NEHEMIAS 8:3
“Y
todos los que podían entender y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al
libro de la Ley”
El pueblo reunido en la plaza como un
solo hombre dijeron a Esdras “que trajese el libro de la Ley de Moisés, la cual
el señor había dado a Israel” (v.1). Nos
encontramos reunidos en el lugar destinado al culto. En el atril se
encuentra abierto un ejemplar de la Biblia. ¿Qué hacemos con ella? Pueden darse dos situaciones opuestas. Una
nos lo dice el texto que es motivo de esta reflexión: tener los oídos
dispuestos a escuchar lo que dice la Ley. La otra la manera de reaccionar a la
invitación que el rey
hace a la boda de su hijo. La respuesta fue que los invitados no quisieron
asistir. (Mateo 22: 1-13). Es una clara alusión al pueblo de Israel que no
quiere escuchar la invitación que Jesús hace de que crean en Él como el Mesías
prometido. Los asuntos temporales tienen prioridad con respecto al reino de
Dios. Así les va a los judíos por haber rechazado el Mesías anunciado por los
profetas.
El rey de la parábola se enoja contra sus
siervos que lo menosprecian negándose a asistir a la boda de su hijo. Envía a
sus siervos a salir a la calle a invitar aquellos que previamente no habían
sido convidados a la boda: “y la boda se llenó de convidados”. El pueblo de
Israel no quiere asistir al banquete
boda del hijo de Dios. El vacío
dejado lo ocuparán los gentiles. Para nosotros los cristianos es un toque de
atención. ¿Con qué atención asistimos a los cultos? ¿Están nuestros oídos
atentos a lo que dice la Biblia? ¿Existe
en nuestros corazones hambre y sed de la Palabra de Dios o nuestra asistencia a
los cultos es la costumbre adquirida de cumplir con el precepto dominical?
La parábola de las cinco vírgenes necias
y de las cinco prudentes es una clara advertencia de que tenemos que estar
preparados para la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo para estar con
Él en el banquete de bodas del Cordero. Si viene y no llevamos puesto el
vestido de boda que es de lino blanco y resplandeciente, que es la señal de que
la sangre que Jesús vertió en la cruz del Gólgota ha limpiado todos nuestros
pecados, la puerta que da acceso a la sal del banquete permanecerá cerrada.
Habremos sido excluidos del banquete. Si
el Espíritu Santo da testimonio a nuestro a nuestro espíritu de que somos hijos
de Dios llevamos puesto el vestido de lino blanco resplandeciente. Que Jesús
venga en el momento que crea oportuno ya que la puerta que da acceso al salón
del banquete de bodas estará abierta de par en par. Nuestro nombre está escrito
en el lugar que el Rey ha reservado para nosotros.
SALMO 65: 4
“bienaventurado
el que escoges y atraes a ti, para que
habite en tus atrios, seremos saciados del bien de tu casa, de tu santo templo”
El autor de este salmo es David que hace
una confesión del concepto que tiene de sí mismo. “Las iniquidades prevalecen
contra mi” (v. 3). “Bienaventurado el que escoges y atraes a ti”. La bienaventuranza no se
refiere a personas que se consideran buenas. Los que ejercen la violencia
intergeneracional. Los que se hacen zancadillas los unos a los otros…Son muchas
las personas que se consideran buena porque ven la mota en el ojo del vecino
pero no ven la biga que hay en su propio
ojo. La ceguera que hay en sus ojos les impide ver su propia maldad. David que
no tiene un concepto equivocado de sí mismo no tiene ningún inconveniente de
reconocer ante Dios y ante los lectores de su poema: “Las iniquidades prevalecen
ante mí”.
Dios ha permitido que el poema de David
se conservase en la Biblia para nuestra edificación espiritual. Desmiente que
Dios busque a buenas personas para que sean bienaventuradas al ser escogidas
para que habiten en los atrios del templo, manera de decir “en su presencia”.
Al oír Jesús que los escribas y fariseos
se quejaban a sus discípulos de que comiese con los cobradores de impuestos,
colectivo rechazado por los judíos por su colaboración con Roma, y con
pecadores, el Señor les dice: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino
los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores” (Marcos 2: 17).
Bienaventurados son los pecadores que Jesús llama para perdonarles sus pecados.
Los pecadores que David considera
bienaventurados por haber sido escogidos por Dios, no lo hace para que
mantengan con Él una relación superficial, los podríamos llamar domingueros.
Los escoge para que mantengan con Él una relación íntima. Han nacido de nuevo
por la fe en Jesús el Salvador y los ha convertido en templo del Espíritu
Santo. Por haber sido adoptados como hijos de Dios llaman con convencimiento
Padre a Dios. Esta relación íntima del creyente en Cristo con Dios, el salmista
la ilustra con estas palabras: “Para que habite en tus atrios, y seremos saciados
del bien de tu casa, de tu santo templo”
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