dimarts, 13 d’agost del 2013


PERDÓN SIN RESABIO


 

Anne Perry, novelista que ha vendido 25 millones de ejemplares de novela negra  tenía 13 años cuando con una amiga mató a la madre de su compañera golpeándole la cabeza 45 veces con un ladrillo. El crimen fue motivado porque las dos niñas querían estar siempre juntas y la víctima era un obstáculo. Permanecieron encarceladas durante 5 años.

Haciendo referencia a este hecho el periodista Víctor-M. Amela le pregunta a Anne Perry seudónimo de Juliet Hulme para borrar su pasado:            - ¿Cómo superó aquella experiencia? La respuesta que le dio Perry fue: “Reconocí el daño que había cometido. Me arrepentí, pagué el precio que tenía que pagar…¡Si crees en el perdón, acéptalo! Y sobrevivirás. Porque vivir con la culpa es como vivir lisiado, mutilado. Vivir con la culpa no ayuda a nadie, es poco inteligente”.

¿Puede el seudónimo Anne Perry borrar del todo el acto infantil que cometió siendo Juliet Hulme? Leyendo la entrevista, cuando el periodista le dice: - Usted se llamaba Juliet Hulme. La respuesta que le da la novelista: “Esto fue en una vida muy lejana…Hace medio siglo, es pasado, dejémoslo”. Parece ser que el tiempo no lo borra todo, que le queda en un rinconcito de su alma un mal recuerdo que los cinco años de cárcel no le han borrado del todo el sentimiento de culpa y de lo cual no quiere hablar. La reclusión le perdonó la responsabilidad ante la sociedad, pero el pecado que cometió matando a la madre de su amiga le sigue royendo el alma después de medio siglo.

Dejemos que Juliet Hulme quiera borrar su pecado con el seudónimo Anne Perry y adentrémonos en la Biblia para ver lo que nos dice del perdón de Dios. Cuando el rey David cometió adulterio  y quiso esconder su pecado haciendo matar al marido de la mujer ultrajada, no le sirvió de nada. Dios que ve las cosas más escondidas en las profundidades del alma le envió al profeta Natán para denunciarle el mal que había cometido. El rey se arrepintió de su pecado y Dios se lo perdonó. En el salmo 51 describe el perdón divino: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado” (vv.1,2). No se azota la espalda. No se pone un cilicio que le desgarre la carne. No hace peregrinaciones ni ayunos que le perjudiquen la salud. Se limita a dirigirse a Dios a quien había ofendido con su pecado y con sincero arrepentimiento le pide: “Límpiame completamente mi iniquidad”

El doble pecado David reconoce que en primer lugar lo había cometido contra Dios: “Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo ante tus ojos” (v.4). Dios por medio del profeta Jeremías dice: “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún, delante de mi, dijo el Señor Dios” (2:22). David admite que no puede borrar su iniquidad con sus esfuerzos y se dirige al Dios a quien ha ofendido, diciendo. “Purifícame con hisopo, y seré más limpio, límpiame y seré más blanco que la nieve…Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades” (vv.7,9)

Al lector no familiarizado con la Biblia le diré que purificar con hisopo significa rociar con esta planta la sangre de los sacrificios con lo cual el pecador quedaba ritualmente  puro.  David no desea una purificación externa, ritual que no borra sus pecados. Quiere ser verdaderamente purificado. Por ello no pide que sea un sacerdote humano que le rocíe con sangre animal procedente del ritual que no borra su pecado. Desea que sea Jesucristo, el Sumo Sacerdote que le rocíe con la sangre derramada en el Gólgota que sí tiene poder de perdonar los pecados. Es por eso que por fe mira hacia la cruz en donde Jesús derramaría la sangre que verdaderamente quita el pecado: “La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7)

En el salmo 32 David expresa lo que le pasaba cuando intentaba esconder su pecado y no buscaba el perdón de Dios: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano, se volvió mi verdor en sequedades de verano” (vv.3,4). Siendo consciente del perdón recibido, exclama: “Bienaventurado aquel cuya trasgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no culpe de su iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño” (vv.1,2).

En los salmos David expone sus experiencias espirituales y nos muestra que sus pecados son perdonados exclusivamente por la fe en Dios. No le es necesario hacer ninguna obra que le aporte méritos ante el Señor porque sabe que sus esfuerzos son estériles.  Por esto dice con gozo: “Bienaventurado el hombre a quien Dios no culpa de iniquidad”. El perdón de Dios no deja resabio.

