SANTIAGO 4: 7
“Someteos,
pues a Dios, resistid al diablo, y huirá de vosotros”
La llaman la “huella del diablo”. Es la forma de un pie gravado en la roca de
una colina cercana en una iglesia en Ipswich Massachusetts. Según una leyenda
la huella se produjo un día del año 1740
cuando el evangelista Whitefield predicó de manera tan poderosa que el diablo
se lanzó desde el campanario de la iglesia y cayó sobre la roca en su huida
fuera de la ciudad.
A pesar de que es una leyenda, nos
recuerda el texto que encabeza este comentario. En el momento en que Adán por
instigación de Eva puso en duda la autoridad de Dios que prohibía comer el
fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (Génesis 2:17), dejó de
someterse a la autoridad de Dios. Por ello fue incapaz de resistir al diablo.
Vayamos a la tentación de Jesús y veamos
cómo resistió al diablo. En los versículos 4, 7, 10 de Mateo 4, descubrimos que
lo consiguió presentando al tentador la autoridad de las Escrituras. Jesús es
el modelo de hombre perfecto que debemos imitar. Nos da el ejemplo de utilizar
la Biblia como escudo que impide que los dardos de fuego que le lanza el
Maligno, le perjudiquen. Superadas las tres tentaciones, el texto sigue
diciendo. “El diablo entonces le dejó” (v. 11). Lucas 4:13 nos aporta una información más amplia de lo
que hizo el diablo después de su derrota: “Y cuando el diablo hubo acabado toda
tentación, se apartó de Él por un tiempo”. El diablo jamás tira la toalla
después de un fracaso. Cuando tiene que huir con el rabo entre las piernas, no
se da por vencido. Espera otra oportunidad esperando cogernos desprevenidos.
Esto significa que jamás debemos bajar la guardia. En todo momento tenemos que
ir “vestidos con toda la armadura de Dios, para que podamos estar firmes,
contra las asechanzas del diablo” (Efesios 6:11). Como soldados cristianos
tenemos que tener siempre a punto nuestro equipo para que no presente ningún
punto débil por el que nuestro Enemigo no pueda introducir a través de él sus dardos de fuego mortales.
Durante la reconstrucción de las murallas
de Jerusalén, ante el temor de un ataque de los enemigos de los judíos, los
constructores dormían vestidos y con las armas al alcance de las manos, El
ejemplo que nos dan debemos aplicarlo en nuestra lucha espiritual contra el
diablo, el enemigo de nuestras almas
En nuestra lucha contra el diablo
estaremos siempre listos para el combate si seguimos el consejo que nos da el
apóstol Pablo: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el
Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los
santos” (Efesios 6:18). No debemos olvidar que la lucha contra el diablo no es
una cuestión individual, sino algo que afecta a “todos los santos”. En nuestra
súplica no podemos olvidar interceder ante el trono de la gracia por los
hermanos que junto con nosotros luchan contra el diablo.
SALMO 139:1
“Oh
Señor, tú me has examinado y conocido”
El universo es sorprendentemente
magnífico. La luna gira alrededor de la Tierra a una velocidad aproximada de
4.259.600 kilómetros hora. La Tierra gira alrededor del sol a la velocidad
172.232.000 kilómetros hora. El sol es uno de los 200 billones de estrellas y
trillones de planetas en nuestra galaxia y que ésta no es más que una de los
otros 100 trillones que se mueven por el espacio. Estas dimensiones nos
aturden.
En comparación con este inmenso cosmos,
nuestra Tierra no es más grande que un guijarro y nuestras vidas no son más
grandes que un grano de arena. Según la
Biblia el Creador del inmenso cosmos cuida a cada una de estas microscópicas
personas, al detalle. El salmista reconoce el conocimiento que el Señor tiene
de él estando en el vientre de su madre (Salmo 139: 13-16). Pero lo que es
todavía más asombroso es que en Cristo Dios nos ame antes de que nosotros le amemos a Él.
Según el salmo 139 Dios conoce todos los
detalles de nuestras vidas. Sus ojos escrutadores lo ven todo de nosotros. Para Él las tinieblas
son luz y la noche día. Dios no se cansa y por lo tanto no duerme. Tiene los ojos
como telescopios que desde los cielos contempla los mínimos detalles de
nuestras vidas.
Nos puede costar creerlo. Este minúsculo
guijarro que somos los humanos tenemos grandes problemas que cada día van
haciéndose más graves: Hambrunas, guerras, divorcios drogas,
enfermedades…Cuando el rey David escribió el Salmo 139 estaba pasando por
penosas situaciones (vv. 19,20), pero no se siente abandonado por Dios. Sabía
en quien había creído y que podía confiar en el Dios cuyos ojos le vieron
cuando era un diminuto embrión en el vientre de su madre. Este Dios
todopoderoso no se avergüenza de
reconocernos en Cristo como hijos suyos y que como Padre amoroso cuida de
nosotros y nos corrige y nos amonesta y si es necesario nos azota porque desea
que crezcamos en santidad. Cuando nos azota no se extralimita como lo hacen con demasiada frecuencia los
padres con sus hijos, provocándoles ira. Lo hace a la perfección “en disciplina
y amonestación el Señor” (Efesios 6:24).
¡Qué gran Dios es este que desde los
cielos se inclina para observar a sus hijos para prestarles la ayuda que
precisan en cada ocasión! ¡Qué reconfortante es que hayas “conocido y
examinado”!
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