MATEO 13:33
“El reino de los cielos es semejante a la
levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que
todo fue leudado”
Las parábolas son historias terrenales
con significado espiritual. Son una manera sencilla de hacer comprender los
misterios que Dios ha revelado para bien de los hombres. Me ha movido a
comentar la parábola de la levaduras unas palabras de Martín Lutero: “Yo
predicaré, enseñaré, escribiré, pero no forzaré a nadie, porque la fe necesita
nacer libremente, sin coerción…Y mientras yo dormía, o bebía cerveza con mis
amigos Phillip Malanchton y Nicholas von Amsdorf, la Palabra de Dios incomodaba
fuertemente al papado…Yo nada hice, la Palabra lo hizo todo”.
La enseñanza que Jesús transmite al
pronunciar la parábola de la levadura es necesario que se recupere en nuestros
días. La salvación de las personas desde el inicio hasta el final es obra de
Dios. La única intervención humana en la salvación es la de los creyentes que
actúan como portavoces de Dios: “por tanto, id, y haced discípulos a todas las
naciones…enseñándoles que guarden todas las cosas que os he enseñado…” (Mateo
28: 19,20). Enseñar no es imponer, es compartir el conocimiento que se tenga en
algún tema, en nuestro caso, compartir la salvación que Dios concede al hombre
por la fe en Jesucristo. No se puede machacar al interlocutor con la letra de
la Biblia, porque si a la letra de la Palabra le falta el Espíritu Santo que le
da vida y poder, el mensaje transmitido es estéril. Si se machacona a las
personas con la letra de la Palabra el resultado es todo lo contrario de lo que
se pretende.
¿Qué hace una mujer que quiere obsequiar
a los suyos con una exquisita tarta? Con todo esmero prepara la pasta con los
ingredientes que la receta o la experiencia recomienda, sin olvidar la levadura
correspondiente. Es poca la cantidad de levadura que se pone en la pasta, pero
suficiente para que una vez horneada la tarta resulte agradable a la vista y
sabrosa al paladar.
Los ingredientes que forman parte de la
tarta evangelizadora es la Palabra de Dios, pero si le falta el Espíritu Santo,
cuando se hornea la masa, el resultado es una tarta desagradable a la vista y
al paladar. Cuando a la letra de la Biblia le acompaña la levadura que es el
Espíritu Santo, el resultado es una tarta, una iglesia santa que glorifica a
Dios en un mundo que le desprecia. Cuando se deja hornear la letra de la Biblia
con la dosis de Espíritu Santo, y no se interfiere el trabajo de horneado con
las presiones humanas, el resultado será una iglesia viva a la que cada día se
le irán añadiendo los que tienen que ser salvos (Hechos 2:47).
MATEO 16: 16
“Simón
Pedro dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente”
Jesús y sus discípulos se encuentran en
la región de Cesarea de Felipo, zona salpicada de templos dedicados a la
diversidad de dioses y diosas paganos. Una zona altamente paganizada. En un
ambiente tan cargado de tinieblas espirituales Jesús pregunta a sus discípulos:
“¿Quién dicen los hombres es el hijo del Hombre?” (v.13). Responden dando los nombres
de algunos profetas. Si la pregunta nos la hiciesen hoy a nosotros diríamos: un
comunista, un filántropo, un gurú. Jesús no se conforma con saber lo que los
hombres dicen de Él. Pregunta directamente a sus discípulos: “Y vosotros,
¿quién decís que yo soy” (v. 15). El impulsivo Pedro, responde: “Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios viviente” (v.16).
Lo que dice Jesús de la respuesta de
Pedro debe hacernos reflexionar:”Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás,
porque no te le reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”
(v.17). No debemos perder de vista que la fe es un regalo de Dios. La fe que
declara que Jesús es el hijo de Dios viviente, no es de fabricación humana. Se
puede decir esta declaración de manera intelectual: los cristianos dicen que
Jesús es el Hijo de Dios. Ellos lo creen pro yo no. Le podemos también
preguntar a un cristiano: ¿Quién crees que es Jesús? Nos podrá responder
diciendo: “Los evangelios dicen que Jesús es el Hijo del Dios viviente” Pero
Jesús no quiere saber lo que dicen las personas ni lo que dice el Evangelio de
Él, desea saber lo que los cristianos creemos de Él. Si le respondemos con fe
verdadera. “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente”, esta declaración no
es de fabricación humana, sino que es revelación del Padre por el Espíritu
Santo. Si creemos que es el Padre quien revela a los hombres que Jesús es el
Hijo de dios viviente, esta declaración debería afectar nuestra manera de
evangelizar.
A menudo empleamos presión para conseguir
confesiones de que Jesús es el Hijo de Dios viviente. Si la confesión no es la
consecuencia de que el Espíritu Santo la
ha revelado en el corazón del que la hace, cuando el nuevo creyente se le
bautiza y entra a formar parte de la
membresía de la iglesia, se admite a un no creyente a pesar de que de labios
diga que Jesús es el Hijo del Dios viviente. Este tipo de evangelización es muy
peligrosa porque se da la entrada al mundo en la iglesia, con lo cual el testimonio de la misma deja
mucho que desear. Si el mundo entra en la iglesia Jesús se marcha de ella. La
luz y las tinieblas no pueden ir juntas
Las palabras de Jesús a Pedro:
”Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te le reveló carne ni
sangre, sino mi Padre que está en los cielos”, deben ser motivo de mucha
reflexión
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