2 CRÓNICAS 7:14
“Si se humilla mi pueblo
sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se
arrepienten de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, y
perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”
Finaliza el año y comienza el nuevo
con las 12 campanadas y la ingesta de las 12 uvas, esplendorosos espectáculos
televisados, mutuas felicitaciones y deseos de que el nuevo año llene a todos
de felicidad y prosperidad. Pero la felicidad y la prosperidad mutuamente
deseadas duran tan poco como la luminosidad de los fuegos artificiales que nos
deslumbran por su espectacularidad y belleza.
Justo al inicio del nuevo
año debemos afrontar la realidad: Las hipotecas siguen exigiendo su pago, la
corrupción a todos los niveles sigue haciendo estragos, los políticos continúan
incumpliendo sus promesas, la enfermedad y la muerte prosiguen sembrando dolor y sufrimiento, las
infidelidades conyugales, y los divorcios continúan su marcha ascendente
sembrando desdicha en las familias…
El año que ya es historia no
ha sido bueno que digamos. El nuevo, con sus 365 hojas en blanco no tiene
perspectivas de que lo que vamos a escribir en ellas sea halagüeño. Los buenos
deseos en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero son esperanzas infundadas.
El motivo de la frustración de los propósitos humanos debe buscarse en textos
bíblicos como el que encabeza este escrito. Los deseos de felicidad y
prosperidad para el año nuevo no se materializan porque no se tiene en cuenta
a Dios que guía el destino de los hombres.
El texto que comentamos nos
dice algo que no aparece en el jolgorio de la celebración del año nuevo. Se
refiere a la humillación, la oración, buscar el rostro de Dios, de conversión
de nuestros malos caminos. Si hacemos esto, no olvidemos que Dios cumple
siempre sus promesas, oirá desde los cielos nuestras súplicas, perdonará
nuestros pecados y sanará nuestra tierra. Así de claro habla Dios: los males
que nos perturban y que pretendemos borrarlos del mapa con la reiterada y
especulativa recuperación económica no se conseguirá. La verdadera recuperación
económica no se consigue con el pecado como guía. La recuperación económica que
será para todos, no sólo para una minoría, es el resultado por parte de todos
del rostro del Señor, de abandonar nuestros pecados. Entonces y sólo entonces
Dios oirá nuestro clamor, perdonará nuestros pecados y sanará nuestra tierra,
es decir, aportará prosperidad a nuestro país porque cada ciudadano en
particular ajustará su vida a la
voluntad de Dios. Si no se tiene en cuenta la voluntad del Señor, la paz, la
felicidad, la prosperidad que deseamos para el año que comienza volverán a
convertirse es esperanzas y deseos frustrados.
PROVERBIOS 27:19
“Como en el agua el
rostro corresponde al rostro, así el corazón del hombre al del hombre”
Un león se aproxima a un lago
empujado por la sed. Al acercarse a la orilla se sobresaltó al ver su rostro
reflejado en el agua. Se dijo: Tendré que tener mucho cuidado con este león tan
fiero. Seguro que es el dueño del lago. Las aguas tranquilas reflejaban el
rostro de un fiero león y al contemplar la agresividad de la imagen el león
huyó despavorido. El relato del león es una ficción que refleja la condición
humana. Cuando nos miramos en la imagen
del Hombre perfecto que es Jesús, como el león del cuento huimos despavoridos
al contemplar la imagen horripilante que refleja de nuestra condición moral. Al
hombre natural que la Biblia lo llama carnal puede llegar a cometer las más
viles fechorías que uno se pueda imaginar.
La Ley de Dios es el instrumento
que el Señor pone a nuestro alcance es el espejo que sirve para que cuando nos
miramos en ella veamos lo perversos que somos. La Ley de Dios desmitifica la
imagen que nos hemos hecho de nosotros mismos de que somos moralmente
perfectos. Pero la Ley de Dios no solamente sirva para que percibamos nuestra
fealdad moral. Sirve también para que podamos encontrar el jabón que limpiará
nuestro corazón la corrupción moral existente en él. La corrupción moral del
hombre no se limpia con jabones de marca blanca: Filosofía, Ética, Religión.
Todas ellas son estropajos inútiles para limpiar el corazón inmundo por el
pecado que afea el rostro., ya que el rostro es el reflejo del alma.
La Ley de Dios sirve para
que el hombre se dé cuenta de lo miserable que es. Una vez expuesta la miseria
humana, el conocimiento adquirido sirve para que el pecador encuentre a Cristo,
la sangre del cual, vertida en la cruz del Gólgota es el jabón capaz de limpiar
el pecado: “De manera que la Ley ha sido nuestro guía que nos conduce a
Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3:24).
Justificados por la fe significa que Dios por la fe en Cristo considera justa a
la persona que cree en Él. Esta consideración se hace realidad porque la sangre
de Jesucristo limpia todos los pecados de la persona que cree en Él. El
pecador que ha sido justificado por la fe sigue mirándose en la Ley de Dios
porque continúa considerándose pecador. Lo asombroso del caso es que a medida
que sigue mirándose en el espejo que es
la Ley, ve desaparecer de su rostro las manchas y arrugas que lo afean,
asemejándolo más al rostro de Cristo. Este proceso que se conoce como
santificación perdurará hasta el final del tiempo cuando comparecerá ante el
trono de Dios “sin mancha ni arruga ni cosa semejante” (Efesios 5:28) . Mirarse en el espejo que es
la Ley de Dios es muy útil.
http://octavi
perenyacortina22.blogspot.com
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