dilluns, 28 de gener del 2019


1 CORINTIOS 15: 26

“y el postrer enemigo que será destruido es la muerte”
Quico Jubilata, protagonista en las viñetas de JL Martín, se despide de su amigo Carlos recientemente fallecido. En el funeral, triste por la pérdida del amigo piensa en él: “pobre Carlos, era su aniversario y se atiborró como si no hubiese mañana…Efectivamente. Debido al exceso cometido…” Ante el féretro de su amigo, Quico piensa: “NO HUBO MAÑANA”.
¿De qué sirve afanarse en amontonar riquezas, calentarse los sesos para curar enfermedades, estudiar filosofía y religiones para hallar sentido a la muerte, si a la hora de la verdad resulta que NO HAY MAÑANA? ¿Qué utilidad tienen los entierros religiosos si los amigos y familiares  que se despiden del difunto escuchan  las palabras “aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno, SI NO HAY MAÑANA? ¿Qué consuelo producen las enseñanzas bíblicas de la resurrección de los muertos si Jesús no resucitó?  NO HAY MAÑANA para el creyente que cree en el mito Jesús. Ciertas son las palabras del apóstol Pablo: “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo (que es un mito y que lo que dice sobre la resurrección es un engaño), somos los más dignos de compasión de todos los hombres” (1 Corintios 15: 19). Si es cierto que Jesús no resucitó de entre los muertos hagámonos nuestras las palabras del apóstol Pablo: “Si los muertos no resucitan” (porque Jesús no resucitó) “comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (v. 32). Sigamos el ejemplo del amigo de Quico que dejó este mundo con la barriga  bien repleta de delicias.
El apóstol Pablo no fue un testigo presencial de la resurrección de Jesús como lo fueron los otros apóstoles y el grupo de creyentes que constituyeron el origen de la iglesia cristiana, se le apareció el Señor y conversó con él cuando lleno de odio hacia los cristianos se dirigía a Damasco en busca de los herejes para llevarlos prisioneros a Jerusalén. Debido a este contacto personal con Jesús resucitado pudo escribir: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos, primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (vv. 20-22).
¿Es el lector como Quico y su amigo Carlos que NO HAY MAÑANA para ellos? ¿Te dices que vivir es un asco? No digas: “Desearía morirme”. Atiende las palabras de Jesús. No hagas lo mismo que haces  cunado las oyes en un funeral  que te entran por un oído y salen por el otro. Permite que se graven en tu corazón porque son el salva conducto que te abre la puerta que da acceso al Reino de Dios: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque esté muerto vivirá” (Juan 11: 25).


JOSUÉ 1: 17

“”De la manera que obedecimos a Moisés en todas las cosas, así te obedeceremos a ti, solamente que el Señor tu Dios esté contigo, como estuvo con Moisés”
El pueblo de Israel está a punto de entrar en la Tierra Prometida. Moisés ha ordenado a Josué como su sucesor. Moisés como buen pastor condujo a Israel desde Egipto hasta la orilla del Jordán. Pero no pudo cruzarlo. La misión le fue encomendada por Dios a Josué. Antes de cruzar el Jordán Josué hablo a los rubenitas, gaditas y a la media tribu  de Manasés, que tenían su posesión a este lado del Jordán, que cumpliesen su palabra de cruzar el río con el resto del pueblo para ayudar en la conquista de la Tierra Prometida. Juraron fidelidad a Josué de la misma manera que lo fueron  con Moisés. En la promesa de ser fieles a Josué hay unas palabras que se merecen destacar: “De la manera que obedecimos a Moisés en todas las cosas, así te obedeceremos a ti, solamente que el Señor tu Dios esté contigo,  como estuvo con Moisés”. Estas palabras no han sido escritas y preservadas en la Biblia por casualidad. Si en verdad creemos que “toda la Escritura ha sido inspirada por Dios”, es el Señor quien las ha escrito por medio de Josué y las ha mantenido en la Escrituras a lo largo de los siglos para instrucción del pueblo de Dios.
En el libro de Hechos se describe con minuciosidad la elección de pastores que la iglesia apostólica  hacía, velando que los escogidos fuesen verdaderos siervos de Dios. El apóstol Pablo anuncia que cuando los apóstoles hayan dejado este mundo para irse a la presencia de Dios, hombres impíos que saldrán  de las mismas iglesias dañaran el rebaño de Dios. A lo largo de los siglos en las iglesias han surgido muchos Diótrofes que “les gusta tener el primer lugar entre ellos, no no os recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros, y no  contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a quienes quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia” (3 Juan: 10).
Las palabras de fidelidad que las dos tribus y media dijeron a Josué a cambio de que el Señor estuviese con él deberíamos tenerlas presente en nuestros días pues es responsabilidad del pueblo de Dios de ser fieles a los pastores que en verdad lo son y a rechazar a los Diótrefes que creen que las iglesias son de su propiedad y que pueden manejarlas a su antojo. Es muy grande la responsabilidad que tiene las iglesias de elegir como pastores a verdaderos siervos de Dios



