dissabte, 3 de setembre del 2022

 

JOB 12: 23

“Engrandece a las naciones y las destruye, esparce a las naciones y las vuelve a reunir”

El hombre propone pero Dios dispone, dice la sabiduría popular. Es posible que dicho proverbio lo dijese algún hijo de Dios para quedar registrado en el refranero popular. El texto que comentamos nos muestra la autoridad suprema que Dios ejerce sobre las naciones. Los dirigentes políticos creen que poseen el control de las naciones porque a antojo deciden su destino. Realmente es Dios quien ejerce el control de los acontecimientos.  Los políticos proponen pero Dios dispone.

¡Cuántas veces situaciones inesperadas cambian las circunstancias. Los cambios inesperados no provienen de un destino impersonal, de una casualidad. El verdadero origen de los acontecimientos se encuentra en Dios que “Engrandece a las naciones y las destruye, esparce a las naciones y las vuelve a reunir”

“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la Tierra…de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la Tierra, y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hechos 17: 24, 26).

Como Creador que es Dios del cielo y de la Tierra y por haber prefijado el orden de los tiempos, las decisiones políticas  que alteran a su antojo las fronteras, de hecho es Dios quien entre bastidores decide los cambios de los límites ya que Él decide los cambios de las fronteras.

Es cierto que no podemos entender  porque las cosa son tal como son. Tenemos que tener presente que los pensamientos del Señor son más altos que los nuestros y que sus caminos nada tienen que ver con los nuestros.

El profeta Jeremías relata la parábola del alfarero. El Señor le dice al alfarero que vaya al taller del ceramista y observe lo que allí ocurre. Observa al artesano modela que  una vasija que se le echa a perder y con la misma masa de barro hace una de nueva. Entonces vino la palabra del Señor que le dijo al profeta: “¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero oh casa de Israel? dice el Señor. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel” (Jeremías 18: 6). Aportando luz al texto que comentamos, el Señor sigue diciendo: “En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir” (v. 17). Cuando colma el vaso de la iniquidad, Él que conoce al dedillo todo el quehacer humano, con justicia destruye a las naciones que han llegado al punto que les es imposible arrepentirse: “Y vio el Señor que la maldad de los hombres era mucha en la Tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6: 5). El Diluvio anunciado se presentó y solo ocho personas justas se salvaron de morir ahogadas.

SALMO 27: 1

“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?

Solamente un verdadero creyente puede pronunciar una declaración como la que hace el salmista en el texto que comentamos. ¿Puede el lector decir: “El Señor es mi luz y mi salvación? S i no puede hacerlo se encuentra desprotegido de las aguas torrenciales que impactan con fuerza en su persona. El salmista para quien el Señor es su luz y su salvación, se pregunta: ¿de quién temeré? Esta pregunta a la vez es una respuesta: de nada ni de nadie. Nada ni nadie me provocará miedo porque el Señor es el baluarte de mi vida. ¿Quién podrá atemorizarme? El salmista emplea el símil de un baluarte, un castillo que protege de un ejército invasor. Humanamente hablando no existe manera mejor de describir la omnipotencia de Dios. Protegido tras el muro del baluarte, ¿quién podrá atemorizarme?

El mundo conflictivo en que vivimos  engendra muchos miedos. Las personas que desconocen que el Señor es el baluarte que puede protegerlos de los muchos enemigos que los envuelven buscan refugiarse en las pastillas anti estrés, ansiolíticos, bebidas energizantes…Todo ello escudos de cartón que no protegen de los dardos de fuego del Maligno que se encuentra detrás de todas las situaciones que engendran miedo.

“Aunque un ejército acampe  contra mí, no temerá mi corazón, aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado” (v.3).

Inmerso en una lluvia torrencial el salmista entona un cántico de victoria:

“Una cosa he pedido al Señor, ésta buscaré, que esté yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y para examinar su templo. Porque Él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal, me ocultará  en lo reservado de su morada. Sobre una roca me pondrá en alto. Luego levantará mi cabeza sobre mis enemigos que me rodean, y sacrificaré en su tabernáculo sacrificios de júbilo, cantaré y entonaré alabanzas al Señor”  (vv. 4-6).

Teniendo a Jesús como baluarte no existe enemigo que pueda infundirnos miedo.

 

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