dimarts, 12 de setembre del 2017

SANTIAGO 4: 7

“Someteos, pues a Dios, resistid al diablo, y huirá de vosotros”
La llaman la “huella del diablo”. Es la forma de un pie gravado en la roca de una colina cercana en una iglesia en Ipswich Massachusetts. Según una leyenda la  huella se produjo un día del año 1740 cuando el evangelista Whitefield predicó de manera tan poderosa que el diablo se lanzó desde el campanario de la iglesia y cayó sobre la roca en su huida fuera de la ciudad.
A pesar de que es una leyenda, nos recuerda el texto que encabeza este comentario. En el momento en que Adán por instigación de Eva puso en duda la autoridad de Dios que prohibía comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (Génesis 2:17), dejó de someterse a la autoridad de Dios. Por ello fue incapaz de resistir al diablo.
Vayamos a la tentación de Jesús y veamos cómo resistió al diablo. En los versículos 4, 7, 10 de Mateo 4, descubrimos que lo consiguió presentando al tentador la autoridad de las Escrituras. Jesús es el modelo de hombre perfecto que debemos imitar. Nos da el ejemplo de utilizar la Biblia como escudo que impide que los dardos de fuego que le lanza el Maligno, le perjudiquen. Superadas las tres tentaciones, el texto sigue diciendo. “El diablo entonces le dejó” (v. 11). Lucas 4:13  nos aporta una información más amplia de lo que hizo el diablo después de su derrota: “Y cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de Él por un tiempo”. El diablo jamás tira la toalla después de un fracaso. Cuando tiene que huir con el rabo entre las piernas, no se da por vencido. Espera otra oportunidad esperando cogernos desprevenidos. Esto significa que jamás debemos bajar la guardia. En todo momento tenemos que ir “vestidos con toda la armadura de Dios, para que podamos estar firmes, contra las asechanzas del diablo” (Efesios 6:11). Como soldados cristianos tenemos que tener siempre a punto nuestro equipo para que no presente ningún punto débil por el que nuestro Enemigo no pueda introducir a través de él  sus dardos de fuego mortales.
Durante la reconstrucción de las murallas de Jerusalén, ante el temor de un ataque de los enemigos de los judíos, los constructores dormían vestidos y con las armas al alcance de las manos, El ejemplo que nos dan debemos aplicarlo en nuestra lucha espiritual contra el diablo, el enemigo de nuestras almas
En nuestra lucha contra el diablo estaremos siempre listos para el combate si seguimos el consejo que nos da el apóstol Pablo: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:18). No debemos olvidar que la lucha contra el diablo no es una cuestión individual, sino algo que afecta a “todos los santos”. En nuestra súplica no podemos olvidar interceder ante el trono de la gracia por los hermanos que junto con nosotros luchan contra el diablo.



SALMO 139:1

“Oh Señor, tú me has examinado y conocido”
El universo es sorprendentemente magnífico. La luna gira alrededor de la Tierra a una velocidad aproximada de 4.259.600 kilómetros hora. La Tierra gira alrededor del sol a la velocidad 172.232.000 kilómetros hora. El sol es uno de los 200 billones de estrellas y trillones de planetas en nuestra galaxia y que ésta no es más que una de los otros 100 trillones que se mueven por el espacio. Estas dimensiones nos aturden.
En comparación con este inmenso cosmos, nuestra Tierra no es más grande que un guijarro y nuestras vidas no son más grandes que un grano de arena.  Según la Biblia el Creador del inmenso cosmos cuida a cada una de estas microscópicas personas, al detalle. El salmista reconoce el conocimiento que el Señor tiene de él estando en el vientre de su madre (Salmo 139: 13-16). Pero lo que es todavía más asombroso es que en Cristo Dios nos ame  antes de que nosotros le amemos a Él.
Según el salmo 139 Dios conoce todos los detalles de nuestras vidas. Sus ojos escrutadores lo  ven todo de nosotros. Para Él las tinieblas son luz y la noche día. Dios no se cansa y por lo tanto no duerme. Tiene los ojos como telescopios que desde los cielos contempla los mínimos detalles de nuestras vidas.
Nos puede costar creerlo. Este minúsculo guijarro que somos los humanos tenemos grandes problemas que cada día van haciéndose más graves: Hambrunas, guerras, divorcios drogas, enfermedades…Cuando el rey David escribió el Salmo 139 estaba pasando por penosas situaciones (vv. 19,20), pero no se siente abandonado por Dios. Sabía en quien había creído y que podía confiar en el Dios cuyos ojos le vieron cuando era un diminuto embrión en el vientre de su madre. Este Dios todopoderoso no se avergüenza  de reconocernos en Cristo como hijos suyos y que como Padre amoroso cuida de nosotros y nos corrige y nos amonesta y si es necesario nos azota porque desea que crezcamos en santidad. Cuando nos azota no se extralimita  como lo hacen con demasiada frecuencia los padres con sus hijos, provocándoles ira. Lo hace a la perfección “en disciplina y amonestación el Señor” (Efesios 6:24).
¡Qué gran Dios es este que desde los cielos se inclina para observar a sus hijos para prestarles la ayuda que precisan en cada ocasión! ¡Qué reconfortante es que hayas “conocido y examinado”!



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