dilluns, 21 de gener del 2019


LENGUAS Y BANDERAS

<b>Lenguas y banderas que indican identidad pueden convertirse en semillas de odio y de violencia</b>
“El abanderado, sobre todo el político en campaña, debería llevar un  código de barras. Es fundamental saber que envuelve cuando alguien se envuelve en una bandera. Puede envolver un fardo de odio o el orgullo solidario de ser un país de asilo y acogida. Puede envolver desconfianza hacia el extranjero o la mano tendida a quien elige habitar un viejo país que se vacía. En una bandera puede envolverse el daño a un retroceso machista  o el deseo de disfrutar un país que sea vanguardia en igualdad. Ya no podemos equivocar os lo que envuelve una bandera: ¿Un lugar de miedo e intimidación para la mujer o el hábitat de libertad? En la bandera puede envolverse la libertad de expresión como un bien máximo a respetar o el propósito de silenciar la palabra contraria. Una bandera puede envolver la llave de una biblioteca o un martillo de herejes. Puede envolver memoria fértil o amnesia retrógrada, pluralidad o monocultivo. Puede envolver, en fin, un Estado de bienestar o una maquinaria de hacer daño” (<b>Manuel Ribes</b> en su escrito <i>¿Qué puede envolver una bandera?<b>/i>. La bandera como internet, como todo invento es inocua. El problema se encuentra en las personas que la utilizan. El ser humano es la pieza clave. Según sea éste la bandera llevará destrucción o bienestar.
<b>Joana Benet</b> en su escrito </i> ‘Voxers’ del odio</i>, redacta: “Ser civilizado no tiene nada que ver con tener estudios superiores o tener un alto cociente”. Citando a <b>Teodor Todorov</b, dice: “Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aun cuando tengan  rostros y hábitos diferentes de los nuestros, saberse poner en su lugar  y mirarnos a nosotros mismos desde fuera”
En el mundo en que vivimos se  está produciendo una regresión moral, una peligrosa pedagogía que involuciona valores y contextos que parecían superados. El ser humano como ser  racional que  es piensa e idea ideologías para crear un mundo feliz, pero es incapaz de implantar alguno. En el momento en que el ser humano se deifica y se cree capaz de establecer en los límites de su poder una sociedad feliz, crea un nacionalismo excluyente que borra sea como sea todo lo que se le oponga. No duda en utilizar las cloacas del Estado para eliminar cualquier disidencia que se oponga a su mesianismo. De Mesías solamente hay uno. Quienes intentan usurpar las funciones mesiánicas no son guiados por Dios que es amor, sino por el diablo que es padre de la mentira y homicida desde el principio. He aquí porque los mesianismos políticos, los religiosos también, todos sin excepción se caracterizan por el odio, la violencia, la injusticia  y todos los males que uno se pueda imaginar que no contribuyen al bienestar de los pueblos sino a su ruina. Los nacionalismos excluyentes que restringen las libertades ciudadanas se caracterizan por el elevado grado de corrupción porque eliminan del ámbito público los mecanismos de control que frenan su expansión.
Los nacionalismos excluyentes divinizan la patria y la bandera y persiguen a todos aquellos que no juren fidelidad a estos dos símbolos nacionales. Una mirada a la historia y nos daremos cuenta de que estos nacionalismos no han sobrevivido. Dios que fija los tiempos y los límites de las naciones, cuando la corrupción hace verter el vaso Dios interviene y traspasa el poder a otro. No existe reino o republica eterno. Todos se hunden por la misma causa: CORRUPCIÓN.
Los cristianos tenemos una ventaja sobre los que no lo son. A pesar que somos ciudadanos de países concretos, nuestra verdadera ciudadanía se encuentra en el Reino de Dios. Que seamos ciudadanos del Reino de Dios no nos quita la responsabilidad de trabajar para la prosperidad de la nación en la que Dios nos haya colocado.
Los nacionalistas excluyentes a pesar de que tengan el Nombre de Dios a flor de labios no son cristianos  porque según Jesús, el Pacifista por excelencia, no aprueba la coacción, la violencia que se ejercen sobre la ciudadanía para imponer sus puntos de vista, ni la depuración de funcionarios públicos por sus ideologías. Se puede ser religioso pero esto no es garantía de que se sea un verdadero  cristiano. A este comportamiento anticristiano al que se le ha puesto una capa de barniz cristiano, especialmente en los clérigos que se consideran representantes de Cristo en la tierra, tiene unas consecuencias muy nefastas ya que hace que sean muchos quienes cataloguen a Dios el Padre y a Dios el Hijo por el mal comportamiento de quienes se dicen ser seguidores de Jesús.
Los nacionalismos nacen de la confusión de lenguas que se produjo en Babel. En aquella época solamente había una. La confusión se produjo cuando los hombres en su delirio de grandeza se dijeron: “Vamos, edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue al cielo, y hagámonos un nombre, por si fuéramos esparcidos sobre  la faz de la tierra” (Génesis 11:4). El mandato de Dios era que el hombre se esparciese por toda la faz de la tierra. Desobedeciendo a Dios quisieron concentrarse en una gran ciudad y quisieron convertirse en dioses construyendo una torre que llegase hasta el cielo. Dios desde las alturas se ríe de la necedad humana, diciendo: “Ahora, pues, descendamos y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció el Señor desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad” (vv. 7,8). Babel fue el primer imperio que se hundió y así  ha sucedido a lo largo de los siglos. Nadie puede divinizarse. Las lenguas son el resulta del pecado pero también serán una señal de unidad en la diversidad cuando en el Reino de Dios eterno los redimidos por la sangre de Jesús “cantarán un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis  5: 9). En el Reino de Dios eterno en que no habrá pecado que rompa la unidad se habrán terminado las disputas por la supervivencia de las lenguas. La diversidad lingüística y nacional servirá para adorar  a Dios sin confrontarse los unos con los otros.
Octavi Pereña i Cortina

