dilluns, 3 de desembre del 2018


SALMO 118:6

“El Señor está conmigo, no temeré lo que me pueda hacer el hombre”
El salmo 118 comienza con esta declaración: “Alabad al Señor porque Él es bueno, porque para siempre es su misericordia”. El salmista mantiene una relación íntima con el Señor. No forma parte del grupo de cristianos denominados “domingueros” que en el día del Señor participan en los cultos por costumbre y que creen que por su asistencia ausente en los cultos ya han cumplido con el precepto dominical. Este grupo de cristianos es el que de labios honran al Señor pero sus corazones están lejos de Él. El salmista no comparte con ellos su religiosidad.
El salmista es una persona normal que como todas las personas normales atraviesa también días malos. ¿Cómo reacciona ante tales situaciones? “Los creyentes no practicantes” reaccionan ante los días malos con quejas, lamentaciones, rebeldía y en consecuencia con síntomas de estrés que tienen que combatir con pastillas. El salmista responde con confianza en el Señor en el día malo porque es su Ayudador. Afirma: “El Señor está conmigo entre los que me ayudan. Por tanto yo miraré triunfante a los que me aborrecen” (v. 7). Los que le aborrecen porque aborrecen al Señor reaccionan de maneras que acreditan la ausencia que en ellos hay de fe en el Señor. El salmista ante la adversidad reacciona con calma, manifestando la paz de Dios que sobrepasa la comprensión humana. Sin estridencias denuncia a sus enemigos la victoria alcanzad con la ayuda del Señor.
“Mejor es confiar en el Señor que confiar en el hombre. Mejor es confiar en el Señor que confiar en príncipes” (vv.8,9). En nuestro andar por este mundo se levantan dificultades mil. Existen dos maneras de enfrentarse a ellas. La una es confiar en el hombre y en los poderes de este mundo. El resultado es el fracaso porque aun cuando pueda tener la apariencia de ser un Sansón lo cierto que es un ser débil necesitado de ayuda. La ayuda que el hombre pueda prestar es nula. La otra es confiar en el Todopoderoso, el Creador de todo lo existente que “da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ninguna. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen, pero los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán, y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40:29-31). En palabras de Jesús: “Venid  a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11: 28). El cansancio que debe preocuparnos no es el físico que desaparece con una noche de dormir reparados. Lo que sí debe ser motivo de nuestra preocupación es la fatiga crónica que tiene que ver con el alma cargada de pecado. La sangre de Jesús borra todo vestigio de pecado y con el salmista puede cantar una alabanza al Salvador: Alaba al Señor porque es bueno contigo.


PROVERBIOS 17: 3

“El crisol para la plata y el horno para el oro, pero el Señor prueba los corazones”
Cuando Adán pecó Dios maldijo a la tierra por su culpa. Aun cuando es cierto que proveyó para que se pudiera recuperar el paraíso perdido en el día final cuando Jesús en su gloria venga para instaurar el Reino de Dios eterno en donde no habrá dolor ni muerte y nada injusto tendrá cabida en él, lo cierto es que la tierra sigue maldecida y  continua produciendo cardos y espinos y que debe cuidarse con el sudor de la frente. El Roto en una de sus viñetas presenta a un hombre encorvado con una azada en la mano trabajando la finca. La imagen va acompañada de este texto: “Herbecidas, insecticidas, pesticidas, nitratos, plásticos, transgénicos…¡Trabajando un campo de minas!” El Roto describe la maldición que pesa sobre la tierra a pesar de que es muy posible que ignore su origen. La maldición va mucho más allá de lo ecológico. Toca de lleno al hombre que por su transgresión introdujo la muerte. Ésta afecta incluso a los hombres de Dios como indica el capítulo 5 de Génesis. A la muerte le acompaña el dolor, el sufrimiento. De momento todo ello es inevitable.
El texto nos dice que el Señor prueba los corazones. Él ya sabe lo que hay en ellos. Antes de que se formen los pensamientos ya sabe lo que vamos a pensar. Aun cuando por la fe en Jesús nos convertimos en hijos de Dios y como tales somos santos, somos santos pecadores y el pecado que hay en nosotros en un momento u otro nos juega una mala pasada. Como hijos de Dios somos oro en bruto. El precioso mineral va acompañado de escoria, minerales sin valor que deben separarse del oro para que brille fulguroso. ¿Cómo se purifica el oro? Se pone en el crisol y se enciende fuego. El calor derrite el mineral y en su estado líquido es cuando se puede iniciar el proceso de separar la escoria que le resta valor.
En el campo espiritual sucede algo parecido. Los cristianos somos oro en bruto. Cargamos con la escoria del pecado que nos envilece. El sufrimiento es el fuego que permite separar todo aquello que afea nuestra santidad. El señor conoce el grado de sufrimiento que somos capaces de soportar sin llegar al punto de blasfemar su Nombre. Administra el sufrimiento adecuándolo a la capacidad de nuestra resistencia. Es así como la imagen de Jesús se va formando en nosotros y cada vez nos vamos asemejando más a Él. Así será en tanto estemos en este mundo en las condiciones actuales. En el día de la resurrección el crisol y el fuego no se necesitarán. Nos presentaremos ante Él sin ninguna mancha y sin ninguna arruga. Seremos perfectos como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto. Resplandeceremos con la gloria a la que nos ha llamado Jesús nuestro Redentor.



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