JEREMIAS 22:17
“Mas tus ojos y tu corazón no
son sino para tu avaricia, y para derramar sangre inocente, y para oprimir y
para agravio”
El
Señor manda a Jeremías que vaya a ver al rey de Judá y que le transmita lo que
le va a decir. Lo que el profeta tiene que comunicar no sólo va dirigido al
monarca, también a todo el pueblo.
Un
mandamiento que debe ser obedecido sin demora: “Haced juicio y justicia, librad
al oprimido de mano del opresor, y no engañéis ni robéis al extranjero, ni al
huérfano ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar” (v.3). Este
texto, ¿no escribe al dedillo a nuestra sociedad? El abandono de Dios tiene de
inmediato unas consecuencias en la sociedad. La justicia que debe ser la
característica del pueblo de Dios da paso a la injusticia que reproduce la
maldad satánica. El refrán popular acierta cuando dice: “De tal palo tal
astilla”, es decir los hijos se asemejan a los padres.
Israel
es un retrato de nosotros: desobedeció a Dios, no escuchó su voz que le llegaba
por medio de los profetas, ni por su Hijo. La justicia de Dios dejó de
manifestarse en su pueblo. Jesús con mucho acierto dice a los judíos de su
tiempo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro
padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha
permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de
suyo habla, porque es mentiroso y padre de mentira” (Juan 8: 44). El retrato
que pinta Jesús de los judíos de su tiempo, ¿no es una descripción exacta del nuestro?
La imagen que describe Jesús de una sociedad sin Dios se pretende retocarla,
embellecerla con bla, bla, bla, que no lleva a ninguna parte. Hoy se ha puesto
de moda la palabra posverdad
con la que
se define que la sociedad actual es
mentirosa. Pero se rehúye decir claramente que lo es. Se pretende edulcorarla para que no sea tan dura y no descubra
nuestro pecado. A pesar de ello la mentira brota por todas partes y no hay
manera de erradicarla porque está enraizada en lo más profundo de nuestro corazón.
Aquí, ni la sicología, ni la educación tienen nada que hacer. Jeremías es
contundente al decir: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas?
Así también, ¿podéis vosotros hacer el bien, estando habituados a hacer el mal?” (13: 23).
Israel
se ha caracterizado siempre por su desobediencia a Dios y a su Palabra. Jesús
dice a continuación de referirse al diablo como “padre de mentira”: “y a mí,
porque os he dicho la verdad, no me creéis” (Juan 8:45). Así sigue siendo. En
tanto los gobernantes y el pueblo en general no crean en Jesús y mientras no
presten atención a su Palabra para
obedecerla, los graves problemas que aquejan a nuestra sociedad, que son
consecuencia de ser hijos del diablo y no de Dios, no desaparecerán jamás. Por
la fe en Jesús Dios se convierte en nuestro Padre celestial y las obras de
nuestro Padre celestial desearemos hacer. Con nuestra conversión a Cristo
contribuimos a hacer el mundo un poco mejor.
SALMO 106: 33
“Porque hicieron rebelar su espíritu, y
habló precipitadamente con sus labios”
Durante la
travesía por el desierto, en dos ocasiones Dios por medio de Moisés hizo brotar
agua de la peña. En ambos casos fue en respuesta a las murmuraciones del pueblo
contra Moisés. En el primer caso Dios mandó a Moisés que golpeara con su vara a la peña para que
brotara agua abundante (Éxodo 17: 1-7). En la segunda ocasión ordenó a Moisés
que hablara a la peña para que diese el agua que el pueblo necesitaba (Números
20.8). Lleno de ira Moisés dijo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer
salir agua de la peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó a la peña con su
vara dos veces” (Números 20. 10,11).
En este segundo
caso Moisés desobedeció a Dios. Tenía que hablarle a la peña, no golpearla con
su vara. Las murmuraciones infundadas del pueblo contra Moisés “hicieron
rebelar su espíritu, y habló precipitadamente con sus labios”. El mal
comportamiento del prójimo no es una excusa para dejarnos llevar por la ira.
Quienes irritaron a Moisés por su incredulidad no entraron en la Tierra prometida,
sus huesos quedaron esparcidos a lo largo del recorrido por el desierto.
Quienes dejados llevar por la ira como lo hicieron Moisés y su hermano Aarón
fueron responsables de su pecado y culpables ante Dios. El juez justo dictó
sentencia: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los
hijos de Israel, por tanto, no meteréis
esta congregación en la tierra que les he prometido” (números
20.12).Aarón no entró en la Tierra Prometida, siendo enterrado en la cumbre del
monte Hor. Moisés, por la misericordia del Señor se le permitió ver la Tierra
Prometida desde la cumbre del monte Nebo, en donde fue enterrado.
Dios aborrece
el pecado hasta el extremo que para deshacerlo le costó la vida de su Hijo
Jesús. Cierto es que la sangre de Jesús limpia todos nuestros pecados. El
perdón inmerecido de Dios no justifica nuestro pecado. El que por gracia seamos
salvos no significa que podamos pecar alegremente. Esta forma de pensar no la
autoriza la Biblia. Nos enseña a vivir en santidad en semejanza del Dios santo.
El apóstol Pablo denuncia nuestra alegría pecaminosa cuando escribe a los
Romanos: “¿Qué pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia
abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo
viviremos aún en él? (Romanos 6: 1,2)
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