dilluns, 7 de gener del 2019


NÚMEROS 32:23

“Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado contra el Señor, y sabed que vuestro pecado os alcanzará”
Las tribus de Rubén, Gad y la mitad de la de Manasés permanecieron al oriente del Jordán porque vieron que aquellas tierras eran aptas para la crianza de ganado. Se comprometieron, eso sí a cruzar el Jordán juntamente con las otras tribus y colaborar en la conquista de la Tierra Prometida. El texto que comentamos tiene que ver con el compromiso de las dos tribus y media a combatir junto con las otras tribus en la conquista de la heredad dada por el Señor. El incumplimiento del compromiso Moisés lo consideró pecado y les dice: “Sabed que vuestro pecado os alcanzará”. El pecado, sea cual sea su nombre siempre se comporta como un boomerang que se gira y golpea a quien lo lanza. Esta característica del pecado debe tenerse siempre en cuenta porque a veces sufrimos y no sabemos por qué. La ignorancia nos hace pensar en causas externas. Culpamos a otros de lo que nos ocurre, cuando lo que deberíamos hacer sería pedirle al Señor que nos haga dar cuenta de nuestro  pecado para arrepentirnos y abandonarlo. Solemos considerarnos buenas personas y esto no es lo más conveniente para nuestro bienestar.
El apóstol Pablo confiesa que en él existe un conflicto entre el bien y el mal: “Yo sé que en mí, esto es en mi carne, no mora el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, que queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la Ley de Dios, pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la Ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (Romanos 7: 18-25).
La lucha interna que Pablo sostiene contra el pecado pone de manifiesto que aunque en Cristo hemos muerto al pecado, el pecado sigue vivo y que tenemos que luchar contra él con el poder del Señor para que no vuelva a enseñorearse de nosotros. En el fragor de la lucha podemos perder alguna batalla, pero la victoria final es nuestra porque en Jesús y su resurrección hemos ganado la batalla final.


HECHOS 17: 24

“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos de hombre”
Mientras el apóstol Pablo esperaba en Atenas la llegada de Silas y Timoteo “su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” (Hechos 11:16). Mientras el apóstol aguardaba la llegada de sus compañeros de viaje, no estaba ocioso. Aprovechaba el tiempo compartiendo la Palabra de Dios en la sinagoga y en la plaza pública. Pablo sufría viendo Atenas, la cuna de la cultura en la que destacaron tantos filósofos que los eruditos de hoy veneran, volcada a la idolatría con lo que se empequeñecía al Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, al convertirlo en imágenes de piedra, oro, plata y otro metales preciosos, obras de artistas y orfebres que las tallaban a semejanza suya.
Los mecenas de la religión no tienen inconveniente alguno de financiar majestuosos templos, verdaderas obras de arte, con el propósito de ubicar en ellos capillas dedicadas a santos y vírgenes en donde se depositan imágenes que supuestamente los representan. Son dioses y diosas insignificantes que los fieles veneran. No podemos dejar en el olvido a Jesús, creador del cielo y de la tierra y de todo lo que en ellos existe que se empequeñece su grandeza al tamaño que quiera darle el artesano que lo talla o se le coloca en el pequeño espacio de una oblea. El apóstol Pablo es claro: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos de hombre”.
Si los templos hechos por manos de hombre no pueden albergar al Dios que hizo al mundo y todas las cosas que en él hay, Dios ha escogido el corazón de quienes creen en su Hijo Jesús para convertirlo en morada suya aquí en la tierra: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en nosotros?” (1 Corintios 3: 16). “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6: 19). El templo en Jerusalén diseñado por Dios y construido bajo la dirección de Salomón fue una representación inerte sujeto a la destrucción, del verdadero templo de Dios en la tierra que lo es cada uno de los verdaderos creyentes en Jesús, “es santo” (1 Corintios 3: 17). La exhortación que se nos da es que vivamos santamente para que el Nombre de Dios no sea blasfemado por nuestro vivir no santo.