dilluns, 27 de juliol del 2015

GÉNESIS 17.1

“Yo soy el Dios todopoderoso, anda delante de mí y sé perfecto”
La perfección es la meta de cualquier persona que estime ser cristiana. No es un objetivo que debe alcanzar un limitado número de cristianos. Todo el pueblo de Dios sin ninguna excepción debe aspirar a ella.
Abraham tenía 99 años cuando Dios le recordó que debía andar delante de Él y ser perfecto. Esta orden que recibe el padre de la fe en su vejez debe recordarnos el mandato que Jesús dio a la multitud que le estaba escuchando: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Este mandato Jesús no lo da a los sacerdotes y escribas, los dirigentes de Israel, sino a todo el pueblo que le escuchaba. Esta instrucción es aplicable a todos los cristianos pues no va dirigida a los pastores i dirigentes de las iglesias, sino a todo el pueblo de Dios. Jesús sabe de antemano que nadie puede cumplir dicho requisito, que nadie puede cumplir todos los preceptos de la Ley. Jesús no es un monstruo que exige que sus seguidores realicen algo que no pueden cumplir. Dios le dijo a Abraham: “anda delante de mí y sé perfecto”.
Andar delante de Dios y ser perfecto es como las dos caras de una moneda. Una moneda a la que le falte una cara no tiene valor legal. No sirve para comprar. Así es con lo que estamos tratando. Si no andamos con de Dios es imposible alcanzar la perfección. Dios a lo largo de toda su vida y el señor lo considera su amigo. La perfección es inalcanzable hoy porque los santos son pecadores. Son pecadores, sí, pero pecadores redimidos. No se le puede pedir peras al olmo. Pero si Jesús pide a los suyos que sean perfectos como el Padre celestial es perfecto, no les pide que alcancen la perfección hoy. Lo que ocurre es que si andamos con Dios dicha andadura nos va arrancando la imperfección que nos afea y nos va haciendo más parecidos a Él. Somos santos pero se precisa la santificación del Espíritu para que la santidad con la que hemos sido revestidos por la fe en Jesús vaya prevaleciendo y brillando con más fulgor.
El apóstol Pablo comprara la perfección que debe alcanzar con una carrera atlética. El atleta que persigue la valiosa corona de laurel se sometía a una dura disciplina para conseguir llegar primero en la meta. Dice: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura, de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre” (1 Corintios 9: 26,27). Pablo pone en servidumbre a su cuerpo para obtener “la corona incorruptible”. Para ser coronado no rehuye los esfuerzos. La vida cristina no es fácil para quien anda con Dios. No rehuye esfuerzo alguno para obtener en el día de la resurrección la perfección que Jesús exige a sus seguidores.


LUCS 4:13

“Y cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de Él por un tiempo”
El diablo pretende hacer caer en tentación a Jesús cuando debido al ayuno de cuarenta días está físicamente debilitado. Vence al tentador esgrimiendo en contra suya las escrituras. Ejemplo nos da Jesús para que aprendamos de Él. El diablo se disfraza de ángel de luz con el propósito de hacer caer en  tentación a los escogidos de Dios. Recordemos que Satanás e presentó ante Adán y Eva en forma de serpiente tergiversando la palabra de Dios.  El mismo Satanás atacó a Jesús utilizando la Palabra sacada de su contexto, pero Jesús lo vence con la Palabra. Adán y Eva cayeron en la tentación porque dudaron de la palabra de Dios. Aprendamos de Jesús y creamos la Palabra con la cual podremos rechazar todos los dardos de fuego que el maligno disparará contra nosotros para perjudicarnos.
El texto nos dice algo más sobre el diablo: “Se separó de Él por un tiempo”. El diablo jamás se da por vencido. Se retira momentáneamente con el rabo entre las piernas  para volver al ataque en otro momento que considere más oportuno. No olvidemos que “nuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). El león rugiente es una excelente imagen que describe la ferocidad del enemigo de nuestras almas, cuyos instintos destructivos los ilustra Jesús cuando dice: “Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso y padre de mentira” (Juan 8:44). Muchas personas caen en las garras de Satanás y  son devoradas por él porque desconocen la Palabra y, ignorándola  no pueden descubrir sus engaños. Amemos la Palabra y dejémonos guiar por ella.
Jesús vence al diablo a pesar de su debilidad física porque vivía haciendo siempre la voluntad de Dios. Para que podamos salir victoriosos de los ataques del maligno Santiago nos aconseja: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a os humildes. Someteos, pues, a Dios, resistid al diablo y huirá de vosotros” (4:6,7). Sometiéndonos a Dios el diablo no podrá con nosotros por muchas que sean las veces que vuelva al ataque. Cuando nos sometemos a Dios Él nos fortalecemos con su poder y nos vestimos “de toda la armadura de Dios que nos permite estar firmes, contra las acechanzas del diablo” (Efesios 6: 10-19)
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