PERDÓN SIN RESABIO
Anne Perry, novelista que ha vendido 25
millones de ejemplares de novela negra
tenía 13 años cuando con una amiga mató a la madre de su compañera
golpeándole la cabeza 45 veces con un ladrillo. El crimen fue motivado porque
las dos niñas querían estar siempre juntas y la víctima era un obstáculo.
Permanecieron encarceladas durante 5 años.
Haciendo referencia a este hecho el periodista Víctor-M.
Amela le pregunta a Anne Perry seudónimo de Juliet
Hulme para borrar su pasado: - ¿Cómo superó aquella experiencia?
La respuesta que le dio Perry fue: “Reconocí el daño que
había cometido. Me arrepentí, pagué el precio que tenía que pagar…¡Si crees en
el perdón, acéptalo! Y sobrevivirás. Porque vivir con la culpa es como vivir
lisiado, mutilado. Vivir con la culpa no ayuda a nadie, es poco inteligente”.
¿Puede el seudónimo Anne Perry borrar del
todo el acto infantil que cometió siendo Juliet Hulme?
Leyendo la entrevista, cuando el periodista le dice: - Usted se llamaba
Juliet Hulme. La respuesta que le da la novelista: “Esto fue
en una vida muy lejana…Hace medio siglo, es pasado, dejémoslo”. Parece ser que
el tiempo no lo borra todo, que le queda en un rinconcito de su alma un mal
recuerdo que los cinco años de cárcel no le han borrado del todo el sentimiento
de culpa y de lo cual no quiere hablar. La reclusión le perdonó la
responsabilidad ante la sociedad, pero el pecado que cometió matando a la madre
de su amiga le sigue royendo el alma después de medio siglo.
Dejemos que Juliet Hulme quiera borrar su
pecado con el seudónimo Anne Perry y adentrémonos en la
Biblia para ver lo que nos dice del perdón de Dios. Cuando el rey David cometió
adulterio y quiso esconder su pecado
haciendo matar al marido de la mujer ultrajada, no le sirvió de nada. Dios que
ve las cosas más escondidas en las profundidades del alma le envió al profeta
Natán para denunciarle el mal que había cometido. El rey se arrepintió de su
pecado y Dios se lo perdonó. En el salmo 51 describe el perdón divino: “Ten
piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a la multitud de
tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de
mi pecado” (vv.1,2). No se azota la espalda. No se pone un cilicio que le
desgarre la carne. No hace peregrinaciones ni ayunos que le perjudiquen la
salud. Se limita a dirigirse a Dios a quien había ofendido con su pecado y con
sincero arrepentimiento le pide: “Límpiame completamente mi iniquidad”
El doble pecado David reconoce que en primer lugar lo había
cometido contra Dios: “Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo
ante tus ojos” (v.4). Dios por medio del profeta Jeremías dice: “Aunque te
laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá
aún, delante de mi, dijo el Señor Dios” (2:22). David admite que no puede
borrar su iniquidad con sus esfuerzos y se dirige al Dios a quien ha ofendido,
diciendo. “Purifícame con hisopo, y seré más limpio, límpiame y seré más blanco
que la nieve…Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades”
(vv.7,9)
Al lector no familiarizado con la Biblia le diré que
purificar con hisopo significa rociar con esta planta la
sangre de los sacrificios con lo cual el pecador quedaba ritualmente puro.
David no desea una purificación externa, ritual que no borra sus
pecados. Quiere ser verdaderamente purificado. Por ello no pide que sea un
sacerdote humano que le rocíe con sangre animal procedente del ritual que no
borra su pecado. Desea que sea Jesucristo, el Sumo Sacerdote que le rocíe con
la sangre derramada en el Gólgota que sí tiene poder de perdonar los pecados.
Es por eso que por fe mira hacia la cruz en donde Jesús derramaría la sangre
que verdaderamente quita el pecado: “La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios,
nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7)
En el salmo 32 David expresa lo que le pasaba cuando
intentaba esconder su pecado y no buscaba el perdón de Dios: “Mientras callé,
se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se
agravó sobre mí tu mano, se volvió mi verdor en sequedades de verano” (vv.3,4).
Siendo consciente del perdón recibido, exclama: “Bienaventurado aquel cuya
trasgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a
quien el Señor no culpe de su iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño”
(vv.1,2).
En los salmos David expone sus experiencias espirituales y
nos muestra que sus pecados son perdonados exclusivamente por la fe en Dios. No
le es necesario hacer ninguna obra que le aporte méritos ante el Señor porque
sabe que sus esfuerzos son estériles.
Por esto dice con gozo: “Bienaventurado el hombre a quien Dios no culpa
de iniquidad”. El perdón de Dios no deja resabio.
Octavi Pereña i Cortina
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