dilluns, 5 de febrer del 2018

MATEO 8: 22

“Y he aquí vino un leproso, y se postró ante Él diciendo: Si quieres puedes limpiarme”
Es bien sabido que la lepra, es en la Biblia un  símbolo del pecado como lo es también la levadura. Yo que escribo este comentario y tú que lo lees no somos leprosos, ambos, pero, somos pecadores. Ambos, necesitamos desprendernos del pecado, lo cual debería impulsarnos a gritar: ¡Inmundo! ¡Inmundo! ¿Reconocemos nuestra inmundicia? Quiera el Señor hacernos reconocer que nuestra alma está infectada de lepra espiritual.
La Biblia nos dice que todos hemos pecado, por lo tanto, todos, sin ninguna excepción estamos destituidos de la gloria de Dios. En otras palabras: todos estamos condenados a la muerte eterna si fallecemos sin haber resuelto el problema del pecado que hace que Dios no atienda a nuestras súplicas. Aunque oremos al  Dios tres veces santo no puede tener ningún contacto con el pecado. A la vez quemisericordiosos Dios es justo y su justicia no le permite pasar por alto nuestro pecado. Es misericordioso, sí. Sin dejar de ser justo su misericordia le permite encontrar la manera de borrar el pecado que nos separa de Dios.
El texto nos dice que a Jesús “le seguía mucha gente”. De entre una multitud anónima destaca un leproso, una persona pecadora. Formamos parte de una sociedad que colectivamente se considera cristiana. Son muchas las personas que se dicen ser seguidores de Jesús. ¿Cuántas de estas personas se declaran inmundas? El lector, ¡se declara inmundo? Yo que escribo, ¿me declaro inmundo? A esta pegunta le tenemos que dar respuesta tú y yo. Debemos ser cuidadosos a la hora de hacerlo. En los cultos de evangelización que celebran de vez en cuando en las iglesias evangélicas se invitan a los asistentes que si han aceptado a Jesús pasen al frente para que se ore por ellos. ¿Significa que quienes han sido favorecidos por la bendición eclesiástica han creído verdaderamente en Jesús? No forzosamente.
En primer lugar es imprescindible que nos reconozcamos leprosos espirituales, que somos inmundos. Sin este reconocimiento es totalmente imposible que el confesar a Jesús eclesiástico tenga valor salvífico. Se recibirán saludos y buenos deseos de parte de los miembros de las iglesias. A parte de esto, nada. Jesús no vino a buscar personas buenas que se reúnen en las iglesias exponiendo su bondad. No. Vino a buscar pecadores al arrepentimiento. Personas que se reconozcan leprosos que la medicina eclesiástica no ha podido curar. Los leprosos que Jesús cura lo son aquellos que como aquella mujer que sufría un flujo de sangre permanente se había gastado todo su patrimonio en médicos y que habiendo perdido toda esperanza que le curasen, a escondidas toca la túnica de Jesús esperando el milagro. La fe de la mujer y la del leproso los impulsó a acercarse a Jesús e implorar la curación. “Tu fe te ha salvado”, ambos oyeron decir a Jesús. ¿Seremos como el leproso que se postró a los pies de Jesús  suplicándole: “Si quieres puedes limpiarme”?



RUT 1:20

“Y ella les respondía: No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara, porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso”
“Y aconteció en los días que gobernaban los jueces hubo hambre en la tierra” (Rut 1: 1). No se nos dice la causa de la hambruna. Podía muy bien ser debido a la falta de lluvia acompañada del expolio a que Israel estuvo sometido durante este período por sus enemigos. La hambruna produjo una emigración anónima. Entre los emigrados se encontraba Noemí y su familia. Fallecieron el esposo de Noemí y sus dos hijos. Quedó desamparada Noemí. Entretanto, habiendo oído  “que el Señor había visitado a su pueblo para darles pan” (v.6), junto con su nuera Rut regresa a Belén. El retorno a su pueblo natal produjo gran revuelo: “¿No es esta Noemí?” La respuesta a esta pregunta que indicaba alegría nos la da el texto que comentamos: “Yo me fui llena”, dice Noemí, “pero el Señor me ha vuelto con las manos vacías. ¿Por qué me llamáis Noemí, ya que el Señor ha dado testimonio contra mí, y el Todopoderoso me ha afligido” (v.21).
A pesar de la amargura que según Noemí le había puesto el Todopoderoso, al regresar su nuera de espigar en los campos de Booz, que se convertiría en su esposo, Noemí expone su fe latente cuando le dice  a su nuera: Sea el bendito del Señor, pues no ha rehusado a los vivos la benevolencia que tuco con los que han muerto” (2:20).
El libro de Rut pone de manifiesto como Dios controla lo que nosotros llamamos circunstancias para conseguir sus propósitos. A pesar de que podamos pensar que las circunstancias puedan hacernos creer que los acontecimientos se le han escapado de las manos, ni la misma Noemí se podía imaginar que el hambre que hubo en la tierra y que la obligó a emigrar a Moab, tierra pagana y que sus hijos se casaran con moabitas y que al regreso a Belén su nuera Noemí, le sería de gran bendición. “Y sabemos que los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, a los que conforme a sus propósitos son llamados” (Romanos 8:18). A los escogidos de Dios para salvación todas las cosas que el Señor permite les acontezcan, todas sin excepción son las manos del Señor que les ayudan a bien.
¿Podía imaginar Noemí en su amargura que se convertiría en la bisabuela de David el rey escogido por Dios para que de su descendencia, llegado el cumplimiento del tiempo, en su Belén natal nacería Jesús, el Rey de Israel que traería salvación en todos los pueblos de la tierra? No lo sabía. Tampoco sabemos los propósitos que Dios tiene reservados para nosotros en los momentos de amargura, pero en el momento oportuno, tenemos la certeza que la amargura presente es la simiente de una bendición futura gloriosa.



Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada