REGENERACIÓN POLÍTICA
<b>El pecado impide
que la mentira desaparezca de los hombres e impide la regeneración
política</b>
Los políticos han perdido
la confianza del electorado porque la mentira es su filosofía política. Creen
que sus engaños no serán descubiertos.
Se han olvidado del dicho: “Es más fácil coger a un mentiroso que a un cojo”.
Más pronto o más tarde el embustero cae en la red que el mismo ha tejido.
También se dice que el mentiroso debe tener mucha memoria para no contradecirse
de las aseveraciones dichas anteriormente. Las hemerotecas son un buen
recordatorio de: “esto no lo he dicho nunca”. Ni así, los mentirosos
patológicos al no querer reconocer su pecado
caen atrapados en una cadena de embustes que los hunde más y más en el
lodazal que han creado. Los políticos embusteros se apoyan en el masoquismo del
electorado que prefiere “loco conocido que sabio por conocer”, lo cual, a pesar
de sus corruptelas les proporciona votos suficientes para mantenerse cómodamente asentados en los sillones del
poder. Los electores que a sabiendas votan a políticos corruptos, ¿es que les
gusta que los flagelen o porque ven en ellos a unos aliados que en el momento
oportuno mirarán hacia otro lado?
¿Por qué existe tanta
mentira? Con la Biblia abierta en la mano y con el ánimo de que la luz que de
ella brota ilumine el corazón dará a entender la razón por la que la mentira
está tan extensamente arraigada en la sociedad. Entre otras cosas leemos en las
Escrituras cristianas: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo…y no ha
permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de
suyo habla, porque es mentiroso y padre de mentira” (Juan 8:44).
Un buen gobierno jamás
depende de si sus miembros tienen estudios superiores, o si pueden exhibir diplomas
de masters realizados o doctorados con lo que poder deslumbrar a la ciudadanía,
sino de la calidad moral y ética de sus componentes. La maquinaria del gobierno
siempre está supeditada a la voluntad de aquellos que la hacen funcionar. Según
la calidad moral y ética de los maquinistas, así será el funcionamiento de las
estructuras del Estado. “Lo que es más grave”, dice el filósofo <b>Emilio
Lledó</b>, “no es la ignorancia en el ámbito personal. Mi ignorancia no
tiene trascendencia. Lo que es más grave es que un ignorante con la mente
reformada y poder político. Es terrible que esta persona pueda decidir sobre lo
que nos afecta a todos. …Este país necesita políticos decentes”.
<b>Emilio Lledó</b> no está solo cuando dice que España necesita
políticos decentes. En las tertulias de café con las fichas del domino en la
mano o barajando las cartas, más pronto o más tarde siempre aparece el tema de
la corrupción política. Ciudadanos ignorantes del entramado político, afirman
disgustados que el país necesita políticos decentes, que no sean corruptos. Las
encuestas que se hacen en directo durante las tertulias televisivas, los
telespectadores vía Twitter o Facebook, también reconocen la necesidad de
gobernantes decentes que no sean corruptos.
Antes hemos afirmado que
un buen número de políticos se caracterizan por ser mentirosos y que sabemos
que la causa e esta peculiaridad tan nefasta para el bienestar social se debe a
que tienen el diablo como padre espiritual, no sólo ellos, todas las personas,
incluso quienes tienen el título de “honorable”, si no se han convertido a
Cristo, tienen como padre espiritual al diablo. Solamente los convertidos a
Cristo, y por este hecho son convertidos en hijos de Dios y participan de su
naturaleza, en el ámbito personal rompen la cadena diabólica de la mentira en
sus relaciones sociales, podrían extender más ampliamente este comportamiento
en el caso de que ejerciesen cargos públicos.
La mayoría de los
lectores han oído hablar de los “Diez Mandamientos”. Uno de los mandamientos de
la Ley de Dios dice: ”No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo
20: 16). Este mandamiento abreviado lo conocemos como: “No mentirás”. El que la
Biblia contenga esta prohibición indica
que dicho pecado no es algo residual, sin importancia. No es un pecado que
denominamos “venial”, que no ocurre nada si lo cometemos. Tiene el propósito de
hacer resaltar este pecado para que nadie pueda alegar ignorancia.
Como descendientes de
Adán somos mentirosos. Nuestra condición espiritual afectada por el pecado hace
inevitable la propensión a mentir. ¿Cuál es el propósito del mandamiento “no
mentirás”? No para que pretendamos despojarnos de ella mediante flagelaciones,
ayunos extremos, peregrinaciones a santuarios…Con todo ello no conseguiremos
deshacernos de la mentira que nos acompaña allí donde vayamos. Lo que
obtendremos con estos métodos es la frustración al descubrir que no podemos
deshacernos de esta manera perversa de comportarnos.
¿Para qué sirve pues el
mandamiento? Nos enseña la imposibilidad de guardar la Ley de Dios. Una
“mentira piadosa” expresión que nos es tan familiar en nuestro quehacer diario
no impide que transgredamos el mandamiento “no mentirás”, sin paliativos.
“Cualquiera que guarde toda la Ley, pero ofende en un punto, se hace culpable
de todos” (Santiago 2:10). Algo aparentemente tan inofensivo como una “mentira
piadosa” significa incumplir el mandamiento: “no mentirás”, lo cual significa
incumplir toda la Ley de Dios. Esta ofensa a Dios hace imposible que el hombre
por su medios pueda repararla. La Ley de Dios tienen el propósito de “llevarnos
a Cristo a fin de que seamos
justificados por la fe” (Gálatas 3: 24). Ser justificado por la fe significa
que quien cree en Jesús como Señor y Salvador, la sangre que derramó en la cruz
limpia todos los pecados y el Espíritu Santo toma el control de su vida,
liberándolo de la esclavitud del pecado, en este caso de la mentira. Creer en
Jesús no significa que el creyente se convierta en una persona perfecta. La
perfección la obtendrá el día de la resurrección. Mientras no llegue este día,
rechaza vehementemente la mentira y con la fuerza del Espíritu Santo deja de
ser un mentiroso compulsivo.
La regeneración política
no depende de controles anticorrupción, sino de la fe en Jesús que transforma
las personas que aman el pecado y se deleitan en él, en otras que lo aborrecen,
aspirando a la santidad que es obra del Espíritu Santo.
Octavi Pereña i Cortina
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