ECLESIASTÉS 5:12
“Dulce es el sueño del trabajador, coma
mucho, coma poco, pero al rico no le deja dormir la abundancia”
“Bienaventurados
los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3).
El Señor no está diciendo que a los millones de personas que pasan hambre en el
mundo afectado por el pecado les pertenece el reino de los cielos. Dice:
“pobres en espíritu”, que lo pueden ser aquellos que son pobres de solemnidad,
que no saben donde caerse muertos. “Pobres en espíritu” también pueden serlo
personas ricas que nadan en la abundancia pero que en sus corazones sienten que
son “pobres en espíritu” y buscan con insistencia a Jesús que les es el Pan de
Vida y el Agua viva que satisfacen plenamente las necesidades de sus almas.
El texto que
comentamos nos expone un contraste entre la clase trabajadora y la opulenta.
“Dulce es el
sueño del trabajador, coma mucho, coma poco”. Esta frase debe matizarse. Hoy
nos encontramos con muchos trabajadores que tienen dificultades para llegar a
fin de mes y que no tienen un dulce sueño. Diversos son los anuncios que venden
productos para dormir. Esto quiere decir
que existe un mercado en el que hay potencialmente muchos consumidores de
dichos productos. Las estadísticas confirman el incremento exponencial de
ansiolíticos en la sociedad occidental. “En paz me acosté, y asimismo dormiré,
porque sólo tú Señor me haces vivir confiado” (Salmo 4:8).
“Pero al rico no
le deja dormir la abundancia”. Los desahucios, el desempleo, el empleo
precario, los sueldos de hambre, no dejan dormir al trabajador. La
incertidumbre de su futuro le quita el sueño, pero la abundancia del rico
tampoco deja dormir a aquellos que lo tienen todo. Los ricos se permiten todo
tipo de lujos. Están de banqueteo continuo. Se parecen al hombre rico de la
parábola del rico y de Lázaro el mendigo “que se visten de púrpura y de lino
fino, y hacen cada día banquete con esplendidez” (Lucas 16:19). Las revistas del corazón se encargan con todo
lujo de detalles de asombrar a los trabajadores, despertándoles el deseo de
poseer la abundancia de bienes que describen las imágenes. Las comilonas
abundantes y todo lo que pueden conseguir con el dinero no ganado honradamente,
no les permite conciliar el sueño. Desconocen lo que es un sueño dulce. ¡Cuántos
de los que venden felicidad en las revistas del corazón no se los encuentra
muertos en la bañera debido a una sobredosis de barbitúricos, de drogas,
hospitalizados en centros de
rehabilitación debido alcohol, las drogas, el sexo! “No hay paz para el impío”.
Sólo el Señor permite dormir dulcemente tanto al trabajador en su penuria como
al rico en su abundancia, porque solamente Él les da la paz que el mundo no les
puede proporcionar.
SALMO 68:19
“Bendito el señor, cada día nos colma de
beneficios, el Dios de nuestra salvación”
Familiares nos
resultan las palabras de Jesús “Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de
mi que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras
almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30). ¿Quiénes
son los trabajados y cargados a los que Jesús quiere darles descanso? ¿Estaba
tal vez pensando en los adictos al trabajo de nuestros días? ¿En aquellas
personas que se levantan cansadas por la mañana y que durante todo el día se lo
pasan quejándose de su cansancio? Indirectamente sí porque la adicción al
trabajo y el cansancio perpetuo se debe a un problema espiritual no resuelto.
Las denuncias que presento son la consecuencia de no estar en paz con Dios.
Dicho de otra manera de no tener resuelto el problema de su pecado y de que se
sigue estando enemistado con Dios. “No hay paz para los impíos”, dice el Señor.
El profeta
Isaías con siglos de antelación anuncia la muerte de Jesús en la cruz del
Gólgota, a la vez que desvela el significado de los sufrimientos que el Señor
padeció en la cruz. Desde la desobediencia de Adán hasta nuestros días el ser
humano ha intentado poner fin a la muerte, sin conseguirlo. La medicina ha
hecho progresos espectaculares, pero no vence a la muerte. Las dolencias avisan
de que la muerte está agazapada en la esquina, esperando el día establecido por
Dios para dar el zarpazo. La paga del pecado es muerte y como todos hemos
pecado todos sin excepción moriremos.
Volvamos a
Isaías:“Ciertamente llevó Él (Jesús) nuestras enfermedades, y sufrió nuestros
dolores, y nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas
Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, y el
castigo den nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados”
(Isaías 53: 4,5). En tanto no se reconozca que la falta de paz en nuestras
vidas se debe a que Jesús no ha llevado nuestras enfermedades, de que no hemos
descargado sobre Él nuestro pecado. Por ello no puede otorgarnos la paz que
tanto necesitamos. No olvidemos que la vida del impío es como un mar
tempestuoso, tempestad del alma que solamente Jesús puede calmar porque su
sangre vertida en el Gólgota tiene el poder de limpiar todos nuestros pecados.
Cuando por la fe en Jesús el Espíritu Santo aplica en nuestro corazón la sangre
de Jesús el creyente goza de la paz de Dios que se escapa a la comprensión
humana.
“Bendito el
señor, cada día nos colma de beneficios, el Dios de nuestra salvación”
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