dilluns, 27 de juny del 2016

SALMO 102: 19,20

“Porque Él mira abajo desde la altura de su santuario, desde los cielos, el Señor miró sobre la Tierra: para escuchar el gemido del preso, para liberar a los sentenciados a muerte”
Cuando Jesús venga en su gloria y se siente en su trono para impartir justicia, los justos serán colocados a su derecha y los malvados a su izquierda, según lo que le hayan hecho o no. ¿Qué es lo que hicieron los justos para merecer la salvación? “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mateo 25: 35,36).
Atendiendo a los necesitados, Jesús considera que son obras que se le hacen a Él (v.40). Los situados a su izquierda irán a la condenación eterna porque viendo las  mismas necesidades que atendieron los justos, pasaron de largo como lo hicieron el sacerdote y el levita en la parábola del Buen Samaritano. Esto pone el dedo en la llaga en el tema de los inmigrantes que huyendo de la guerra se acercan a Europa en busca de ayuda y se les trata peor que a los animales. ¡Cuántas personas (gobiernos) que teniendo a mano poder para ayudarlos los dejan abandonados a su suerte! Cuando estos gobiernos (personas) en el día del juicio pretendan justificarse ante Jesús diciéndole: ¿Cuándo te vimos necesitado? Les responderá diciendo: cuando no lo hicisteis a estos inmigrantes no lo hicisteis a mí.
La Iglesia en un folleto a todo color presume de las obras de caridad que hace, con ello pretende que los contribuyentes pongan la cruz en la casilla de la Iglesia en la Declaración de Renta y el importe correspondiente del IRPF vaya a las arcas eclesiales. ¿Cumple la Iglesia el requisito para que un benefactor se siente a la derecha de Jesús y goce de la vida eterna?  Dejo a la consideración del lector la respuesta a esta pregunta.
Pienso que el sentido que el salmista da a que el Señor escucha el gemido del preso más bien es espiritual. Me remito al capítulo 55 del profeta Isaías y a las bienaventuranzas en el capítulo 5 de Mateo, sin duda alguna tienen un sentido espiritual. Ello no implica como lo enseña la parábola del Buen Samaritano que deben atenderse las necesidades materiales del prójimo según las posibilidades de cada uno. ¿Cómo podremos decir que amamos a Dios si no amamos a nuestro prójimo que sufre? No debemos hacer como hace la Iglesia que la mano izquierda sí sabe lo que hace la derecha. Pero la necesidad más acuciante que tiene el ser humano es espiritual y los cristianos, cada uno en el lugar en que le haya puesto el Señor debe contribuir a sembrar la Palabra de vida en quienes tienen hambre y sed de Dios.


JUAN 8:10,11

“Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno Señor. Entonces Jesús le dijo: ni yo te condeno, vete, y no peques más”
Los escribas y fariseos traen a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Una pregunta que nace es: ¿Estaban estos hombres escondidos en el lugar de los hechos, como los filisteos lo hicieron con Sansón, para así poderla acusar? ¿Por qué no llevan a ambos adúlteros a Jesús y no solamente a la mujer? El texto no nos dice nada al respecto por lo que dejo a consideración del lector la respuesta.
Lo que sí evidencia el texto es que los escribas y fariseos usan la Ley a su antojo. La Ley de Moisés condena ambos adúlteros a morir: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera, indefectiblemente serán muertos” (Levítico 20:10). La Palabra de Dios es para ser utilizada en su totalidad porque toda ella es inspirada por Dios. No se le puede quitar  ni añadir nada. Los escribas y fariseos del texto no tuvieron en cuenta lo que dice la Palabra de Dios sobre el adulterio y por lo tanto no pudieron ser justos en el trato con ambos adúlteros. Se decantaron a favor del hombre para condenar a la mujer. Ante Dios no existe distinción entre el hombre y la mujer.  Ante Él todos somos iguales. No hay privilegios para nadie. Si alguien quita algo del Libro de Dios, “el Señor quitará su parte del libro de Dios” (Apocalipsis 22:19). Ello es un aviso para que no utilicemos la Biblia a nuestra conveniencia. Si el texto nos acusa, no debemos borrarlo del Libro ni maquillarlo. La ley es taxativa: ambos adúlteros deben morir.
Los escribas y los fariseos que llevaron a la adúltera ante Jesús lo hicieron con el propósito de “poder acusarle”, pero se olvidaron que la Ley es el guía que lleva a los pecadores a Cristo  (Gálatas 3:24). Los acusadores pretendían dos cosas: la condena de la mujer y tener de que acusar a Jesús en caso de que perdonara a la adúltera. Perdieron la batalla pues las palabras de Jesús. “el que de vosotros esté sin pecado sea el primero en echar la piedra contra ella” los acusadores  tuvieron que abandonar el lugar del juicio avergonzados.
Volvamos a la adúltera. Los acusadores olvidaron el propósito de la Ley y fueron el medio para que la mujer se encontrase con Jesús que perdona a los pecadores. El perdón de Dios siempre va acompañado de un cambio de vida sin el cual da pie a que se dude de que se haya recibido el perdón. Jesús, dirigiéndose a la mujer le dice: “Mujer, de los  que te han traído ante mí  para que te juzgase, Ninguno te condenó?”. La mujer le dijo: “Ninguno Señor”. La respuesta que Jesús le dio a la adúltera el Espíritu Santo debe grabarla en nuestro corazón para que se viva en santidad: “ni yo te condeno, vete, y no peques más”
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