SALMO 49: 20
“El hombre que está en honra y no entiende,
semejante es a las bestias que perecen”
El
salmo comienza con esta exhortación: “Oíd
esto pueblos todos, escuchad atentamente habitantes de todo el mundo” (v.
1). El salmista busca captar la atención del lector porque lo
que va a escribir es de vital importancia para él. Especifica: “Así los plebeyos como los nobles, el rico y
el pobre, juntamente. Mi boca hablará sabiduría y el pensamiento de mi corazón
inteligencia” (v. 23).
¿Qué es
lo que quiere el salmista que aprendamos? “Pues
verá que aun los sabios mueren, que perecen del mismo modo que el insensato y
el necio, dejan a otros sus riquezas. Su íntimo pensamiento es que sus casas
son eternas, y sus habitaciones para generación y generación, dan su nombre a
sus tierras” (vv. 10, 11). El salmista nos alerta que los hombres sin
distinción de clase, nivel cultural, raza, todos sin excepción perecen y que
todo esfuerzo para hacerse un nombre no
tiene sentido: “Mas el hombre no permanece
en honra, es semejante a las bestias que perecen” (v. 12). Nos afanamos en almacenar, almacenar.
Engrandecemos los almacenes para guardar todo lo recogido, a veces robando y
matando, y no hemos aprendido que no nos
vamos a llevar nada de este mundo. La caja en la que nos encierran puede ser de
madera noble y de oro los adornos. Nos visten de seda y nos maquillan. Pronto
el cuerpo inerte se cubrirá de gusanos. “este
su camino es locura” (v. 13).
Nos
esforzamos en adquirir conocimientos para triunfar en la vida, pero no
aprendemos lo esencial: “Como rebaños que
son conducidos al sepulcro, la muerte los pastoreará…Se consumirá su buen
parecer, y el sepulcro será su morada” (v. 14). ¡Tantos esfuerzos en querer
conservar la belleza con cosméticos y cirugía para convertirse en una masa de
corrupción! ¡Cuánta vanidad insatisfecha!
La
prensa rosa se encarga de despertar en nosotros la ilusión de poseer abundantes
riquezas, el glamour de vestidos y joyas, espléndidas mansiones. Nos estimula a
desear todo aquello que no nos podremos llevar cuando la guadaña de la muerte
haga su trabajo. Todo ello no sirve para satisfacer el anhelo del corazón. Nos
hace sentir miserables. El salmista nos alerta a que no nos fijemos en el
comportamiento de los necios: “No temas cuando
se enriquece alguien, cuando aumente la gloria de su casa, porque cuando muera
no se llevará nada, ni descenderá tras él su gloria. Aunque mientras viva,
llame dichosa a su alma, y sea loado cuando prospere, entrará en la generación
de sus padres, y nunca más verá la luz. El hombre que está en honra y no
entiende, semejante es a las bestias que perecen” (vv. 16-20).
¿Desea
el lector terminar su vida terrenal de manera tan miserable? ¿Si deseas algo
mejor, Jesús puede preparar para ti un lugar en las mansiones celestiales.
2 SAMUEL 12: 16
“Entonces David rogó a Dios por el niño, y
ayunó David, y entró y pasó la noche acostado en tierra”
Un
drama familiar: David comete adulterio con Betsabé la esposa de Urías. Fruto de
esta relación ilícita la mujer queda embarazada. El profeta Natán, portavoz de
Dios se encarga de amonestar al monarca. Le dice: “Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos del
Señor, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá” (v. 14). ”Y el Señor hirió al niño que la mujer de
Urías había dado a David, y enfermó gravemente” (v. 15). David sufre
dolorosamente la enfermedad del niño: “David
rogó a Dios por el niño, y ayunó David, y entró y pasó la noche acostado en
tierra” (v. 16). Cuando murió el niño “los
siervos de David temían hacerle saber que el niño había muerto, diciendo entre
sí: Cuando el niño aún vivía, le hablábamos y no quería oír nuestra voz,
¿cuánto más se afligirá si le decimos que el niño es muerto” (v. 18).
David,
fijándose en el comportamiento de sus siervos entiende que el niño había
fallecido. Abandona el ayuno, el llanto y la oración. Vuelve a la vida normal.
Los sirvientes que no comprenden el comportamiento del rey, le dicen. “Qué es esto que has hecho?” (v. 21),
respondiendo, les dice: “Viviendo aún el
niño, yo ayunaba y lloraba diciendo: ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de
mí, y vivirá el niño. Mas ahora que ha muerto, ¿para qué ayunar? Yo voy a él,
mas él no volverá a mí” (vv. 22, 23).
David
da una lección a los padres que pierden un hijo. No pueden quitarse de la
cabeza su desaparición. Cada año recuerdan la muerte del hijo, recuerdo que les
hace sufrir. No se puede hacer volver al hijo perdido. Lo sensato sería hacer
lo que hizo David cuando supo que su hijo había muerto. Sin más, olvidó el
dolor que le causaba su enfermedad y emprendió la vida normal. “¿para qué ayunar? Yo voy a él, mas él no
volverá a mí”. Esta frase ha dado mucho que hablar. Yo me quedo con la
opinión que considero más correcta. El niño murió “Porque en maldad fue formado, y en pecado le concibió su madre” (salmo
51: 5). “Por cuanto todos pecaron, y
están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3: 23). Dios tiene
contados los días de nuestra vida. Unos muren en el seno materno. Otros a los
pocos días de haber visto la luz del sol. Otros en la infancia/adolescencia.
Otros en las distintas etapas de la vida adulta. Unos mueren de accidente,
otros tranquilamente mientras miran la tele, otros plácidamente durmiendo en la
cama, otros después de múltiples dolores durante años. Pero todos moriremos.
Ante la evidencia de la muerte tenemos que preguntarnos: Si no hay nada después
del deceso, la vida ha sido un fracaso. Nos asemejamos a los animales que
perecen. Si creemos lo que enseña la Biblia que Cristo murió y resucitó para
dar vida eterna a quienes creen en Él, el dolor es un crisol que sirve para
despojarnos de la escoria que impide que el oro que somos resplandezca con todo
su esplendor. Es decir, sirve para que la imagen de Cristo que llevamos dentro
se vaya manifestando en nosotros para que en la eternidad seamos perfectos como
nuestro Padre celestial es perfecto. No tenemos por qué ser masoquistas pero si el dolor sirve para que la imagen de
Cristo se manifieste con más claridad, bienvenido sea el dolor.