PROVERBIOS 15:32
“El que tiene en poco la
disciplina menosprecia su alma, pero el que escucha la corrección tiene
entendimiento”
El Señor, a partir del momento en que una persona se convierte a Cristo
comienza en ella un proceso de purificación, de santificación, de
perfeccionamiento que el Señor no dará por concluido hasta que no lo haya
completado. No en vano el Señor Jesús nos dice: “Sed, pues, vosotros
perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo
5:48). Aún cuando sea hecho superficialmente, el examen que uno hace de mismo descubre que en nosotros
hay muchas cosas que nos afean, que la santidad con que estamos revestidos no
se manifiesta con la pureza con que sería de desear y de la existencia de
un corazón con la tendencia a de
alejarse de Dios. Si no fuera porque el Señor no nos suelta, ¿cuál sería
nuestro futuro?
A partir de la conversión a Cristo la persona se convierte en alguien
muy valioso a los ojos de Dios porque la tal persona es un hijo de Dios. Dicho
de otra manera: es un diamante en bruto. Cuando el diamante se extrae de la
mina sólo los expertos saben apreciar el valor que tiene a pesar de la fealdad
manifiesta por las impurezas que en él están adheridas.
El nuevo creyente en Cristo, a pesar de que instantáneamente se ha
convertido en un verdadero hijo de Dios y todos su pecados han sido borrados
por la sangre que Jesús vertió en el
Gólgota, sigue manteniendo adheridas las impurezas de su vida pasada que no
permiten exteriorizar la belleza que
acompaña a tal filiación. Para que pueda resplandecer con toda su hermosura el
creyente debe pasar por un proceso de purificación que durará todo el tiempo que permanezca en esta
tierra y que culminará en el día de la resurrección cuando todas sus manchas y
arrugas desaparecerán sin dejar rastro.
El apóstol Pedro escribiendo “a los expatriados de la dispersión”
les dice que son “guardados por el poder de Dios mediante la fe, para
alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo
postrero” (1 Pedro 1:5), lo cual, a los que “han sido elegidos según la
presciencia de Dios” produce alegría. Aquí viene a cuento el texto de
Proverbios que comentamos: “Aunque ahora por un poco de tiempo, si es
necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a
prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se
prueba con fuego sea hallado en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado
Jesucristo” (vv.6,7).
“El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma, pero el que
escucha la corrección tiene entendimiento”.
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PROVERBIOS 15:30
“La luz de los ojos alegra el
corazón, y la buena noticia conforta los huesos”
¿Somos conscientes de lo
agradecidos que deberíamos estar a Dios porque podemos gozar del maravilloso
don de la vista, que nos ha dado este complejo órgano que son los ojos y que
nos permiten ver la impactante belleza de la creación? Podemos asombrarnos de
la hermosura de la creación porque Dios nos ha concedido el don de la vista.
Quienes gozamos de ella, ¿nos hemos preguntado alguna vez cómo nos sentiríamos
si nos volviésemos ciegos? Es un motivo de agradecimiento el hecho de que nos
la conserve.
“La luz de los ojos alegra el corazón”. La naturaleza con toda su
diversidad y belleza, el sol y la luna, los millones de estrellas que
resplandecen en la negrura de la noche nos hablan de un Creador que quiere
alegrar a nuestros corazones con su presencia en ellos. Contemplar la obra de
las manos de Dios puede hacer desaparecer la necedad de decir que Dios no
existe.
“La buena noticia conforta los huesos”. Con los ojos podemos leer
en el libro de la creación que dice que
Dios existe. Creer en la existencia del Creador es algo tan bueno que alegra el
corazón. La creación nos habla de un Dios todopoderoso pero no nos dice nada de
la personalidad del Creador, pero puede ser un primer paso para llegar a creer
en el Dios Creador que se revela en Jesucristo. Pero, la buena noticia que nos
llega por medio de la Palabra revelada de Dios conforta los huesos porque nos
habla de la naturaleza de Dios y de su amor a los hombres en dar a su Hijo
unigénito a morir por el pecado de los hombres. Esta buena noticia sí que
alegra el corazón y conforta los huesos porque nos recuerda que Dios nos ama y
quiere bendecirnos con el don de la vida eterna.
El problema radica en la necedad de nuestro corazón que nos hace creer
que Dios no existe y que podemos prescindir totalmente de Él. Podemos
deshacernos de Él así lo deseamos, pero no podemos evitar los efectos de
hacerlo, que siempre son contraproducentes: No hay alegría en nuestro corazón y
nuestros huesos están descoraznados.Negar a Dios no es algo intrascendente que
podamos hacer con total impunidad. Negar a Dios es pecado y vivir en pecado
significa muerte eterna. David nos da el ejemplo a seguir: “Mi pecado te
declaré” (a Dios), “y no encubrí mi integridad. Dije: Confesaré mis
transgresiones al Señor, y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo
32:5). El rey comienza el poema con una exclamación de gozo: “Bienaventurado
aquel cuya trasgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado
el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay
engaño” (vv.1,2). David se vuelve a Dios para pedirle perdón, siendo el resultado:
“Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque
de día y de noche se agravó sobre mí tu
mano, se volvió mi verdor en sequedades de verano” (v.4). Dios que es luz
atravesó los ojos de David dándole alegría al corazón afligido, y el Hijo, que
es la buena noticia, entró por sus oídos y le confortó los huesos.
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