SALMO 36:1,2
La iniquidad del impío me dice
al corazón: No hay temor de Dios delante de sus ojos. Se lisonjea, por tanto,
en sus propios ojos para no encontrar la propia iniquidad para odiarla”
“La iniquidad del impío”describe la
inmensidad de maldad que alberga su corazón. Esta clase de iniquidad no
debe confundirnos y hacernos creer que los impíos son personas marginadas, de
aspecto descuidado, que despiertan prevención sólo verlos. Los grandes impíos
no lo son únicamente los residentes en los suburbios marginales de las
ciudades. Los grandes impíos lo son las personas que dicen en su corazón: “No
hay temor de Dios delante de sus ojos”. Las tales personas a pesar que
puedan parecer ser muy religiosas “no tienen temor de Dios delante de sus
ojos”. Los escándalos de pederastia que afloran en la Iglesia católica
confirma lo dicho, de que la impiedad , la falta de temor de Dios se encuentra
entre las lujosas paredes del Vaticano, en los sencillos edificios de
seminarios y en las casas de acogida de niños necesitados de recibir amor.
Los grandes impíos visten
lujosamente para intentar tapar su miseria, presumiendo de que su indignidad no
será hallada o aborrecida. ¿Durante cuántos años la indignidad de los grandes impíos no se ha mantenido encubierta
hasta que al final aflora públicamente?: Pujol, Bárcenas, infanta Cristina…En
otros casos consiguen esconderla ante la opinión pública, pero, ¿lograrán
evitar que la impiedad no sea vista por los ojos del Señor?
El salmo al que pertenece el
texto que comentamos finaliza con estas palabras: “Allí cayeron los que
hacen iniquidad, fueron derribados y no podrán levantarse” (v.132). La
justicia de Dios no le permite considerar inocente al culpable. Los impíos con
sus obras injustas que cometen tendrán que dar cuenta de sus hechos ante el
Juez justo. Llegado el momento no tendrán escapatoria. Los bufetes de
prestigiosos abogados no podrán apoyarse en triquiñuelas legales para dilatar
los juicios a la espera de que las
causas abiertas a sus clientes prescriban. Los impíos se presentarán desnudos
ante el Juez justo poniendo al
descubierto todas las fechorías cometidas, incluso las que no han descubierto
los ojos del hombre. Entonces los impíos , sean de la clase social que sea,
oirán la sentencia que dictará el Juez: “Echadlos al lago de fuego que quema
y no consume” para pasar la eternidad sin que un tenue vestigio de la presencia de
Dios mitigue el intenso dolor que sufrirán, a no ser que, antes del
fallecimiento se hubiesen arrepentido de sus iniquidades y pedido a Jesús que
su sangre vertida en la cruz del Gólgota los limpie de todos sus pecados.
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IASÍAS 42:8
“Yo soy el Señor, este es mi
Nombre, y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas”
“Estrecha es la puerta, y angosto
el camino que lleva a la vida, y pocos
son los que la encuentran”. (Mateo 7:14). La tendencia natural del hombre
caído en pecado es la de alejarse de Dios. Esta inclinación persiste incluso en
los verdaderos hombres y mujeres de Dios que por la fe en Jesús se han
convertido en hijos e hijas de Dios. Debido a dicha inclinación no debe extrañarnos que la Biblia en
infinidad de ocasiones nos recuerde que fuera del Padre de nuestro Señor
Jesucristo no hay otro dios.
Las palabras de Jesús nos
avisan que el camino que lleva a Dios es poco transitado. En cambio la puerta
que da acceso al sendero que conduce a la condenación eterna es muy ancha y el
camino muy transitado. Tengámoslas siempre presentes porque ellas son la
protección necesaria para evitar confundirnos de puerta al saber distinguir que la ancha a pesar de
que la atraviesan muchas personas no es la que nos conviene. Debemos recordar
que la mayoría no siempre tiene razón.
Cuando el Señor dice que no
dará su gloria a otro ni su alabanza a esculturas nos remite a Éxodo 20:1-5 en
donde se nos recuerda: “Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra
de Egipto de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te
harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo
en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni
las honrarás, porque yo soy el Señor tu Dios”.
La enseñanza de la Biblia es:
Dios es único, es el Creador y el
Soberano absoluto. La preeminencia de Dios sobre todas las cosas ya se puso en
duda antes de que el pecado mental se hiciese realidad en el Edén al comer el
fruto prohibido. Si cuando el pecado no había entrado en el hombre le fue tan
fácil a la serpiente engatusar a Adán y
Eva a que desobedeciesen la prohibición de comer del árbol del conocimiento del
bien y del mal, es decir, desposeyesen a Dios de su autoridad suprema, ¿cómo no
le será todavía más fácil hacerlo con nosotros ahora que Satanás ya domina a
los hombres desde su corazón, que se ha convertido en morada suya?
El apóstol Pedro nos avisa
del peligro: “Sed sobrios, y velad, porque vuestro adversario el diablo,
como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).
De las misma manera que la serpiente fácilmente consiguió que Adán y Eva
dejasen de amar a Dios sobre todas las
cosas, con todas sus fuerzas y con toda su mente, sabiéndolo, debemos velar,
debemos esforzarnos para no permitir que Satanás se apodere de nuestras mentes
y corazones y vuelva a engañarnos para que destronemos a Dios y demos la gloria
a Satanás. Hacerlo tiene sus nefastas consecuencias temporales y eternas. Por
ello debemos revestirnos del poder de Dios para poder resistir a nuestro
Enemigo y hacer que huya de nosotros. Recuerda que el Señor da fuerza al débil
y cansado.
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