NÚMEROS 32:23
“Mas
si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado contra el Señor, y sabed que
vuestro pecado os alcanzará”
Las tribus de Rubén, Gad y la mitad de la
de Manasés permanecieron al oriente del Jordán porque vieron que aquellas
tierras eran aptas para la crianza de ganado. Se comprometieron, eso sí a
cruzar el Jordán juntamente con las otras tribus y colaborar en la conquista de
la Tierra Prometida. El texto que comentamos tiene que ver con el compromiso de
las dos tribus y media a combatir junto con las otras tribus en la conquista de
la heredad dada por el Señor. El incumplimiento del compromiso Moisés lo
consideró pecado y les dice: “Sabed que vuestro pecado os alcanzará”. El
pecado, sea cual sea su nombre siempre se comporta como un boomerang que se
gira y golpea a quien lo lanza. Esta característica del pecado debe tenerse
siempre en cuenta porque a veces sufrimos y no sabemos por qué. La ignorancia
nos hace pensar en causas externas. Culpamos a otros de lo que nos ocurre,
cuando lo que deberíamos hacer sería pedirle al Señor que nos haga dar cuenta
de nuestro pecado para arrepentirnos y
abandonarlo. Solemos considerarnos buenas personas y esto no es lo más
conveniente para nuestro bienestar.
El apóstol Pablo confiesa que en él
existe un conflicto entre el bien y el mal: “Yo sé que en mí, esto es en mi
carne, no mora el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el
hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, ya no lo
hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, que queriendo hacer el bien,
hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me
deleito en la Ley de Dios, pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela
contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está
en mis miembros ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente
sirvo a la Ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (Romanos 7:
18-25).
La lucha interna que Pablo sostiene
contra el pecado pone de manifiesto que aunque en Cristo hemos muerto al
pecado, el pecado sigue vivo y que tenemos que luchar contra él con el poder
del Señor para que no vuelva a enseñorearse de nosotros. En el fragor de la
lucha podemos perder alguna batalla, pero la victoria final es nuestra porque
en Jesús y su resurrección hemos ganado la batalla final.
HECHOS 17: 24
“El
Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo
y de la tierra, no habita en templos hechos por manos de hombre”
Mientras el apóstol Pablo esperaba en
Atenas la llegada de Silas y Timoteo “su espíritu se enardecía viendo la ciudad
entregada a la idolatría” (Hechos 11:16). Mientras el apóstol aguardaba la
llegada de sus compañeros de viaje, no estaba ocioso. Aprovechaba el tiempo
compartiendo la Palabra de Dios en la sinagoga y en la plaza pública. Pablo
sufría viendo Atenas, la cuna de la cultura en la que destacaron tantos
filósofos que los eruditos de hoy veneran, volcada a la idolatría con lo que se
empequeñecía al Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, al
convertirlo en imágenes de piedra, oro, plata y otro metales preciosos, obras
de artistas y orfebres que las tallaban a semejanza suya.
Los mecenas de la religión no tienen
inconveniente alguno de financiar majestuosos templos, verdaderas obras de
arte, con el propósito de ubicar en ellos capillas dedicadas a santos y
vírgenes en donde se depositan imágenes que supuestamente los representan. Son
dioses y diosas insignificantes que los fieles veneran. No podemos dejar en el
olvido a Jesús, creador del cielo y de la tierra y de todo lo que en ellos existe
que se empequeñece su grandeza al tamaño que quiera darle el artesano que lo
talla o se le coloca en el pequeño espacio de una oblea. El apóstol Pablo es
claro: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor
del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos de hombre”.
Si los templos hechos por manos de hombre
no pueden albergar al Dios que hizo al mundo y todas las cosas que en él hay,
Dios ha escogido el corazón de quienes creen en su Hijo Jesús para convertirlo
en morada suya aquí en la tierra: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el
Espíritu de Dios mora en nosotros?” (1 Corintios 3: 16). “¿O ignoráis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual
tenéis de Dios y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6: 19). El templo en
Jerusalén diseñado por Dios y construido bajo la dirección de Salomón fue una
representación inerte sujeto a la destrucción, del verdadero templo de Dios en
la tierra que lo es cada uno de los verdaderos creyentes en Jesús, “es santo”
(1 Corintios 3: 17). La exhortación que se nos da es que vivamos santamente
para que el Nombre de Dios no sea blasfemado por nuestro vivir no santo.
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