dimarts, 7 d’abril del 2015


SALMO 9:20


“Pon, oh Señor, temor en ellos, conozcan las naciones que no son sino hombres”

Las naciones no son entes impersonales. Son conjuntos de personas. Cuando la Escritura relata los castigos que Dios inflige a reinos e imperios lo hace teniendo en cuenta las características morales de las personas que los constituyen. “Pon, oh Señor, temor en ellos, conozcan las naciones que no son sino hombres”. De la misma manera que individualmente las personas se esfuerzan en conseguir una buena imagen, comunitariamente hacen lo mismo. Un ejemplo. Bajo el amparo del eslogan Marca España y cada Autonomía crea su propia marca, un certificado de calidad pretenden vender la calidad de un producto que realmente no tienen. La publicidad, de sobras es sabido que posee una gran dosis de engaño. Vender engaño, a sabiendas no contribuye a mejorar la calidad del producto.

Volvamos al salmo: “Pon, oh Señor, temor en ellos, conozcan las naciones que no son sino hombres”. El salmista nos invita a que regresemos a nuestro origen, a que retrocedamos en la historia hasta remontarnos al Paraíso. ¿Por qué es conveniente efectuar este viaje hasta nuestro origen? Por una razón muy sencilla: porque en el Paraíso recordaremos la grandeza con que fuimos creados y la bajeza que asumimos con el pecado de Adán. Es por ello que el salmista con el muy buen criterio que le proporciona el Espíritu Santo insta a Dios a que ponga en los corazones de los ciudadanos de las naciones el temor a Dios. No confundamos. Temor no es tenerle miedo. Es reverencia a su grandeza. Es fidelidad a quien nos ama tanto que ha dado a su propio Hijo a morir por nuestros pecados. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo debe ser amado con todas nuestras fuerzas.

El segundo deseo que expone el salmista en el texto que comentamos es: “Conozcan las naciones que no son sino hombres”. Las naciones creen ciegamente en la marca de calidad que se han fabricado. Les es un orgullo cobijarse bajo la protección de la marca. Pero el orgullo es la perdición de las personas  y de las naciones que forman. Debemos reconocer nuestra condición de personas caídas y dejar de adorar las banderas de las naciones que forman, porque adorar a la bandera que simboliza a la nación a la que se pertenece es idolatría. Dios condena la idolatría y los idólatras no entrarán en el reino de los cielos.

Las naciones, los ciudadanos, deben arrepentirse de sus pecados. Un ejemplo de arrepentimiento colectivo es Nínive que a la predicación del profeta Jonás se arrepintió y la inminente destrucción fue postergada. ¿Qué haremos? Nos arrepentiremos de nuestro pecado de idolatría   y lo abandonaremos o seguiremos recreándonos en él permitiendo que el Estado Islámico que nos amenaza se convierta en la espada de Dios que nos destruya?


AMÓS 5:21


“Aborrecí, aborrecí vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas”

“Así dice el Señor: Buscadme y viviréis” (v.4) Los israelitas habían convertido en ajenjo el juicio y la justicia, y los echaron por los suelos. Aborrecían a los profetas que los reprendían en el Nombre del Señor y abominaban a quienes les hablaban lo recto. Vejaban al pobre y lo explotaban. Construiréis “casas de piedra labrada, pero no las habitareis, plantáis hermosas viñas pero no beberéis vino de ellas”. Ello, ¿por qué? El Señor dice: “Porque yo sé de vuestras muchas rebeliones, y de vuestros grandes pecados. Aborreced el mal, y amad el bien, y estableced la justicia en juicio…Por tanto, así ha dicho el Señor Dios  de los ejércitos: En todas las plazas habrá llanto, y en todas las calles dirán: ¡Ay! ¡Ay!, y al labrador llamarán a lloro, y a la endecha a quienes saben endechar”

Cuando Israel se separó de Judá con Jeroboam y para impedir que el pueblo fuese a ofrecer sacrificios en la casa del Señor en Jerusalén y se volvieran a Judá, Jeroboam hizo dos becerros de oro, poniendo uno en Bet-el y el otro en Dan, diciendo: “Bastante habéis subido a Jerusalén, he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto” (1 Reyes 12:28). El pecado de idolatría fue la perdición de Israel. Amós recuerda a Israel su pecado de idolatría: “Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no las recibiré, ni miraré las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos” (vv.21-23). Amós recuerda a Israel  su pecado durante la travesía del desierto. “¿Me ofrecisteis sacrificios y ofrendas en el desierto en cuarenta años, oh casa de Israel? Antes bien llevaban el tabernáculo de vuestro Moloc y Quiún. Ídolos vuestros, la estrella de vuestros dioses que os hicisteis”  (vv. 25,26).

¿Qué pide el Señor de Israel? ¿Qué pide de nosotros los cristianos el Señor? “Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo” (v.24). La idolatría fue la causa de que imperase la injusticia social en Israel. La idolatría del Occidente cristiano también es la causante de la injusticia que impera en él.  Debemos abandonar a los santos, santas, vírgenes y otros dioses que ocupan el lugar de Dios y nos volvamos arrepentidos a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo para que corra el juicio y la justicia y levante en muro que nos proteja de nuestros enemigos internos y externos que amenazan con destruirnos.


 

 

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