LA LUZ DEL MUNDO
<b>La luz y las tinieblas son
incompatibles</b>
<b>Daniel Verdú</b>
entrevista a <b>Gianni Vattimo</b>, filosofo considerado como “el
último gran pensador italiano”. El periodista le dice: ¿La idea de morir le
permite encontrarse con los compañeros de su vida? Respuesta. “Lo espero
moderadamente. Morir me sabe mal por el gato y por algún amigo. Pero no tengo
una gran imagen de la muerte. Encontraré a Kant…Y espero no terminar en el
infierno. Eso sería un gran problema: Imagínate a un padre eterno divirtiéndose
en verme quemar en las llamas”. ¿Se ha parado a pensar Vattimo en este texto
bíblico: “De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él crea, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:
16). Por lo que dice Vattimo referente al infierno y a Dios, me temo que no.
Ateo, ateo, no sé si lo es. Incrédulo, sí. A pesar de todo le tiene miedo al
infierno del que habla la Biblia. En el fondo su conciencia no le deja vivir tranquilo
penando en la posibilidad de su
existencia. “Esto sería un gran problema: imagínate a un padre eterno
divirtiéndose viéndome quemar en las llamas”. Si <b>Gianni
Vattimo</b> ha leído alguna vez el texto bíblico mencionado, no lo ha
entendido y por lo tanto desconoce el significado que tiene que Dios haya dado
a su Hijo unigénito a morir por los pecadores, entre los cuales se encuentra el
“último gran pensador italiano”. ¿Cómo podría divertirse Dios viéndolo quemar en las llamas? Quizás el
filósofo italiano conoce sobre Dios. No me lo imagino sin conocimientos
bíblicos como si fuese un ignorante supino con respecto a Dios.
El Padre eterno no se alegra viendo como
los hombres se consumen sin destruirse en las llamas del averno pues no envió
“a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo
por Él” (v.17). La pregunta que nos vemos obligados a hacer es: ¿Quieren las
personas que el Hijo de Dios las salve de la condenación eterna? Juan 3: 16 nos
dice que toda persona que cree en el Hijo de Dios no se condene sino que recibe
la vida eterna. Jesús no vino a morir en la cruz para hacer desaparecer la
condenación eterna y que nadie se queme en las llamas infernales, sino para
impedir que las personas se consuman en el fuego eterno que no destruye, si
creen en Él.
Gusta a muchas personas acusar a Dios de
ser un malhechor porque no impide que los hombres realicen las perversidades
que tanto daño causan y que los hace merecedores del justo juicio de Dios.
¿Dónde queda la responsabilidad humana? Culpando a Dios de nuestras fechorías
pensamos que estamos exentos de responsabilidad. La cosa no es así. “El que en
Él cree no es condenado, pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no
ha creído en el Nombre del unigénito Hijo de Dios” (v.18). La muerte de Jesús
en la cruz potencialmente puede salvar de la condenación a todos los hombres.
De hecho no es así. ¿Por qué? El apóstol Juan lo explica. “Y esta es la condenación:
que la luz vino al mundo (Jesús es la luz del mundo), y los hombres amaron más
las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (v.19). Que Dios
catalogue como malas las obras de los hombres
no significa que todas lleguen al límite de la perversidad. No. Son
muchas las personas que actúan con cierta corrección ética. Me viene a la mente
la capitana del barco de una ONG que se dedica a rescatar del mar a
emigrantes que a pesar de la prohibición
del gobierno italiano de desembarcarlos en puertos italianos bajo la amenaza de
prisión y del pago de fuertes multas, así y todo desobedeció la prohibición.
Comportamientos ejemplares son como brisa de aire fresco en medio de las
noticias escabrosas que se publican diariamente. Esto no es suficiente para que
Dios las considere merecedoras de aportar salvación a sus autores. Las buenas
obras que los hombres hacen fuera de Cristo Dios no las puede considerar buenas
porque están manchadas de pecado. El corazón de los descendiente de Adán es
malo y perverso y todo aquello que hacen que no pase por el filtro de la sangre
de Jesús derramada en la cruz que limpia todas las impurezas que las acompañan,
Dios no las puede considerar buenas.
El hecho de que los autores de buenas
obras no quieren creer que Jesús es la luz del mundo, es la evidencia de que en
lo íntimo se dan cuenta de que no poseen la bondad que declaran sus labios;
“Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para
que sus obras no sean reprendidas” (v.20). Si Dios no fuese misericordioso el
criminal que se convirtió a Jesús colgando de la cruz a su lado, el
arrepentimiento y el perdón se habrían producido. La luz de Dios invadió el
corazón del malhechor haciéndole ver la perversidad que se escondía en él. La maldad que vio
tenía que ver con Jesús. Las maldades que se cometen tienen que ver con el
prójimo. No nos damos cuenta de que el primer ofendido no es el ser humano al
que hemos perjudicado, es Dios. Es por ello que no se desea que la luz reprenda
las obras. En el momento en que el Espíritu Santo ilumina el corazón, todos sin
excepción se dan cuenta de que han ofendido a Dios y se apresuran a ir a Él
pidiendo perdón. El caso del ladronzuelo que colgaba en la cruz es un caso
extremo. En los últimos minutos de su
existencia temporal se arrepintió de todo el mal que había hecho. Fue salvado.
Acto seguido accedió al paraíso eterno. La fe en Jesús hizo el milagro.
En la mayoría de las persona la
iluminación del Espíritu Santo que precede a la conversión a Cristo se produce
un cierto número de años antes de la muerte física. En esto tiene que ver la
misericordia divina que transforma a los conversos en propagadores del mensaje de salvación, el
Evangelio, que se condensa en esta declaración: “De tal manera amó Dios al
mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él crea, no
se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3: 16).
<b>Gianni
Vattimo</b> hace esta declaración; “Lo único que espero es morir antes de
que reviente todo”. Sin Cristo no hay esperanza. El nihilismo impera. Los
cristianos sabemos con certeza que cuando Dios nos llame a su presencia, a
pesar que creemos que todo va a reventar, antes de que suceda la catástrofe,
Jesús nos dirá: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Octavi Pereña i Cortina
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