PROVERBIOS 22:6
“Instruye
al niño en su camino, y aun cuando sea viejo no se apartará de él”
Una noticia que me produjo escalofríos
y que me recordó el salmo 119:37: “Aparta mis ojos que no vean la vanidad,
avívame en tu camino”, fue leer en el periódico el título: “Bendición en la
catedral de Lleida de los “jesusitos” que forman parte de los belenes”. El
artículo va acompañado de una fotografía en la que padres y niños portadores de
imágenes que supuestamente representan al niño Jesús frente al obispo bendiciendo
a las imágenes.
El primer pensamiento que pasó por mi
cabeza fue: Ya que para la Iglesia católica las imágenes representan a alguien,
en el momento en que el obispo bendice a los “jesusitos” lo está haciendo al
Jesús que las figuras representan. ¿No es una usurpación de autoridad? La
Biblia enseña que el mayor es quien bendice al menor. Dios bendice a Abraham.
Melquisedec, este personaje que de súbito aparece en la vida de Abraham a quien
el patriarca ofreció el diezmo del botín, “bendijo al que tenía la promesa. Y
sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor” (Hebreos 7: 6,7). ¿El
obispo se atreve a bendecir a Jesús a quien según él la imagen representa? Con
su proceder se hace mayor que Jesús.
El otro tema que aparece en la
bendición episcopal de “jesusitos” es el de la idolatría. A pesar de que la
Iglesia católica no lo vea así porque no adora a la imagen sino lo que esta
representa, la Biblia no le da su bendición: “No te harás imagen, ni ninguna
semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las
aguas debajo de la tierra, no te inclinarás ante ellas, ni las adorarás…”(Éxodo
20: 4,5). Prohibición clara que el obispo transgrede.
¿Qué enseña el obispo con la bendición
de “jesusitos”? Educa a los niños que asisten a la ceremonia de bendición a ser
idólatras. El texto que comentamos enseña la trascendencia que tiene la
educación de los niños: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando sea viejo
no se apartará de él”. El obispo no hace lo que dice el dicho popular: “La
letra con sangre entra”. No utiliza ni el azote ni la mano dura. Emplea la
dulzura. De forma inconsciente introduce en las almas infantiles que lo que
están haciendo es algo bueno. Cuando sean adultos estos niños tal vez serán
“creyentes no practicantes”, pero de manera inconsciente verán como algo normal la
práctica idolátrica y tal vez consideren a los ídolos como patrimonio cultural
cuando la Biblia enseña que deben ser destruidos. Los padres que acompañan a
sus hijos a la bendición de “jesusitos” de sus belenes familiares les están
enseñando a ser idólatras. Las palabras blandas que penetran con la suavidad
del aceite no quitarán valor a lo que
representa la idolatría. La idolatría no deja de ser idolatría
La bendición de “jesusitos” esconde algo muy grave. Se encamina a los niños que asisten a la
ceremonia a la condenación eterna, a no ser que previo al fallecimiento, por la
misericordia del Señor se conviertan a Él y la sangre de Jesús les limpie todos
sus pecados. De no ser así, “los idólatras…tendrán su parte en el lago que arde
con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 24:8).
2 SAMUEL 11: 9
“Mas
Urías durmió a la puerta de la casa del rey con todos los siervos de su Señor,
y no descendió a su casa”
¿Por qué Urías se comportó de la manera
que describe el texto que comentamos? Todo empezó en un atardecer cuando el rey
David se levantó de la cama y salió al balcón a echar una ojeada a la ciudad.
Mientras sus ojos giraban para contemplar a la Jerusalén que tenía bajo sus
pies, sus ojos se inmovilizaron para fijarse en una mujer: Betsabé, que se
estaba bañando. La deseó. La hizo traer a palacio. Cohabitó con ella. Le llega
la noticia que la mujer estaba embarazada. De hacerse público la deshonra
caería sobre el monarca. El pecado debe esconderse debajo de la alfombra.
Urías, el marido de la mujer ultrajada se encontraba en el campo de batalla.
David lo hace venir con urgencia. El soldado se presenta ante el rey que le
pregunta sobre la guerra y el estado en que se encontraba la tropa. El interés
por la situación bélica era pura hipocresía. Finalizada la entrevista le dice
al soldado: “Desciende a tu casa y lava los pies” (v.8). El deseo del rey no se
cumplió. Urías durmió con la guardia de palacio. David persistió, sin
resultado, en que Urías fuese a su casa. Visto el éxito lo envía de nuevo a
reunirse con el ejército con una carta en la que se ordena a Joab, el general,
que ponga a Urías en un lugar de peligro para que muera en combate. Dicho y
hecho. Urías murió en el asalto a la ciudad,
La hipocresía no sirve para esconder el
pecado. Dios envía a David al profeta Natán para que le diga que conoce su
pecado. Que no ha podido evitar que sus ojos lo hayan visto. ¿Cómo reacciona
David al saberse descubierto? “Pequé contra el Señor. Y Natán le dijo a David:
también el Señor ha redimido tu pecado, no morirás” (12:13). El pecado aun
cuando sea perdonado tiene sus consecuencias temporales. En este sentido es
útil la lectura del capítulo 12 de 2 Samuel.
Arrepentido David de su pecado el
profeta le dice al rey: “No morirás”. Lo cierto es que David murió anciano, en
la cama y acompañado de Betsabé. David por el hecho de ser un hijo de Dios no
podía perder su condición de hijo. Su salvación eterna estaba garantizada. El
“no morirás” de Natán nos abre la puerta a una cuestión de capital importancia:
¿Qué ocurre a quienes mueren sin recibir
el perdón de Dios? Ya que estamos tratando el pecado de un monarca, ¿qué les
aguarda a los reyes, a los presidentes de gobierno, a las altas jefaturas del
Estado que fallecen sin haber recibido el perdón de los pecados que
únicamente concede Dios? Mueren, se los
entierra recibiendo honores de Estado. Asemejándose a David mueren físicamente.
A diferencia de él: la muerte espiritual. Toda la eternidad alejados de la
presencia de Dios abrasándose en el fuego infernal que quema pero que no
consume. Hoy el sol sale para justos e injustos. La ventana de la misericordia
de Dios permanece abierta. Si se desaprovecha el período de gracia, los grandes
de la tierra por muchos honores que reciban en los funerales, por obispos,
arzobispos cubiertos con sus ornamentos pontificales que impartan sus
bendiciones, su destino es la
condenación eterna. La sentencia del
Juez supremo es inapelable.
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