DEUTEONOMIO, 5: 29
“¡Quien diera que tuviesen tal corazón, que
me temiesen y que guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a
ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!”
El
texto que comentamos es el lamento del Padre celestial que sufre al ver que su
pueblo se aleja de Él. Quiere lo mejor
para sus hijos, pero estos, en vez de lamentar su pecado se vuelven ansiosos
hacia otros dioses que además de ser incapaces de ayudarles, al adorar a
Satanás en los ídolos que fabrican con sus manos, el diablo como padre de
mentira y homicida que es desde el principio, les acarrea muchos males.
Ya Adán
y Eva se esconden ente los árboles del paraíso porque la vergüenza que les
hacía sentir su pecado les hacía considerar indignos de hablar con su Creador.
Vanamente intentan hacer desaparecer la vergüenza de verse desnudos haciéndose
unos delantales cosidos con hojas de higuera. Pero la vergüenza se mantiene
firme. Es el mismo Señor quien tiene que sustituir sus andrajosos vestidos con
otros fabricados con las pieles de unos animales que sacrificó. La sangre de
estos animales no podía borrar su pecado pero simbolizaban la de Jesús que sí
borra todos los pecados. Hechas la paces con Dios por la fe en el Hijo que
señalaban los animales sacrificados se restablece la comunicación con Dios que
se había perdido.
Indiscutiblemente
la salvación obtenida por la fe en Jesús no puede perderse. Nada ni nadie podrá
separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús. Ello no quita que pueda
darse un infantilismo espiritual que el apóstol Pablo denuncia: “De manera que yo, hermanos, no puedo
hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como niños en Cristo. Os di
a beber leche y no vianda, porque aún no erías capaces, ni sois capaces
todavía, porque aún sois carnales, pues habiendo entre vosotros celos,
contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? (1
Corintios 3: 1-3). ¿No se dan celos, contiendas y disensiones en las iglesias?
Nos comportamos como niños en Cristo a quienes se nos tiene que dar a beber leche a pesar de los muchos años que
llevamos como cristianos. No hemos madurado. Permanecemos en una anómala
infancia espiritual que nos incapacita para comer vianda sólida que es la
totalidad de la Palabra de Dios.
Si es
esta nuestra condición ya es hora de que empecemos a reconocerlo. El procesos
de abandonar la niñez espiritual y crecer hasta alcanzar la condición de
adultos en la fe, se inicia con el arrepentimiento.. El reconocimiento de
nuestra desnudez que nos avergüenza para que el Señor nos cubra con la túnica
de lino blanco que significa que nuestros pecados has sido lavaos por la sangre
de Jesús. No necesitamos volver a nacer
porque si de verdad hemos creído en Jesús como nuestro Señor y Salvador
ya somos hijos de Dios aun cuando sigamos siendo pecadores. Por ello necesitamos arrepentirnos diariamente de nuestros pecados para no entristecer al
Espíritu Santo. Si no nos arrepentimos, el Espíritu Santo no podrá
fortalecernos y seguiremos siendo niños en la fe con lo que entristeceremos a
nuestro Padre celestial.
DEUTERONOMIO 18: 11
“Ni quien consulte a los muertos”
“Cuando entres en la tierra que el Señor tu
Dios te da, no aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones” (v.9). el texto detalla las
diversas prácticas que son abominables a los ojos del Señor. Gracias a Dios que
en su misericordia la práctica de hacer pasar a los hijos por el fuego ha sido
borrada de nuestra cultura. Otras, como “practicar
adivinación, agorero, sortilegio, hechicería, encantador, adivino, mago “ (v.
11), persisten en nuestra sociedad. Las prácticas de consultar a los muertos
están prohibidas por Dios porque son medios fraudulentos, inspirados por
Satanás, el padre de la mentira, para conocer el futuro. Que Satanás es
homicida desde el principio que se lo pregunten a Adán que debido a su
desobediencia murió espiritualmente y más tarde físicamente. Satanás pretende
que no creamos en Dios ni en su Hijo que vino al mundo para deshacer las obras
del diablo.
Una
explicación que nos haga comprender
porque el ocultismo, consultar a
los muertos, en sus diversas formas, está tan extendido en nuestros días. La
adoración a los santos y vírgenes, tan
destacada en la Iglesia Católica y entre algunas denominaciones protestantes, a
pesar de ser algo tan común y respetable, no deja de ser consultar a los
muertos. La explicación la encontramos en el rey Saúl que debido a su
desobediencia a Dios, Él se apartó del monarca rebelde. El texto nos dice que
estando a punto de iniciarse el combate contra los filisteos, “cuando vio Saúl el campamento de los
filisteos, tuvo miedo, y se turbó su corazón en gran manera. Y consultó Saúl al
Señor, pero el Señor no les respondió ni por sueños, ni por Urim ni por
profetas” (1 Samuel 28: 5, 6). El silencio de Dios desesperó a Saúl quien
en sus prisas por conocer de antemano el
resultado de la batalla que iba a celebrase en breve dijo a sus consejeros: “Buscadme
una mujer que tenga espíritu de adivinación, para que vaya a ella y por
medio de ella pregunte” (v. 7).
Encontrándose desamparado y aterrorizado, contradijo la orden que había dado de
“cortar de la tierra a los evocadores y a
los adivinos” (v.9). Saúl murió en la batalla. La Biblia nos dice cuál fue
la causa de su muerte: “Así murió Saúl
por su rebelión con que prevaricó contra el Señor, contra la palabra del Señor,
la cual no guardó, y porque consultó a
una adivina” (1 Crónicas 10: 13).
El
silencio de Dios debido a que el pecado corta la comunicación con Él, el medo
se apodera de nosotros y pareciéndonos a Saúl buscamos en la adivinación, aun
cuando sean santos y vírgenes, pero, de los labios de los adivinos, las
vírgenes los santos, brotan mentiras que no desvelan el futuro que está en las manos de Dios. En
la Jerusalén celestial no entrarán “los
hechiceros” (Apocalipsis 22. 15). Si
los hechiceros no entran en el Reino de Dios es de suponer que tampoco entrarán
los que practican cualquier tipo de adivinación. Mala decisión toman aquellos
que en vez de buscar dirección en Dios, que es quien conoce a la perfección el futuro, consultan a
los muertos que no los pueden asesorar.
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