dilluns, 6 de març del 2017

SALMO 73: 16,17

“Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos”
Viendo el salmista su entorno y conociendo los pensamientos que brotaban en su corazón, escribe: “En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies, por poco resbalaron mis pasos, porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de ellos” (vv. 2,39. A los impíos la vida les va viento en popa. Hoy Internet, televisión, las revistas del corazón, ponen al alcance de todos el “glamour” de las estrellas del espectáculo, El lujo en que viven quienes amasan fortunas a costa del sufrimiento de quienes les ayudan a conseguirlas. El salmista, fue tentado ante tanto esplendor. Fue una tentación fugaz que se disipó “entrando en el santuario de Dios”. Quizás el salmista acudió al templo y allí reflexionó y se dio cuenta de que la “prosperidad de los impíos “no es nada más que oropel, latón pulido que imita el oro. El salmista a pesar de las carencias materiales que tenía era infinitamente más rico que el magnate más poderoso de este mundo porque sus riquezas “no durarán para siempre”. En cambio, tener a Dios es poseer el tesoro que el ladrón más experto no le podrá robar, ni el ácido más corrosivo destruir. El salmista no poseía carruajes de gran lujo, Tal vez convivía con un asno que era su medio de transporte, pero era feliz porque el Señor era su bien más preciado.
Al meditar en el Señor, el salmista “comprendió el fin de ellos”. Las riquezas de los poderosos dejaron de deslumbrarle porque entendió que no las necesitaba para ser feliz. Para disfrutar de la vida en plenitud le bastaba con tener a Dios. La reflexión traspasó las nubes y le condujo a las mansiones celestiales en donde el Señor le estaba preparando un lugar para él y comprendió que los magnates, las estrellas del espectáculo, los impíos no tienen plaza reservada para ellos.
El salmista no se alegró al “comprender el fin de ellos”, no sería de buen cristiano hacerlo. Oraría por ellos para que el Señor les abriera los ojos para que a su vez comprendiesen el fin que les espera. En tanto el Señor no llame a las estrellas del espectáculo, a los magnates, a los impíos a dejar este mundo, tienen aún la posibilidad de abrir los ojos y por la fe en Jesús contemplarle preparar lugar para ellos. Mostremosles la misericordia que Dios ha puesto en nuestros corazones.


ÉXODO 10: 23

“Nadie vio a su prójimo, ni nadie se levantó de su lugar en tres días, pero todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones”
Debido a la obstinación el faraón las tinieblas invadieron toda la tierra de Egipto. La oscuridad era tan espesa que paralizó el país durante tres días. Todo Egipto a oscuras “pero todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones”. Un apagón de luz por un poco de tiempo nos es muy molesto, ¡Cuánto más debía serlo tres días de oscuridad total, sin un rayo de luz que iluminase sus hogares!
La obstinación del faraón de no querer oír la voz el Señor que le llegaba por medio de Moisés ocasionó que el castigo de Dios descendiera sobre Egipto. Si la oscuridad física es tan traumática, mucho más lo son las tinieblas espirituales. Las tinieblas espirituales implican que la luz de Dios llegue parcialmente a los hombres. Digo parcialmente porque todavía no ha ocurrido el eclipse total del Sol de Justicia que es Jesucristo. El Señor en su misericordia permite que de entre los espesos nubarrones que amenazan tormenta se filtren unos tenues rayos de luz celestial. Si unas espesas tinieblas espirituales mitigadas hoy por unos tenues rayos de la luz de Dios porque el Espíritu Santo impide que la maldad del hombre se exprese con toda su potencia, son tan terribles, ¡qué no será mañana cuando los hombres que hoy no han conocido a Dios “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder!” (2 Tesalonicenses 1: 9).
La eterna condenación “excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”, será una eternidad sufriendo una oscuridad espantosa sin la más remota esperanza de que un rayo de luz divina, ni por equivocación, ilumine sus ojos. Una eternidad envueltos de espantosas tinieblas es la consecuencia de imitar los hombres al faraón que en su obstinación se negó a escuchar la voz de Dios.
Juan el Bautista, como satélite del Sol de Justicia “dio testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él…y los suyos no le recibieron” (Juan 1: 7, 11). Juan nos da una explicación de por qué un cierto número de personas se pasarán la eternidad “excluidos de la presencia de Dios y de la gloria de su poder”: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz  no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3: 19,20). La condenación eterna es consecuencia de una decisión viviendo en este mundo terrenal.




Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada