JOB 12: 23
“Engrandece a las naciones y las destruye,
esparce a las naciones y las vuelve a reunir”
El
hombre propone pero Dios dispone, dice la sabiduría popular. Es posible que
dicho proverbio lo dijese algún hijo de Dios para quedar registrado en el refranero
popular. El texto que comentamos nos muestra la autoridad suprema que Dios
ejerce sobre las naciones. Los dirigentes políticos creen que poseen el control
de las naciones porque a antojo deciden su destino. Realmente es Dios quien
ejerce el control de los acontecimientos.
Los políticos proponen pero Dios dispone.
¡Cuántas
veces situaciones inesperadas cambian las circunstancias. Los cambios
inesperados no provienen de un destino impersonal, de una casualidad. El
verdadero origen de los acontecimientos se encuentra en Dios que “Engrandece a las naciones y las destruye,
esparce a las naciones y las vuelve a reunir”
“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas
que en él hay, siendo Señor del cielo y de la Tierra…de una sangre ha hecho
todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la Tierra,
y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hechos 17: 24, 26).
Como
Creador que es Dios del cielo y de la Tierra y por haber prefijado el orden de
los tiempos, las decisiones políticas
que alteran a su antojo las fronteras, de hecho es Dios quien entre
bastidores decide los cambios de los límites ya que Él decide los cambios de
las fronteras.
Es
cierto que no podemos entender porque
las cosa son tal como son. Tenemos que tener presente que los pensamientos del
Señor son más altos que los nuestros y que sus caminos nada tienen que ver con
los nuestros.
El
profeta Jeremías relata la parábola del alfarero. El Señor le dice al alfarero
que vaya al taller del ceramista y observe lo que allí ocurre. Observa al
artesano modela que una vasija que se le
echa a perder y con la misma masa de barro hace una de nueva. Entonces vino la
palabra del Señor que le dijo al profeta: “¿No
podré yo hacer de vosotros como este alfarero oh casa de Israel? dice el Señor.
He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi
mano, oh casa de Israel” (Jeremías 18: 6). Aportando luz al texto que
comentamos, el Señor sigue diciendo: “En
un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar,
y destruir” (v. 17). Cuando colma el vaso de la iniquidad, Él que conoce al
dedillo todo el quehacer humano, con justicia destruye a las naciones que han
llegado al punto que les es imposible arrepentirse: “Y vio el Señor que la maldad de los hombres era mucha en la Tierra, y
que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo
solamente el mal” (Génesis 6: 5). El Diluvio anunciado se presentó y solo
ocho personas justas se salvaron de morir ahogadas.
SALMO 27: 1
“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién
temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?
Solamente
un verdadero creyente puede pronunciar una declaración como la que hace el
salmista en el texto que comentamos. ¿Puede el lector decir: “El Señor es mi luz y mi salvación? S i
no puede hacerlo se encuentra
desprotegido de las aguas torrenciales que impactan con fuerza en su persona.
El salmista para quien el Señor es su luz y su salvación, se pregunta: ¿de quién temeré? Esta pregunta a la vez
es una respuesta: de nada ni de nadie. Nada ni nadie me provocará miedo porque el Señor es el baluarte de mi vida. ¿Quién podrá atemorizarme? El salmista
emplea el símil de un baluarte, un castillo que protege de un ejército invasor.
Humanamente hablando no existe manera mejor de describir la omnipotencia de
Dios. Protegido tras el muro del baluarte, ¿quién podrá atemorizarme?
El
mundo conflictivo en que vivimos
engendra muchos miedos. Las personas que desconocen que el Señor es el
baluarte que puede protegerlos de los muchos enemigos que los envuelven buscan
refugiarse en las pastillas anti estrés, ansiolíticos, bebidas
energizantes…Todo ello escudos de cartón que no protegen de los dardos de fuego
del Maligno que se encuentra detrás de todas las situaciones que engendran
miedo.
“Aunque un ejército acampe contra
mí, no temerá mi corazón, aunque contra mí se levante guerra, yo estaré
confiado” (v.3).
Inmerso
en una lluvia torrencial el salmista entona un cántico de victoria:
“Una cosa he pedido al Señor, ésta buscaré, que esté yo en la casa del
Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y para
examinar su templo. Porque Él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal,
me ocultará en lo reservado de su
morada. Sobre una roca me pondrá en alto. Luego levantará mi cabeza sobre mis
enemigos que me rodean, y sacrificaré en su tabernáculo sacrificios de júbilo,
cantaré y entonaré alabanzas al Señor” (vv.
4-6).
Teniendo a Jesús como baluarte no existe
enemigo que pueda infundirnos miedo.
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