diumenge, 15 de gener del 2023

 

MARCOS 2: 22

“Y nadie echa vivo nuevo en odres viejos, de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino se derrama, y los odres se pierden, pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar”

La Ley de Moisés de la que los fariseos del tiempo  de  Jesús estaban tan orgullosos no tenía la finalidad de proporcionar vida espiritual en quienes tan afanosamente intentaban cumplirla. Moisés escribe: “Por tanto, guardareis mis estatutos y mis ordenanzas, las cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo el Señor” (Levítico 18: 5). Los hombres pueden entender el texto en el sentido de que pueden cumplir todas las exigencias de la Ley y por lo tanto recibir vida espiritual. Lo cierto es que el legalismo endurece el corazón de quienes lo practican y les hace creer que son portadores de una bondad inexistente que tiene la peculiaridad de hacer mirar de mal ojo a quienes consideran pecadores y populacho. Jesús dirigiéndose a estos perfeccionistas, les dice: “¡Ay de vosotros fariseos hipócritas!”

Dios no dio la Ley para enaltecer el orgullo de quienes piensan que pueden cumplirla. Todo lo contrario la proclamó con el propósito de hacer resaltar la condición de pecador del hombre. “Pero la Ley se introdujo para que el pecado abundase, mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Romanos 5: 20). Interpretando correctamente el propósito de la Ley de Dios el apóstol Pablo escribe: “De manera que la Ley ha sido nuestro mentor, para llevarnos a Cristo, a fin que fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3: 24).

La conversión de Leví fue motivo de que Jesús hiciese una declaración de propósitos. Cuando  Leví abandona el banco de los tributos públicos y en obediencia a la orden de Jesús: “Sígueme. Y levantándose le siguió”. Aun cuando el texto no lo dice, pero se sobreentiende, Leví en agradecimiento invitó a Jesús a comer en su casa. Los escribas y los fariseos que vigilaban muy de cerca los movimientos de Jesús, dijeron a sus discípulos: “¿Qué es esto que Él come y bebe con los cobradores de impuestos y con los pecadores?” Al oír esta queja Jesús hace esta declaración de principios. “Los sanos no tienen necesidad  de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2: 13-17).

Ley y misericordia son como el agua y el aceite, jamás se unen. El texto que sirve de base de esta meditación nos está diciendo que abandonemos las tradiciones que tanto enorgullecen a quienes las practican pero que convierten en hipócritas a quienes juzgan a quienes no las practican. Es Jesús quien quita el peso del pecado que nos oprime y nos da fuerza para caminar en novedad de vida. Al recibir el perdón de los pecados seguimos gozosos el camino que nos lleva a las estancias celestiales que Jesús hoy está preparando para quienes creen en Él.


 

JUECES 8: 23

“Mas Gedeón respondió: No seré señor sobre vosotros, ni mis hijos os señorearán: el Señor señoreará sobre vosotros”

Gedeón con la ayuda del Todopoderoso Dios alcanzó una gran victoria sobre los madianitas que los explotaban. La causa de la desgracia de Israel se debía a que “los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos del Señor, y el Señor los entregó en mano de Madián por siete años”  (Jueces 6: 1). “El Señor envió a los hijos de Israel un varón profeta”  (v.8), que les dijo todo lo que el Señor había hecho con sus padres para sacarlos de la esclavitud egipcia hasta el presente. Es en este momento que Dios escoge a Gedeón para liberarlos de la opresión de los madianitas.

Obtenida la victoria sobre sus enemigos es cuando “los israelitas dijeron a Gedeón: Sé nuestro Señor, tú y tu hijo, pues nos has librado de la mano de Madián” (v. 22). Fíjese el lector que los israelitas le dicen a Gedeón: “Nos has liberado de la mano de Madián”. A la hora de reunir a los soldados para emprender la guerra “el Señor le dice a Gedeón: El pueblo que está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas  en su mano, no sea que se alabe Israel contra mí diciendo: Mi mano me ha salvado” (7: 2). Hecha la selección el ejército queda reducido a “trescientos hombres” (7: 6). Finalizada victoriosamente la guerra los israelitas no reconocen que la victoria ha sido del Señor: “nos has liberado de la mano de Madián“. La respuesta es la que sirve de base a esta meditación.

La tendencia del pueblo de Dios siempre es marginar al señor de sus v idas. Muchas iglesias van de pastor en pastor creyendo que los hombres elegidos  “democráticamente” los conducirán por el buen camino. Es aquí donde las iglesias tienen que tener presente las palabras que dice Gedeón a los israelitas que le piden que sea su rey debido a la victoria conseguida sobre sus enemigos: “No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará, el Señor señoreará sobre vosotros”. El pastor escogido puede ser verdaderamente un siervo del Señor, instrumento en sus manos para guiar a la congregación, pero los fieles jamás deben apartar sus ojos del Señor de la iglesia que es su Salvador: “Puestos los ojos en Jesús el Autor y Consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a Aquel que  sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12: 2, 3). Si los fieles no edifican sus vidas sobre la Roca que es Jesús, por más fiel que sea el pastor, siempre edificarán sobre la arena. Los vientos y las riadas destrozarán sus vidas.

 

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