diumenge, 22 de gener del 2023

 

LUCAS 4: 24

“De cierto os digo que ningún profeta es acepto en su propia tierra”

Después de haber superado las tentaciones del diablo Jesús inicia en Nazaret,  en donde se había criado, su ministerio público. Como era su costumbre los sábados asistía a la sinagoga. Se le da a leer el libro del profeta Isaías y lo abre en el texto (vv.18, 19). Terminada la lectura “y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó, y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en Él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta escritura delante  de vosotros” (v. 20).

Refiriéndose Jesús al profeta Elías que fue enviado a una viuda en Serepta de Sidón para que le proveyese sustento (1 Reyes 17: 3-24), y al profeta Eliseo que curó de la lepra a Naamán, general del ejército sirio (2 Reyes 5: 1-19). Tanto la viuda como el general fueron gentiles que recibieron el favor de la misericordia de Dios. Al oír los asistentes en la sinagoga que Jesús se refería a las bendiciones que Dios impartió por medio de sus siervos a dos gentiles, “se llenaron de ira” (Lucas 4: 28).

Los asistentes en la sinagoga que obsesivamente respetaban la tradición de guardar el sábado en obediencia a la Ley d Moisés, eran creyentes nominales que guiados por un nacionalismo excluyente no soportaban que Dios bendijese a dos gentiles y marginase a los hambrientos y a los leprosos que sin duda había en Israel.

Europa, España, teóricamente son naciones cristianas y sus ciudadanos se consideran cristianos. A semejanza de aquellos judíos que “se llenaron de ira” en la sinagoga cuando Jesús les habló de la misericordia de Dios a favor de los gentiles, conocen el resumen de la Ley de Dios que dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos” (Marcos 12: 30, 31).

Los hay que celebran misas en honor a Franco con lo cual públicamente se confiesan cristianos, pero se comportan como supremacistas al considerarse superiores al resto de los mortales, pero sus corazones están súper saturados de odio contra aquellos que no son como ellos: inmigrantes, mujeres, independentistas, homosexuales, negros, judíos… La parábola del buen samaritano retrata a la perfección quien es el prójimo de uno. Jesús narra la parábola en respuesta a la pegunta que le hizo un intérprete de la Ley:” ¿Y quién es mi prójimo?” El prójimo de este religioso es ni más ni menos que un samaritano, odiado por los judíos que ayudó al hombre tendido junto al camino que habían dejado medio muerto unos salteadores. Previamente pasaron junto el hombre tendido en el suelo un sacerdote y un levita, ambos religiosos profesionales, que pasaron de largo sin atender al maltrecho. Jesús le dice  interprete de la Ley interesado por saber quién era su prójimo: “¿Quién de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él le dijo: El que usó misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tu lo mismo” (Lucas 10: 25-37). El prójimo de uno es cualquiera persona necesitada que necesita nuestra ayuda.


 

MARCOS 14: 37

“Vino luego y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?”

Cuando Jesús le dijo a Pedro: “¿No has podido velar una hora?”, nos lo está diciendo a nosotros pues, todos sin excepción, tenemos la misma debilidad. Cuando nos encerramos en nuestra habitación para estar a solas con el Señor, leyendo la Biblia y reflexionando la lectura y elevando nuestras oraciones para implorar la misericordia del Señor, ¿no tenemos que luchar para que la somnolencia no se apodere de nosotros para impidir que el devocional finalice abruptamente al caer en un sueño profundo?

Debidamente tenemos que prestar atención a las palabras de Jesús: “Velad y orad, para que no entréis en tentación, el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (v. 35). La oración privada y en secreto es esencial para que la disposición del alma a velar no decaiga con el desuso. Tenemos que obligarnos a separar un tiempo diario para cerrar la puerta de nuestra habitación para estar a solas con el Señor. “Velad y orar” no es una actividad que debamos hacer cuando nos parezca  bien. Es una obligación que tenemos que imponernos diariamente  para mantener la salud espiritual en un alto nivel. Cuando Jesús nos dice “velad y orad, para que no entréis en tentación”, lo dice porque conoce al dedillo las artimañas del diablo que jamás duerme con el propósito de hacernos caer en la tentación y así quitarnos el “el gozo del Señor” que tanto contribuye en mantener la salud mental en un alto nivel.

El lector, en el tema que nos ocupa, tendría que tener siempre presente Efesios 6: 10-20. El texto es una alegoría del equipo que utiliza el soldado a la hora de entrar en combate. Nosotros estamos en una constante lucha contra el diablo por lo que es imprescindible que nos vistamos “de toda la armadura de Dios, para que podamos estar firmes contra las asechanzas del diablo”        (v. 11). Vestirnos “de toda la armadura de Dios” es imprescindible “porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad, en las regiones celestes”  (v.12). Ya que el enemigo de nuestras almas es un ser tan poderoso, el apóstol Pablo nos advierte: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes” (v. 13).

No permitamos que no podamos abrir la puerta de nuestra habitación que tiene que aislarnos del mundanal porque la cerradura  se haya oxidado con el desuso y, cuando la necesidad apremie no podamos acceder a ella para protegernos con toda la armadura de Dios.

 

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