SALMO 113: 7
”Levanta
del polvo al pobre, y al menesteroso alza del estercolero”
El salmo 113 es una exaltación del Nombre
del Señor “desde ahora y para siempre. Desde el nacimiento del sol hasta donde
se pone, sea alabado el nombre del Señor”. El salmista sigue alabando al Señor
cuando dice: “¿Quién como del Señor nuestro Dios, que se sienta en las alturas,
que se humilla a mirar en el cielo y en la tierra”. El acto de humillarse Dios
para mirar en el cielo y en la tierra forma parte de la misericordia infinita
que contribuye a realzar su gloria eterna.
El hecho de que el Dios eterno se humille
para mirar lo que sucede en el cielo y en la tierra es muy importante para el
hombre porque se fija en el “pobre y menesteroso”. El Dios que se humilla al
mirar a unos gusanos como lo somos los hombres no tiene inconveniente en que al
humillarse en la persona de su Hijo haciéndose hombre, hecho semejante a
nosotros en todo excepto en el pecado. En el Hijo se desprende de su gloria
eterna con la única finalidad de sacarnos de la esclavitud del pecado y de
Satanás. La humillación de Dios haciéndose hombre nos ayuda a entender el salmo
113. ¿Qué ve el Señor al mirar en el cielo y en la tierra? La situación
desesperada en que se encuentra el hombre. No de todos los hombres, porque los
hay muchos que tienen sobreabundancia de bienes y nunca tienen bastante con lo
conseguido. Desean duplicar su fortuna cada año. Quieren entrar a formar parte de
las lista de las personas más ricas del planeta. De estas personas los ojos del
Señor pasan de largo. Se detienen en el pobre y el menesteroso. Pero no todos
los pobres y menesterosos, porque la mayoría de éstos quieren que sus nombres
estén escritos en la lista de las personas más ricas del mundo. Los pobres y
menesterosos sobre quienes se detienen los ojos del Señor son los que tienen hambre y sed de justicia.
No de los que están hartos, de los que lo tienen todo.
Los ojos del Señor están puestos sobre
los pobres y menesterosos porque en ellos hay hambre y sed de la justicia
divina. El mundo y sus placeres no los satisfacen. Quienes son verdaderamente
menesterosos y pobres los hace “sentar con los príncipes de su pueblo”, porque
son los únicos que responden a su llamado: “A todos los sedientos: Venid a las
aguas, y a los que no tienen dinero, venid, comprad sin dinero y sin pecio,
vino y leche” (Isaías 55:1). A los pobres y menesterosos los cubre con los
vestidos de lino fino que les permiten acceder al salón en el que se celebra el
banquete de bodas del Cordero.
JEREMÍAS 2: 8
“Los
sacerdotes me dijeron: ¿Dónde está el Señor? Y los que tienen la ley no me
conocieron, y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaron
en nombre de Baal, y anduvieron tras lo que no aprovecha”
Israel se desmarca de Dios: “Así dijo el
Señor: ¿Qué maldad hallaron en mí vuestros pares, que se alejaron de mí, y se
fueron tras la vanidad y se hicieron vanos?”
(v.3). La causa de que Israel se convirtiese en un pueblo de ovejas sin pastor se debe a
que quienes debían pastorear a las ovejas en lugares de delicados pastos y junto a aguas de reposo, en vez de cumplir con su responsabilidad
pastoral, se dedicaron a pastorearse a sí mismos, olvidándose de las ovejas a
su cargo.
El texto de Jeremías que es la base de
nuestra meditación denuncia a quienes tenían la responsabilidad de ejercer de
pastores de Israel, de guiar al pueblo por las sendas de justicia. En vez de
ello, “los profetas profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras lo que no
aprovecha”.
Jesús en sus viajes a lo largo y ancho de Judea y Galilea tuvo compasión de
las multitudes “porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no
tienen pastor” (Mateo 9: 36). En el contexto de lo que veían sus ojos, Jesús
dice a sus discípulos: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros
pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies,
que envíe obreros a su mies” (vv. 37,38), que enseñen al pueblo a hacer
distinción entre lo santo y lo profano y a discernir entre lo impuro y lo puro
(Ezequiel 44:23). Para que existan iglesias espiritualmente sanas éstas deben
ser pastoreadas por verdaderos hombres de Dios. El apóstol Pablo consciente de
la importancia que tienen los buenos pastores, al despedirse de los ancianos de
la iglesia de Éfeso, les dice: “Porque no he rehuido anunciaros todo el consejo
de Dios. Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu
Santo os ha puesto por supervisores, para apacentar la iglesia del Señor, la
cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida
entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán el rebaño. Y de
vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar
tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años de
noche y de día no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno. Y ahora,
hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia que tiene el poder
de sobreedificaros, y daros herencia con todos los santos” (Hechos 20: 27-32).
Pablo en su despedida de los hermanos en
Éfeso los encomienda a Dios y a la palabra de su gracia que tienen el poder de
sobreedificar. Quiera el Señor que las iglesias de hoy sean pastoreadas por hombres que confíen en Dios y en la
palabra de su gracia. Oren los cristianos para que el Señor de la Iglesia envíe
obreros a las iglesias para que pastoreen a las ovejas en su Nombre
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