LUCAS 4: 24
“De cierto os digo que ningún profeta es
acepto en su propia tierra”
Después
de haber superado las tentaciones del diablo Jesús inicia en Nazaret, en donde se había criado, su ministerio
público. Como era su costumbre los sábados asistía a la sinagoga. Se le da a
leer el libro del profeta Isaías y lo abre en el texto (vv.18, 19). Terminada
la lectura “y enrollando el libro, lo dio
al ministro, y se sentó, y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en
Él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta escritura delante de
vosotros” (v. 20).
Refiriéndose
Jesús al profeta Elías que fue enviado a una viuda en Serepta de Sidón para que
le proveyese sustento (1 Reyes 17: 3-24), y al profeta Eliseo que curó de la
lepra a Naamán, general del ejército sirio (2 Reyes 5: 1-19). Tanto la viuda
como el general fueron gentiles que recibieron el favor de la misericordia de
Dios. Al oír los asistentes en la sinagoga que Jesús se refería a las
bendiciones que Dios impartió por medio de sus siervos a dos gentiles, “se llenaron de ira” (Lucas 4: 28).
Los
asistentes en la sinagoga que obsesivamente respetaban la tradición de guardar
el sábado en obediencia a la Ley d Moisés, eran creyentes nominales que guiados
por un nacionalismo excluyente no soportaban que Dios bendijese a dos gentiles
y marginase a los hambrientos y a los leprosos que sin duda había en Israel.
Europa,
España, teóricamente son naciones cristianas y sus ciudadanos se consideran
cristianos. A semejanza de aquellos judíos que “se llenaron de ira” en la sinagoga cuando Jesús les habló de la
misericordia de Dios a favor de los gentiles, conocen el resumen de la Ley de
Dios que dice: “Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus
fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos” (Marcos
12: 30, 31).
Los hay
que celebran misas en honor a Franco con lo cual públicamente se confiesan
cristianos, pero se comportan como supremacistas al considerarse superiores al
resto de los mortales, pero sus corazones están súper saturados de odio contra
aquellos que no son como ellos: inmigrantes, mujeres, independentistas,
homosexuales, negros, judíos… La parábola del buen samaritano retrata a la
perfección quien es el prójimo de uno. Jesús narra la parábola en respuesta a
la pegunta que le hizo un intérprete de la Ley:” ¿Y quién es mi prójimo?” El prójimo de este religioso es ni más
ni menos que un samaritano, odiado por los judíos que ayudó al hombre tendido
junto al camino que habían dejado medio muerto unos salteadores. Previamente
pasaron junto el hombre tendido en el suelo un sacerdote y un levita, ambos
religiosos profesionales, que pasaron de largo sin atender al maltrecho. Jesús
le dice interprete de la Ley interesado
por saber quién era su prójimo: “¿Quién
de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los
ladrones? Él le dijo: El que usó misericordia con él. Entonces Jesús le dijo:
Ve, y haz tu lo mismo” (Lucas 10: 25-37). El prójimo de uno es cualquiera
persona necesitada que necesita nuestra ayuda.
MARCOS 14: 37
“Vino luego y los halló durmiendo, y dijo a
Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?”
Cuando
Jesús le dijo a Pedro: “¿No has podido
velar una hora?”, nos lo está diciendo a nosotros pues, todos sin
excepción, tenemos la misma debilidad. Cuando nos encerramos en nuestra
habitación para estar a solas con el Señor, leyendo la Biblia y reflexionando
la lectura y elevando nuestras oraciones para implorar la misericordia del
Señor, ¿no tenemos que luchar para que la somnolencia no se apodere de nosotros
para impidir que el devocional finalice abruptamente al caer en un sueño
profundo?
Debidamente
tenemos que prestar atención a las palabras de Jesús: “Velad y orad, para que no entréis en tentación, el espíritu a la
verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (v. 35). La oración privada
y en secreto es esencial para que la disposición del alma a velar no decaiga
con el desuso. Tenemos que obligarnos a separar un tiempo diario para cerrar la
puerta de nuestra habitación para estar a solas con el Señor. “Velad y orar” no es una actividad que
debamos hacer cuando nos parezca bien.
Es una obligación que tenemos que imponernos diariamente para mantener la salud espiritual en un alto
nivel. Cuando Jesús nos dice “velad y
orad, para que no entréis en tentación”, lo dice porque conoce al dedillo
las artimañas del diablo que jamás duerme con el propósito de hacernos caer en
la tentación y así quitarnos el “el gozo
del Señor” que tanto contribuye en mantener la salud mental en un alto
nivel.
El
lector, en el tema que nos ocupa, tendría que tener siempre presente Efesios 6:
10-20. El texto es una alegoría del equipo que utiliza el soldado a la hora de
entrar en combate. Nosotros estamos en una constante lucha contra el diablo por
lo que es imprescindible que nos vistamos “de
toda la armadura de Dios, para que podamos estar firmes contra las asechanzas
del diablo” (v. 11). Vestirnos
“de toda la armadura de Dios” es
imprescindible “porque no tenemos lucha
contra sangre y carne, sino contra principados, contra los gobernadores de las
tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad, en las regiones
celestes” (v.12). Ya que el enemigo
de nuestras almas es un ser tan poderoso, el apóstol Pablo nos advierte: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios,
para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”
(v. 13).
No
permitamos que no podamos abrir la puerta de nuestra habitación que tiene que
aislarnos del mundanal porque la cerradura
se haya oxidado con el desuso y, cuando la necesidad apremie no podamos
acceder a ella para protegernos con toda la armadura de Dios.
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