dilluns, 11 de desembre del 2017

MIQUEAS 5:2

“Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti saldrá el que será Señor en Israel, y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”
“La imagen que era muy grane, y cuya gloria era muy sublime” (Daniel 2:31) que soñó Nabucodonosor y que representaba cuatro imperios fue destruida por “una piedra cortada no con mano” (v.34). “Mas la piedra que hirió la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra” (v.35). Esta profecía nos está señalando que todos los reinos de este mundo que se irán  levantando uno detrás de otro, así como aparezcan irán desapareciendo sucesivamente  hasta que quedará únicamente un solo reino que es el eterno Reino de Dios.
La piedra cortada no con mano que llena toda la tierra empieza a tomar cuerpo en la profecía de Miqueas. El rey del Reino de Dios nos dice que es un Ser eterno y que llegado el cumplimiento del tiempo se encarnará en la simiente de la mujer  que heriría a la serpiente en la cabeza que gobierna por medio de sus hijos todos los reinos de este mundo. El lugar en que se producirá tan maravilloso acontecimiento será el pequeño pueblo de Belén, dando a entender el profeta que el Rey, en cumplimiento de la promesa a David, será descendiente del rey de Israel (Mateo 1: 6).
Las naciones que han existido, existen y existirán en el futuro, todas ella nacen en la confusión de lenguas que provoco Dios y que causó la dispersión de la humanidad para llenar toda la tierra. Las naciones son el resultado de la desobediencia del hombre a Dios. La humanidad en vez de extenderse por toda la tierra como era el mandato de Dios pretende concentrarse en una gran ciudad. Proyecto que Dios impide al obligarlos a dispersarse con el agravante que por la diversidad de lenguas que hablaban no se entenderían.
En tanto el Reino de Dios no se manifieste de forma visible al final del tiempo, quienes somos hijos de Abraham por poseer su misma fe tenemos que vivir en uno de los reinos que son resultado de la confusión de lenguas, dando testimonio del Rey Jesús, y mientras no llegue el día señalado debemos buscar el bien del reino en donde el Rey nos haya colocado temporalmente.
Nos encontramos en período navideño. La Navidad pagana que se celebra no es la nuestra. Pero la auténtica Navidad que es la encarnación  del Rey   efectuada en Belén Efrata significa que Dios cumple su promesa. El Hijo humillándose haciéndose hombre para salvar al pueblo de Dios de sus pecados es la garantía que en su día reinará glorioso en el Reino de Dios en donde prevalecerá la justicia inmaculada. El pueblo de Dios no anda por vista sino por fe, con la esperanza que no se marchita: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y Él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11: 15).



GÉNESIS 3: 7

“Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos, entonces cosieron hijas de higuera y se hicieron delantales”
David McCosland en su escrito “Carácter o reputación” cita al entrenador de baloncesto  John Wooden que creía que el carácter era más importante que la reputación al decir: “La reputación es lo que las otras personas piensan de ti”. El entrenador a menudo decía a sus jugadores: “El carácter es lo que realmente sois. Solamente vosotros conocéis vuestro carácter. Podéis engañar a las otras personas, pero no podéis engañaros a vosotros mismos”.
Encabezo este comentario con el texto Génesis 3: 7 porque describe a la perfección lo que David McCosland decía a sus jugadores. El texto sitúa a Adán y Eva en su condición de pecadores. Fuera de ellos solamente existía Dios. Antes del pecado todo funcionaba a la perfección porque estaban en paz con Dios. Su carácter estaba en armonía con la santidad de Dios. Tan pronto pecaron su carácter se hizo impuro. Fueron conscientes de la fealdad que su alma había adquirido. Dios era el único testigo de la transformación y pensaron engañarle vistiéndose con los delantales que habían cosido con hojas de higuera. Pero no lo consiguieron porque Dios contemplaba las profundidades de sus almas. Si a su alrededor hubiesen habido otras personas a estas las hubieran engañado porque su representación les hubiera hecho pensar que eran personas de buena reputación: una matrimonio feliz, trabajadores, excelentes personas, fiables y un largo etcétera de buenas cualidades A Dios no le dan gato por liebre y no le engaña su aparente buena reputación.

El ser humano en su ceguera prescinde de Dios. Únicamente tiene en cuenta al prójimo y la opinión que este pueda tener de él. Es por ello que adaptando los delantales confeccionados con hojas de higuera los transforma en trajes de Maximo Duchi, corbata de seda, zapatos de marca. Con ello piensa adquirir una buena reputación. A veces lo consigue por un tiempo. Pero Dios prescinde de su aparente buena reputación y con su mirada penetrante atraviesa nuestro vestuario de marca y contempla la fealdad de nuestro carácter. Adán y Eva no se opusieron a que Dios cubriera su desnudez con las pieles de unos animales sacrificados por el mismo Dios cuya sangre simbolizaba la de Jesús que siglos más tarde sería derramada en la cruz del Gólgota. El carácter malo de nuestros primeros padres se hizo bueno en proceso de perfeccionamiento. Por ello, el verdadero creyente en Jesús no esconde ante Dios la maldad de su carácter. Lo reconoce. Confiesa al Señor su pecado, se arrepiente y pide perdón por ello. Su carácter se va perfeccionando hasta que en el día de la resurrección será perfecto como lo es el Padre celestial  

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