1 SAMUEL 24: 17
“Y
David dijo al Señor cuando vio que el ángel destruía al pueblo: Yo pequé, yo
hice la maldad. ¿Qué hicieron estas ovejas?
¿Qué pecado tan grave cometió David que
tuvo la consecuencia de provocar un grave perjuicio a Israel. Durante la travesía
por el desierto Dios ordenó a Moisés censar al pueblo con finalidad
organizativa. En el caso de David el censo nació en el corazón orgulloso del
rey.
“Volvió a encenderse la ira del Señor
contra Israel e incitó a David contra ellos a que dijese: Vé, haz un censo de
Israel y de Judá” (v. 1). El rey ordenó a Joab a que recorriese el país para
hacer el censo. El general del ejército de Israel no vio con buenos ojos la
orden el rey, y le dijo: “Añada el Señor tu Dios al pueblo cien veces tanto
como son, y que lo vea mi señor el rey, mas, ¿por qué se complace en esto mi
señor el rey?” (v.3). “Pero la palabra del rey prevaleció” (v.4), sobre el
sensato consejo de Joab.
Después de haberse efectuado el censo “le
pesó en su corazón, y dijo David al Señor: Yo he pecado gravemente por haber
hecho esto, mas ahora, oh Señor, te ruego que quites el pecado de tu siervo,
porque yo he hecho muy neciamente” (v.10). La consecuencia del pecado de David
fue que Dios envió una peste que produjo setenta mil muertos (v.15). Cuando
David vio “que el ángel destruía el pueblo, dijo: Yo pequé, yo he hecho la
maldad, ¿qué hicieron estas ovejas?”
En la era de Arauna jebuseo “edificó allí
David un altar al Señor, y sacrificó holocaustos y ofrendas de paz, y el Señor
oyó las súplicas de la tierra, y cesó la plaga en Israel” (v.25).
El pecado del rey tuvo un efecto
pernicioso sobre el pueblo. Pero el texto da a entender que hubo una
interrelación entre el rey y el pueblo. “Volvió a encenderse la ira de Dios
contra Israel e incitó a David a hacer
el censo de Israel y Judá” (v. 1). Monarca y pueblo culpables. Pero se encontró
en el rey una peculiaridad: fue sensible a su pecado y pidió perdón por él. Se
da un cierto paralelismo entre este episodio de la vida de David y la sociedad
actual. Gobernantes y naciones pecadores pero no hay hombres de Dios que
gobiernen las naciones. No hay intercesores entre los pueblos y Dios que
reconozcan el pecado que existe en ellos. Sin reconocimiento de pecado es
imposible pedir perdón y sin la solicitud de perdón no hay bendición de Dios y
sin a bendición de Dios es imposible salir del atolladero en que nos ha metido
nuestro pecado. ¡Cuán necesario es que desde los púlpitos de las iglesias se
predique, de manera persistente, el mensaje de arrepentimiento que lleve a los
oyentes a buscar el perdón de Dios que se hace efectivo por la fe en el Señor
Jesucristo! De ahí podrán salir gobernantes que sepan imitar a David en se
petición de perdón por su pecado.
LUCAS, 17: 5
“Y
dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe”
“Imposible que no vengan tropiezos” (v.1), dijo Jesús a sus discípulos.
Ello debe enseñarnos cómo debemos comportarnos en el día a día con los que los
causan. Ya que es inevitable que se presenten tropiezos a diario, el Señor
aconseja a sus discípulos: “Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano peca
contra ti, repréndele, y si se arrepiente,
perdónale. Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día
vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento, perdónalo” (vv.3,4). No creo que las
palabras de Jesús deban interpretarse literalmente. La presencia del número
siete en el texto indica perfección. A menudo oímos decir: “lo que me ha hecho
no se lo puedo perdonar. La persona carnal guarda la ofensa en su corazón. Con
el recuerdo la mantiene fresca en su mente. El resultado es una vida en
continua tensión que acaba con enfermar. El Señor nos está diciendo a quienes
hemos creído en Él y recibido el Espíritu Santo y que poseemos el corazón de
Dios, que hemos de perdonar siempre y que no debemos guardar el más leve
indicio de falta de perdón. El Señor no dice a los incrédulos que perdonen
setenta veces siete, lo dice a quienes dicen que han creído en Él.
El Padrenuestro nos enseña a hacerlo:
“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros
deudores” (Mateo 6:12). El Padre es el modelo de perdón perfecto. La ofensa que
hemos cometido contra Él es de una gravedad infinita. Es una deuda tan grande
que nadie puede pagarla. Pues bien, el Padre que nos ama “de tal manera” ha
dado a su Hijo único para pagar nuestra deuda. En la parábola de los dos
deudores el rey perdona a su siervo una deuda de diez mil talentos, que es
incapaz de pagar. El deudor perdonado, a su vez tiene un consiervo que le debía
cien denarios. Unas monedas. Que no podía pagar, por lo que lo mandó a la
cárcel. El deudor perdonado es incapaz de perdonar a su consiervo. Informado el
rey al siervo ingrato lo entregó a los verdugos hasta que le pagase todo lo que
le debía. He aquí las palabras que Jesús
nos dice: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de
todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18: 23-35).
Volviendo al tropiezo de alguien que peca contra nosotros
siete veces al día, que continuamente nos está ofendiendo, debemos tener la
paciencia de soportar su impertinencia sin guardarle rencor. Tal vez, este
tropiezo no se presente con demasiada frecuencia, pero es posible. Si nos
encontrásemos en esta situación debemos perdonar de la misma manera con que el
Padre nos ha perdonado a nosotros una deuda impagable. Si nos cuesta hacerlo
hagámosle a Jesús la petición que los discípulos le hicieron: “Auméntanos la
fe”. Si tuviésemos fe como un grano de mostaza le podríamos decir al sicómoro:
“Desarráigate, y plántate en el mar, y os obedecería” (Lucas 17: 5,6)
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