MATEO 8: 22
“Y
he aquí vino un leproso, y se postró ante Él diciendo: Si quieres puedes
limpiarme”
Es bien sabido que la lepra, es en la
Biblia un símbolo del pecado como lo es
también la levadura. Yo que escribo este comentario y tú que lo lees no somos
leprosos, ambos, pero, somos pecadores. Ambos, necesitamos desprendernos del
pecado, lo cual debería impulsarnos a gritar: ¡Inmundo! ¡Inmundo! ¿Reconocemos
nuestra inmundicia? Quiera el Señor hacernos reconocer que nuestra alma está
infectada de lepra espiritual.
La Biblia nos dice que todos hemos
pecado, por lo tanto, todos, sin ninguna excepción estamos destituidos de la
gloria de Dios. En otras palabras: todos estamos condenados a la muerte eterna
si fallecemos sin haber resuelto el problema del pecado que hace que Dios no
atienda a nuestras súplicas. Aunque oremos al
Dios tres veces santo no puede tener ningún contacto con el pecado. A la
vez quemisericordiosos Dios es justo y su justicia no le permite pasar por alto
nuestro pecado. Es misericordioso, sí. Sin dejar de ser justo su misericordia
le permite encontrar la manera de borrar el pecado que nos separa de Dios.
El texto nos dice que a Jesús “le seguía
mucha gente”. De entre una multitud anónima destaca un leproso, una persona
pecadora. Formamos parte de una sociedad que colectivamente se considera
cristiana. Son muchas las personas que se dicen ser seguidores de Jesús.
¿Cuántas de estas personas se declaran inmundas? El lector, ¡se declara
inmundo? Yo que escribo, ¿me declaro inmundo? A esta pegunta le tenemos que dar
respuesta tú y yo. Debemos ser cuidadosos a la hora de hacerlo. En los cultos
de evangelización que celebran de vez en cuando en las iglesias evangélicas se
invitan a los asistentes que si han aceptado a Jesús pasen al frente para que
se ore por ellos. ¿Significa que quienes han sido favorecidos por la bendición
eclesiástica han creído verdaderamente en Jesús? No forzosamente.
En primer lugar es imprescindible que nos
reconozcamos leprosos espirituales, que somos inmundos. Sin este reconocimiento
es totalmente imposible que el confesar a Jesús eclesiástico tenga valor
salvífico. Se recibirán saludos y buenos deseos de parte de los miembros de las
iglesias. A parte de esto, nada. Jesús no vino a buscar personas buenas que se
reúnen en las iglesias exponiendo su bondad. No. Vino a buscar pecadores al
arrepentimiento. Personas que se reconozcan leprosos que la medicina
eclesiástica no ha podido curar. Los leprosos que Jesús cura lo son aquellos
que como aquella mujer que sufría un flujo de sangre permanente se había
gastado todo su patrimonio en médicos y que habiendo perdido toda esperanza que
le curasen, a escondidas toca la túnica de Jesús esperando el milagro. La fe de
la mujer y la del leproso los impulsó a acercarse a Jesús e implorar la
curación. “Tu fe te ha salvado”, ambos oyeron decir a Jesús. ¿Seremos como el
leproso que se postró a los pies de Jesús
suplicándole: “Si quieres puedes limpiarme”?
RUT 1:20
“Y
ella les respondía: No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara, porque en grande
amargura me ha puesto el Todopoderoso”
“Y aconteció en los días que gobernaban
los jueces hubo hambre en la tierra” (Rut 1: 1). No se nos dice la causa de la
hambruna. Podía muy bien ser debido a la falta de lluvia acompañada del expolio
a que Israel estuvo sometido durante este período por sus enemigos. La hambruna
produjo una emigración anónima. Entre los emigrados se encontraba Noemí y su
familia. Fallecieron el esposo de Noemí y sus dos hijos. Quedó desamparada
Noemí. Entretanto, habiendo oído “que el
Señor había visitado a su pueblo para darles pan” (v.6), junto con su nuera Rut
regresa a Belén. El retorno a su pueblo natal produjo gran revuelo: “¿No es
esta Noemí?” La respuesta a esta pregunta que indicaba alegría nos la da el
texto que comentamos: “Yo me fui llena”, dice Noemí, “pero el Señor me ha
vuelto con las manos vacías. ¿Por qué me llamáis Noemí, ya que el Señor ha dado
testimonio contra mí, y el Todopoderoso me ha afligido” (v.21).
A pesar de la amargura que según Noemí le
había puesto el Todopoderoso, al regresar su nuera de espigar en los campos de
Booz, que se convertiría en su esposo, Noemí expone su fe latente cuando le
dice a su nuera: Sea el bendito del
Señor, pues no ha rehusado a los vivos la benevolencia que tuco con los que han
muerto” (2:20).
El libro de Rut pone de manifiesto como
Dios controla lo que nosotros llamamos circunstancias para conseguir sus
propósitos. A pesar de que podamos pensar que las circunstancias puedan
hacernos creer que los acontecimientos se le han escapado de las manos, ni la
misma Noemí se podía imaginar que el hambre que hubo en la tierra y que la
obligó a emigrar a Moab, tierra pagana y que sus hijos se casaran con moabitas
y que al regreso a Belén su nuera Noemí, le sería de gran bendición. “Y sabemos
que los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, a los que conforme
a sus propósitos son llamados” (Romanos 8:18). A los escogidos de Dios para
salvación todas las cosas que el Señor permite les acontezcan, todas sin
excepción son las manos del Señor que les ayudan a bien.
¿Podía imaginar Noemí en su amargura que
se convertiría en la bisabuela de David el rey escogido por Dios para que de su
descendencia, llegado el cumplimiento del tiempo, en su Belén natal nacería
Jesús, el Rey de Israel que traería salvación en todos los pueblos de la
tierra? No lo sabía. Tampoco sabemos los propósitos que Dios tiene reservados
para nosotros en los momentos de amargura, pero en el momento oportuno, tenemos
la certeza que la amargura presente es la simiente de una bendición futura
gloriosa.
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