dilluns, 27 d’abril del 2015

MATEO 7: 13,14

“Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella, porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la encuentran”
Cuando Jesús habla de la puerta, ¿a qué se refiere? ¿Les está diciendo a sus oyentes que la puerta es la religión? La respuesta es inmediata: NO. Son muchos quienes entran por la puerta de la religión. A pesar de la existencia de la crisis religiosa, crisis que se manifiesta los domingos con los bancos de la iglesias vacíos: Llega la llamada Semana Santa y multitudes asisten a los actos litúrgicos de bendecir las palmas y muchedumbres se aglomeran para ver el espectáculo de las procesiones con todo el folclores que las acompañan. NO. La religión no es la puerta a la que se refiere Jesús. Cuando Jesús señala la puerta que conduce a la vida se está refiriendo a sí mismo: “Yo soy la puerta, el que por mi entre, será salvo, y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:9). Jesús no se está refiriendo al Jesús que las multitudes vitoreaban cuando entró triunfalmente en Jerusalén haciendo ondear ramos de palmera a la vez que clamaban: “¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor el Rey de Israel!” (Juan 12:13). Pocos días después esta misma multitud  instigada por los sacerdotes gritaba enfervorizada “¡Crucifícale!”“¡Crucifícale!”  El Jesús mediático no es la puerta que da acceso a la vida.
Jesús es la puerta estrecha por la que pocas personas pasan y es estrecha porque por ella solamente circulan quienes se reconocen que son pecadores, que han ofendido a Dios y que han quebrantado su Ley. Basta una breve mirada al entorno para percibir que son muy pocas las personas que poseen esta característica. Personas buenas, según la opinión de los hombres, hay muchas. Pero los buenos cristianos no entran por la puerta estrecha. Jesús no vino a buscar a buenos cristianos sino a pecadores que se arrepienten de sus pecados. Que lamentan su pecado. Que se lo confiesan a Jesús para que Éste lo limpie con su sangre. Estos pecadores arrepentidos a quienes la sangre de Jesús ha limpiado todos sus pecados y ha recibido la vida eterna, siguen siendo pecadores que se lamentan ante Jesús  su Salvador por su pecado y luchan en contra de él. Diariamente claman por la misericordia de Dios. ¿Cuántas personas conocemos que reúnan estas características? Sigue, pues, vigente la súplica que Jesús hace de que entremos por la puerta estrecha. Para que pasemos a formar parte del grupo de los escogidos, de la manada pequeña a la que el Padre le ha placido darle el Reino.
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GÉNESIS 13:11

“Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán, y Lot se fue hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro”
Entre los pastores de Lot y de Abraham se producían altercados debido a la cantidad de ganado que ambos poseían y el territorio no era lo suficientemente extenso para alimentar al ganado de ambos. Abraham viendo que el problema se les podía escapar de las manos se dirige a Lot y le dice: “No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos” (v.3). Con la madurez propia del andar con Dios Abraham propone a su sobrino que elija el lugar a donde quiera ir para así dirigirse en dirección contraria. “Lot alzó los ojos y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego”  (v.9). La fertilidad de la llanura del Jordán despertó al codicia a Lot y sin consultar al señor elige el territorio que le permitiría hacerse más rico. “Hay camino que al hombre le parece recto, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12). No es oro todo lo que reluce. El latón pulido a primera vista da la sensación de que es el precioso metal, analizado, se descubre que es un engaño. A la hora de tener que tomar decisiones no nos dejemos llevar por las apariencias que a menudo engañan.
El salmista nos da un consejo para aplicar en el momento de tener que tomar decisiones: “Encomienda al Señor tu camino, y confía en Él, y él hará” (Salmo 37:5). El Señor conoce al detalle todo lo que nos sucede y de antemano lo que nos sucederá. Siendo la cosa así es de inteligentes buscar la dirección  del Señor para que nos guíe en la toma de decisiones, en todas las cuestiones, y, en concreto a las que afectan al futuro. Un / una joven tiene el propósito de casarse y se pregunta a quién debe escoger. Muchas veces la decisión se toma por lo que se llama amor a primera vista. Los sentimientos no descubren las peculiaridades de la otra persona. No debe extrañarnos, pues, que tantos matrimonios fracasen  y lo que empezó por un sentimiento romántico acabe siendo un infierno. Estos jóvenes no encomiendan su camino al Señor y el resultado fue un fracaso. Podemos también referirnos a las diversas situaciones de la vida en que tenemos que tomar decisiones.. No nos precipitemos a la hora de tomarlas pues si encomendamos nuestro camino al Señor no ahorraremos muchos problemas de los que tendremos que lamentarnos.

”Te he manifestado mis caminos”, escribe el salmista, “y me has  respondido”  (Salmo 119:26). El salmista expone a Dios sus propósitos y recibe respuesta. Esta es la manera correcta de proceder llegado el momento de la toma de decisiones. Estas no deben ser impulsivas. Se deben tomar previa consulta con el Señor. Meditar las posibles soluciones. Volver a consultarle. Pueden llegar soluciones por diversos caminos. Sospesarlas. Desechar las que no convence. Para al final quedarnos con la superviviente. A pesar se que buscamos el asesoramiento de Dios no somos infalibles. No poseemos al Espíritu Santo sin medida. Es posible que la decisión tomada haya sido errónea, pero la dependencia en el Señor no permitirá que el error nos hunda. Recibiremos nuevas fuerzas. Nos remontaremos como las águilas y el error cometido no nos destruirá.

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