GÉNESIS 17.1
“Yo
soy el Dios todopoderoso, anda delante de mí y sé perfecto”
La perfección es la meta de cualquier persona que
estime ser cristiana. No es un objetivo que debe alcanzar un limitado número de
cristianos. Todo el pueblo de Dios sin ninguna excepción debe aspirar a ella.
Abraham tenía 99 años cuando Dios le recordó que debía
andar delante de Él y ser perfecto. Esta orden que recibe el padre de la fe en
su vejez debe recordarnos el mandato que Jesús dio a la multitud que le estaba
escuchando: “Sed, pues, vosotros
perfectos, como vuestro padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo
5:48). Este mandato Jesús no lo da a los sacerdotes y escribas, los dirigentes
de Israel, sino a todo el pueblo que le escuchaba. Esta instrucción es
aplicable a todos los cristianos pues no va dirigida a los pastores i
dirigentes de las iglesias, sino a todo el pueblo de Dios. Jesús sabe de
antemano que nadie puede cumplir dicho requisito, que nadie puede cumplir todos
los preceptos de la Ley. Jesús
no es un monstruo que exige que sus seguidores realicen algo que no pueden
cumplir. Dios le dijo a Abraham: “anda
delante de mí y sé perfecto”.
Andar delante de Dios y ser perfecto es como las dos
caras de una moneda. Una moneda a la que le falte una cara no tiene valor legal.
No sirve para comprar. Así es con lo que estamos tratando. Si no andamos con de
Dios es imposible alcanzar la perfección. Dios a lo largo de toda su vida y el
señor lo considera su amigo. La perfección es inalcanzable hoy porque los
santos son pecadores. Son pecadores, sí, pero pecadores redimidos. No se le
puede pedir peras al olmo. Pero si Jesús pide a los suyos que sean perfectos
como el Padre celestial es perfecto, no les pide que alcancen la perfección
hoy. Lo que ocurre es que si andamos con Dios dicha andadura nos va arrancando
la imperfección que nos afea y nos va haciendo más parecidos a Él. Somos santos
pero se precisa la santificación del Espíritu para que la santidad con la que
hemos sido revestidos por la fe en Jesús vaya prevaleciendo y brillando con más
fulgor.
El apóstol Pablo comprara la perfección que debe
alcanzar con una carrera atlética. El atleta que persigue la valiosa corona de
laurel se sometía a una dura disciplina para conseguir llegar primero en la
meta. Dice: “Así que, yo de esta manera
corro, no como a la ventura, de esta manera peleo, no como quien golpea el
aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre” (1 Corintios 9:
26,27). Pablo pone en servidumbre a su cuerpo para obtener “la corona incorruptible”. Para ser coronado no rehuye los
esfuerzos. La vida cristina no es fácil para quien anda con Dios. No rehuye
esfuerzo alguno para obtener en el día de la resurrección la perfección que
Jesús exige a sus seguidores.
LUCS 4:13
“Y
cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de Él por un tiempo”
El diablo pretende hacer caer en tentación a Jesús
cuando debido al ayuno de cuarenta días está físicamente debilitado. Vence al
tentador esgrimiendo en contra suya las escrituras. Ejemplo nos da Jesús para
que aprendamos de Él. El diablo se disfraza de ángel de luz con el propósito de
hacer caer en tentación a los escogidos
de Dios. Recordemos que Satanás e presentó ante Adán y Eva en forma de
serpiente tergiversando la palabra de Dios.
El mismo Satanás atacó a Jesús utilizando la Palabra sacada de su
contexto, pero Jesús lo vence con la Palabra.
Adán y Eva cayeron en la tentación porque dudaron de la
palabra de Dios. Aprendamos de Jesús y creamos la Palabra con la cual
podremos rechazar todos los dardos de fuego que el maligno disparará contra
nosotros para perjudicarnos.
El texto nos dice algo más sobre el diablo: “Se separó de Él por un tiempo”. El
diablo jamás se da por vencido. Se retira momentáneamente con el rabo entre las
piernas para volver al ataque en otro
momento que considere más oportuno. No olvidemos que “nuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). El león rugiente es una excelente imagen que describe la ferocidad del
enemigo de nuestras almas, cuyos instintos destructivos los ilustra Jesús
cuando dice: “Él ha sido homicida desde
el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él.
Cuando habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso y padre de mentira”
(Juan 8:44). Muchas personas caen en las garras de Satanás y son devoradas por él porque desconocen la Palabra y, ignorándola no
pueden descubrir sus engaños. Amemos la Palabra y dejémonos guiar por ella.
Jesús vence al diablo a pesar de su debilidad física
porque vivía haciendo siempre la voluntad de Dios. Para que podamos salir
victoriosos de los ataques del maligno Santiago nos aconseja: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a
os humildes. Someteos, pues, a Dios, resistid al diablo y huirá de vosotros”
(4:6,7). Sometiéndonos a Dios el diablo no podrá con nosotros por muchas que
sean las veces que vuelva al ataque. Cuando nos sometemos a Dios Él nos
fortalecemos con su poder y nos vestimos “de
toda la armadura de Dios que nos permite estar firmes, contra las acechanzas
del diablo” (Efesios 6: 10-19)
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