MARCOS 2: 22
“Y nadie echa vivo nuevo en odres viejos, de
otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino se derrama, y los odres
se pierden, pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar”
La Ley
de Moisés de la que los fariseos del tiempo
de Jesús estaban tan orgullosos
no tenía la finalidad de proporcionar vida espiritual en quienes tan
afanosamente intentaban cumplirla. Moisés escribe: “Por tanto, guardareis mis estatutos y mis ordenanzas, las cuales
haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo el Señor” (Levítico 18: 5). Los
hombres pueden entender el texto en el sentido de que pueden cumplir todas las
exigencias de la Ley y por lo tanto recibir vida espiritual. Lo cierto es que
el legalismo endurece el corazón de quienes lo practican y les hace creer que
son portadores de una bondad inexistente que tiene la peculiaridad de hacer
mirar de mal ojo a quienes consideran pecadores y populacho. Jesús dirigiéndose
a estos perfeccionistas, les dice: “¡Ay
de vosotros fariseos hipócritas!”
Dios no
dio la Ley para enaltecer el orgullo de quienes piensan que pueden cumplirla.
Todo lo contrario la proclamó con el propósito de hacer resaltar la condición
de pecador del hombre. “Pero la Ley se
introdujo para que el pecado abundase, mas cuando el pecado abundó, sobreabundó
la gracia” (Romanos 5: 20). Interpretando correctamente el propósito de la
Ley de Dios el apóstol Pablo escribe: “De
manera que la Ley ha sido nuestro mentor, para llevarnos a Cristo, a fin que
fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3: 24).
La
conversión de Leví fue motivo de que Jesús hiciese una declaración de
propósitos. Cuando Leví abandona el
banco de los tributos públicos y en obediencia a la orden de Jesús: “Sígueme. Y levantándose le siguió”. Aun
cuando el texto no lo dice, pero se sobreentiende, Leví en agradecimiento
invitó a Jesús a comer en su casa. Los escribas y los fariseos que vigilaban
muy de cerca los movimientos de Jesús, dijeron a sus discípulos: “¿Qué es esto que Él come y bebe con los
cobradores de impuestos y con los pecadores?” Al oír esta queja Jesús hace
esta declaración de principios. “Los
sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a
llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2: 13-17).
Ley y
misericordia son como el agua y el aceite, jamás se unen. El texto que sirve de
base de esta meditación nos está
diciendo que abandonemos las tradiciones que tanto enorgullecen a quienes las
practican pero que convierten en hipócritas a quienes juzgan a quienes no las
practican. Es Jesús quien quita el peso del pecado que nos oprime y nos da
fuerza para caminar en novedad de vida. Al recibir el perdón de los pecados
seguimos gozosos el camino que nos lleva a las estancias celestiales que Jesús
hoy está preparando para quienes creen en Él.
JUECES 8: 23
“Mas Gedeón respondió: No seré señor sobre
vosotros, ni mis hijos os señorearán: el Señor señoreará sobre vosotros”
Gedeón
con la ayuda del Todopoderoso Dios alcanzó una gran victoria sobre los madianitas
que los explotaban. La causa de la desgracia de Israel se debía a que “los hijos de Israel hicieron lo malo ante
los ojos del Señor, y el Señor los entregó en mano de Madián por siete años” (Jueces 6: 1). “El Señor envió a los hijos de Israel un varón profeta” (v.8), que les dijo todo lo que el Señor había
hecho con sus padres para sacarlos de la esclavitud egipcia hasta el presente.
Es en este momento que Dios escoge a Gedeón para liberarlos de la opresión de
los madianitas.
Obtenida
la victoria sobre sus enemigos es cuando “los
israelitas dijeron a Gedeón: Sé
nuestro Señor, tú y tu hijo, pues nos has librado de la mano de Madián” (v.
22). Fíjese el lector que los israelitas le dicen a Gedeón: “Nos has liberado de la mano de Madián”.
A la hora de reunir a los soldados para emprender la guerra “el Señor le dice a Gedeón: El pueblo que
está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas en su mano, no sea que se alabe Israel contra
mí diciendo: Mi mano me ha salvado” (7: 2). Hecha la selección el ejército
queda reducido a “trescientos hombres”
(7: 6). Finalizada victoriosamente la guerra los israelitas no reconocen que la
victoria ha sido del Señor: “nos has
liberado de la mano de Madián“. La respuesta es la que sirve de base a esta
meditación.
La
tendencia del pueblo de Dios siempre es marginar al señor de sus v idas. Muchas
iglesias van de pastor en pastor creyendo que los hombres elegidos “democráticamente”
los conducirán por el buen camino. Es aquí donde las iglesias tienen que tener
presente las palabras que dice Gedeón a los israelitas que le piden que sea su
rey debido a la victoria conseguida sobre sus enemigos: “No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará, el Señor
señoreará sobre vosotros”. El pastor escogido puede ser verdaderamente un
siervo del Señor, instrumento en sus manos para guiar a la congregación, pero
los fieles jamás deben apartar sus ojos del Señor de la iglesia que es su
Salvador: “Puestos los ojos en Jesús el
Autor y Consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la
cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
Considerad a Aquel que sufrió tal
contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse
hasta desmayar” (Hebreos 12: 2, 3). Si los fieles no edifican sus vidas
sobre la Roca que es Jesús, por más fiel que sea el pastor, siempre edificarán
sobre la arena. Los vientos y las riadas destrozarán sus vidas.
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