destruyen todo lo que encuentran a su paso.
“Escuchad, cielos, y hablaré, y oiga la
tierra los dichos de mi boca” Es un modelo de predicación totalmente distinto a la de los rayos y
truenos. La tierra necesita agua, pero no lluvias torrenciales que destruyen
todo lo que encuentran a su paso. Moisés compara la predicación con el símil de
la lluvia: “Goteará como la lluvia mi
enseñanza, destilará como el rocío mi razonamiento, como la llovizna sobre la
grama, y como las gotas sobre la hierba” (v. 2). La predicación cristiana
proclama un mensaje de amor de parte de Dios. El corazón del predicador tiene
que ser un corazón lleno del amor de Dios que le ha perdonado en Cristo Jesús.
Si el predicador ha experimentado en su propia carne el perdón inmerecido de
Dios, el mensaje que proclamará reflejará el perdón recibido.
Fíjese
el lector en las expresiones que utiliza Moisés: “Goteará como la lluvia, destilará
como el rocío, como la llovizna, como las gotas. No torrentes de palabras
que amenazan y amedrentan a los oyentes. Sino palabras dulces que proclaman
todo el consejo de Dios que poco a poco penetran en los corazones de piedra de
los oyentes y los fertilizan y los conducen al arrepentimiento
La
experiencia del profeta Elías ilustra lo que intento compartir con el lector.
Después de una gran victoria sobre los profetas de Baal, Elías huye temeroso
ante las amenazas de muerte de la impía reina Jezabel. El Señor sale al
encuentro de Elías y le dice: “Sal fuera,
y ponte en el monte delante del Señor. Y he aquí que el Señor pasaba, y un
grande y poderoso viento que rompía los montes y quebraba las peñas delante del
Señor, pero el Señor no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto,
pero el Señor no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego, pero el
señor no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado.
Cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió y se puso a la
puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz diciendo: ¿Qué haces aquí
Elías?” (1Reyes 19: 1-18). Ahora se establece un diálogo entre Dios y Elías
con el resultado de que el ministerio profético de Elías se restableció. Poco a
poco una gota de agua agujerea el corazón endurecido del ser humano.
SALMO 9: 7
Pero el Señor permanece para siempre, ha
dispuesto su trono para juicio”
La
Biblia enseña en multitud de textos la eternidad de Dios el Padre de nuestro Señor
Jesucristo. El texto que sirve de base a esta reflexión es uno de los muchos
que dan fe de ello. Dice algo más que
merece la pena tener en cuenta. Dios ha establecido las autoridades para que
ejerzan justicia en representación suya (Romanos 13: 1). En el antiguo Israel
era el rey quien ejercía la justicia en Nombre de Dios. En última instancia
Dios “ha dispuesto su trono para juicio”. Si
nos fijamos en la justicia que administran las autoridades delegadas por Dios
observamos que tiene mucho que desear. Ante tal estrepitoso fracaso los
ciudadanos llegan a la conclusión de que la justicia no existe. El texto que
comentamos dice que Dios: “ha dispuesto
su trono para juicio”
Dios
como Rey supremo le corresponde administrar justicia cien por cien justa: ”Cuando
el Hijo del Hombre venga en su
gloria, y todos los santos ángeles con Él, entonces se sentará en su trono de
gloria, y serán reunidas delante de Él todas las naciones” (Mateo25: 31,
32). Entonces, toda la humanidad que ha existido desde Adán hasta el final del
tiempo podrá contemplar con sus propios ojos lo que significa administrar
justicia. Los condenados se quejarán
del justo castigo que el Juez justo les ha sentenciado. Les dirá. “de cierto os digo que cuanto no lo
hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán estos
al castigo eterno, y los justos a la
vida eterna” (Mateo 25: 45, 46). Entonces toda la humanidad, para bien o
para mal, reconocerá que existe la verdadera justicia. Lo triste del caso es
que la sentencia dictada es inapelable. Es totalmente imposible presentar
recursos para anular la sentencia dictada.
El rey
David con la sabiduría que le da el hecho de que escribe el salmo bajo la
inspiración del Espíritu Santo, redacta:
“Él juzgará el mundo con justicia, y a
los pueblos con rectitud” (v. 8).
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