dissabte, 1 de juliol del 2023

 

DEUTERONOMIO 32: 1

“Escuchad, cielos, y hablaré, y oiga la tierra los dichos de mi boca”

Se da un tipo de predicación que vocifera rayos y truenos. Todo son amenazas de castigo eterno. El texto que sirve de base de esta meditación nos introduce a una predicación totalmente distinta a la de los rayos y truenos. Es una predicación llena de amor que no tiene nada que ver con las lluvias torrenciales que destruyen todo lo que encuentran a su paso.

“Escuchad, cielos, y hablaré, y oiga la tierra los dichos de mi boca” Es un modelo de predicación totalmente distinto a la de los rayos y truenos. La tierra necesita agua, pero no lluvias torrenciales que destruyen todo lo que encuentran a su paso. Moisés compara la predicación con el símil de la lluvia: “Goteará como la lluvia mi enseñanza, destilará como el rocío mi razonamiento, como la llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba” (v. 2). La predicación cristiana proclama un mensaje de amor de parte de Dios. El corazón del predicador tiene que ser un corazón lleno del amor de Dios que le ha perdonado en Cristo Jesús. Si el predicador ha experimentado en su propia carne el perdón inmerecido de Dios, el mensaje que proclamará reflejará el perdón recibido.

Fíjese el lector en las expresiones que utiliza Moisés: “Goteará como la lluvia, destilará como el rocío, como la llovizna, como las gotas. No torrentes de palabras que amenazan y amedrentan a los oyentes. Sino palabras dulces que proclaman todo el consejo de Dios que poco a poco penetran en los corazones de piedra de los oyentes y los fertilizan y los conducen al arrepentimiento

La experiencia del profeta Elías ilustra lo que intento compartir con el lector. Después de una gran victoria sobre los profetas de Baal, Elías huye temeroso ante las amenazas de muerte de la impía reina Jezabel. El Señor sale al encuentro de Elías y le dice: “Sal fuera, y ponte en el monte delante del Señor. Y he aquí que el Señor pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes y quebraba las peñas delante del Señor, pero el Señor no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego, pero el señor no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz diciendo: ¿Qué haces aquí Elías?” (1Reyes 19: 1-18). Ahora se establece un diálogo entre Dios y Elías con el resultado de que el ministerio profético de Elías se restableció. Poco a poco una gota de agua agujerea el corazón endurecido del ser humano.


 

SALMO 9: 7

Pero el Señor permanece para siempre, ha dispuesto su trono para juicio”

La Biblia enseña en multitud de textos la eternidad de Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo. El texto que sirve de base a esta reflexión es uno de los muchos que dan fe de ello.  Dice algo más que merece la pena tener en cuenta. Dios ha establecido las autoridades para que ejerzan justicia en representación suya (Romanos 13: 1). En el antiguo Israel era el rey quien ejercía la justicia en Nombre de Dios. En última instancia Dios  “ha dispuesto su trono para juicio”. Si nos fijamos en la justicia que administran las autoridades delegadas por Dios observamos que tiene mucho que desear. Ante tal estrepitoso fracaso los ciudadanos llegan a la conclusión de que la justicia no existe. El texto que comentamos dice que Dios: “ha dispuesto su trono para juicio”

Dios como Rey supremo le corresponde administrar justicia cien por cien justa: ”Cuando  el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con Él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de Él todas las naciones” (Mateo25: 31, 32). Entonces, toda la humanidad que ha existido desde Adán hasta el final del tiempo podrá contemplar con sus propios ojos lo que significa administrar justicia. Los   condenados se quejarán del justo castigo que el Juez justo les ha sentenciado. Les dirá. “de cierto os digo que cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán estos al castigo eterno, y los justos a  la vida eterna” (Mateo 25: 45, 46). Entonces toda la humanidad, para bien o para mal, reconocerá que existe la verdadera justicia. Lo triste del caso es que la sentencia dictada es inapelable. Es totalmente imposible presentar recursos para anular la sentencia dictada.

El rey David con la sabiduría que le da el hecho de que escribe el salmo bajo la inspiración del Espíritu Santo, redacta: “Él  juzgará el mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud” (v. 8).

 

 

 

 

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