SALMO 52: 7
“He
aquí al hombre que no puso a Dios por su fortaleza, sino que confió en la
maldad de sus riquezas, y se mantuvo en su maldad”
El salmo 52 lo escribe David teniendo en
cuenta a “Doeg edomita que dio cuenta a Saúl diciéndole: David ha venido a casa
de Ahimelec”. David rodeado de su séquito manifestó el odio que sentía hacia
David y porque su hijo Jonatán estuviese al lado del prófugo. Doeg dio cuenta al rey Saúl en este consejo que David había estado hablando
con el sacerdote Ahimelec. El resultado de esta denuncia fue el asesinato de
“ochenta y cuatro varones que vestían
efod de lino” (1 Samuel 22: 18) y toda la población de Nob. A la vista de este
trasfondo histórico podemos comprender la dureza de las palabras que David
escribe en este salmo que comentamos.
El contexto de este salmo es
perfectamente transportable a la situación política de nuestros días. “Por qué
te jactas de maldad, oh poderoso?” (v.1). “Agravios maquina tu lengua, como
navaja afilada hace engaño, amaste el mal más que el bien, la mentira más que
la verdad. Has amado toda suerte de palabras perniciosas, engañosa lengua” (vv.
2-4).
Las duras palabras que escribe David
refiriéndose a Doeg, ¿no pueden aplicarse a muchos políticos que en los mítines
sus lenguas vomitan amenazas y mentiras
más que la verdad? En la campaña electoral que condujo a la votación del 28 de
abril de 2019, los oídos de las personas se hartaron de oír proclamas
incendiarias contra los adversarios políticos. Parece ser que las difamaciones
que se pronuncian durante los períodos electorales no tienen consecuencias
penales para quienes las dicen.
Pero Dios es justo y da a cada uno lo que
sus obras se merecen. Muchos políticos creen que porque son poderosos son
intocables porque se encuentran bajo la protección del Estado y el apoyo del
poder judicial. Si Dios no existiese podrían cantar victoria con todos los
apoyos humanos que tienen. Dios no ha muerto. No es una invención de los
hombres como algunos dicen porque creen que así no tendrán que dar cuentas al
Ser supremo. Dios es el eterno y todopoderoso Señor de la creación y del
hombre. Es paciente a la hora de ajustar cuentas. Cuando lo hace, la sentencia
es inapelable. Para el hombre que no puso a Dios por su fortaleza, sino que se
mantuvo en la maldad de sus riquezas, y se mantuvo en su maldad”, he aquí lo
que David dice que Dios va a hacer con él: “Por tanto, Dios te destruirá para
siempre, te asolará, y te arrancará de tu morada, y te destruirá de la tierra
de los vivientes” (v.5).
SALMO 116: 3,4
“Me
rodearon ligaduras de muerte, me encontraron las angustias del sepulcro,
angustia y olor había yo hallado. Entonces invoqué el Nombre del señor
diciendo: Oh Señor, libra ahora mi alma”
La muerte está presente de modo
permanente en nuestro mundo. Se lucha contra ella con medios ineficaces. A
pesar de los esfuerzos sigue bien viva.
Son indiscutibles los progresos que se hacen en el campo de la medicina,
especialmente en Occidente. Los avances consiguen alargar el promedio de vida,
pero no vencer a la muerte. Siempre sale victoriosa. No lo olvidemos.
Por cierto, creando un nuevo problema:
¿Cómo poder seguir pagando las pensiones? Podemos estar tranquilos: la muerte
no será vencida por medios humanos. Dada la condición humana, ¿qué sucedería si
el hombre consiguiese vencer a la muerte? Dejemos de especular. Nos guste o no
tenemos que enfrentarnos a ella. Lo razonable y sensato sería aceptar su
existencia. Declaraciones como: “La muerte es muy injusta”. Oponiéndonos a ella
dando cabezazos contra la pared, además de no eliminarla, nuestra actitud
empeora nuestra salud mental lo cual representa una sobre carga muy difícil de
llevar.
Ante la enfermedad, que es el preludio de
la muerte, el salmista describe perfectamente los sentimientos que nacen en el
alma y que los medicamentos más novedosos y “eficaces” son incapaces de borrar:
“Me rodearon ligaduras de muerte, me encontraron las angustias del sepulcro,
angustia y dolor había yo hallado”. Desconozco qué clase de lector lee este
comentario. Si es ateo, aun cuando pueda ser un ferviente religioso, ante la
enfermedad irreversible que mantiene a uno postrado en el lecho, sin esperanza
de recuperar la salud, se encuentra totalmente desprotegido, abandonado, aun cuando
tenga a sus familiares a su alrededor, sin tener a su lado a alguien que en tan
delicada situación pueda consolarle y darle esperanza cierta para el después
que llegue la muerte inevitable.
El salmista se enfrenta al momento al que
inevitablemente todos tendremos que
enfrentarnos no buscando consuelo en quienes están alrededor, sino que como
hombre de fe su mirada está puesta en las alturas y dirigiéndose a Dios dice.
“Oh señor, libra ahora mi alma”. El incrédulo, aun cuando pueda ser un
ferviente religioso como lo demuestran las imágenes de vírgenes, santos y
cristos que tiene a su lado, si no ha tenido
en cuenta al Señor en su camino, cuando llega el momento de abandonar
este mundo para enfrentarse a la eternidad que le espera, no tiene a quien
encomendarse. Cogiéndose a un hierro al rojo vivo, confiará en las promesas, sin garantía de
certeza, en la confesión auricular, la extremaunción, las oraciones por los
difuntos. En todo ello no encuentra el consuelo y esperanza que necesita. El
salmista exclama: “Oh Señor, libra ahora mi alma”. En ti que moriste por mí en
el Gólgota derramando tu sangre preciosa para limpiarme todos mis pecados,
tengo la certeza que le diste al malhechor que
colgaba a tú lado en la cruz: “hoy estarás conmigo en el paraíso.
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