Octavi Pereña i Cortina

dilluns, 12 d’agost del 2013


COLOSENSES 2:23


“Todas las cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y duro trato del cuerpo, pero no tienen validez alguna contra los apetitos de la carne”

Escribiendo el apóstol Pablo a los cristianos de Corinto expone el símil del atleta que corre en el estadio para ganar una corona de laurel corruptible se abstiene de todo lo que puede ser un estorbo para ganar un efímero galardón (1 Corintios 9:24-27). Aparentemente existe una contradicción con lo que dice a los colosenses. A los corintios les dice: “A todos me  he hecho de todo, para que de todos modos salve algunos. Y esto hago por causa del Evangelio, para hacerme copartícipe de él” (vv. 22,23). Pablo pone su cuerpo en servidumbre para la gloria de Dios y el bien de los hombres. No puede permitir que las tentaciones de la carne hagan que se frustre su ministerio y sea objeto de blasfemia el Nombre de Jesús.

Por lo que hace a los cristianos de Colosas “el duro trato del cuerpo” tiene otro sentido. Para mí el texto clave para entender lo que Pablo dice a los colosenses es: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo”  (v.8). Los conceptos filosóficos y religiosos del mundo ya no son para nosotros y no deben esclavizarnos. El mundo encuentra muy atractiva la práctica del yoga y de la meditación oriental. A veces pide que nosotros también practiquemos estas técnicas que dicen son tan buenas para la salud emocional y la unión con el absoluto impersonal quienes las practican. Para nosotros estos ejercicios respiratorios  deben considerarse “tradiciones de los hombres y huecas sutilezas”

Quienes hemos resucitado en Cristo debemos ”poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (3:1-3).

La libertad que el cristiano tiene en Cristo no justifica la esclavitud del pecado: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría” (v.5). No para conseguir el favor de Dios que se obtiene por la fe en el Nombre de Jesús, sino porque hemos resucitado en Cristo que debemos hacer morir lo terrenal que hay en nosotros. Haciéndolo así no cubriremos de ignominia el precioso Nombre de Jesús.


PROVERBIOS 5:21


“Porque los caminos del hombre están ante los ojos del Señor, y Él considera todas sus veredas”

El humo por más escondido que esté más pronto o más tarde sale a la superficie, a la vista de todos. El hombre en su necedad piensa que puede mantener en secreto sus impiedades porque Dios no las  trata en el acto. Enorme error porque más pronto o más tarde son descubiertas, recibiendo el trato que se merecen.

Últimamente van saliendo a la luz pública casos de corrupción que se han mantenido en secreto durante años. Casos de infidelidades conyugales se destapan, con los consiguientes problemas de pareja. Lo que parecía tan bien guardado se hace del dominio público. Dios castiga la impiedades humanas. Al permitir aflorar lo escondido la vergüenza hace sonrojar el rostro. Este primer paso de publicidad debería servir para que los pecadores se arrepintiesen de sus pecados y pidiesen  perdón a Dios. En su insensatez creen que el descubrimiento que se ha hecho de sus delitos es fruto del azar  o que no se ha sido lo suficiente inteligente para impedir que el secreto se hiciese público. Más no es el azar ni la falta de inteligencia lo que actúa, es el Señor que“considera todas sus veredas”

El pecador debería agradecer a Dios que su pecado se descubriese porque le brinda la oportunidad de ser tratado adecuadamente. El descubrimiento de la fechoría debería ser el principio de la regeneración espiritual ya que abre la puerta al arrepentimiento ante Dios y del perdón de los pecados por la fe en el Nombre de Jesús.

Un momento de bochorno y a la espera de que el paso del tiempo lo borre todo. Ya no quedan recuerdos de las fechorías. Pero Dios sigue considerando todas las veredas del hombre porque sus caminos están ante los ojos del Señor. Pero llegará un día en que el juicio de Dios será definitivo cuando sean abiertos los libros en que están registrados todas las obras y Dios pase cuenta de los delitos cometidos. Cuando los pecadores sean lanzados en el lago de fuego eterno  y se produzca  el lloro y el crujir de dientes se lamentarán indefinidamente. La causa: no haber aprovechado la oportunidad de arrepentirse y volverse a Dios  cuando su fechoría fue descubierta y puesta a la vista de todos. Cuando se cierra la puerta, que sucede en el momento del fallecimiento, ya no hay posibilidad de perdón y abandonar la condenación eterna.