dilluns, 31 de juliol del 2017

EL ORIGEN DEL HOMBRE

<b>La alfa y la omega, el principio y el fin. Si no sabemos de dónde venimos no sabemos a dónde vamos</b>
El periodista <b>Josep Corbella</b> le pregunta a <b>Alberto G. Fairén</b>, investigador del Centro de Astrobiología en Torrejón de Ardoz: - S i no se hubiese dedicado a la Astrobiología ¿qué le hubiera gustado ser? Respuesta: “Habría estudiado el origen del ser humano”. A los seres humanos en general nos gusta saber de dónde procedemos. Los paleontólogos investigan los fósiles. Los astrobiólogos si existe la posibilidad de vida en otros planetas. Los paleontólogos en concreto están absortos en investigar el llamado proceso evolutivo del hombre. Con las pequeñas muestra óseas encontradas en parajes diversos y que según ellos tienen millones de años de antigüedad van indicando con más precisión  de que si se tratara de un reciente evento el proceso evolutivo de los homínidos hasta el hombre actualidad. Todas las aseveraciones que se hacen para llegar a nuestro origen se basan en teorías que no dan credibilidad a los resultados paleontológicos. Resumiendo, teniendo en cuenta la declaración de <b>Alberto G. Fairén</b> los registros fósiles no resuelven  el enigma de dónde venimos. 
El encuentro en Sudáfrica de una especie de homínido el <i>homo maledi</i> “ha vuelto a poner sobre la mesa el debate en torno a una cuestión crucial que parece una obviedad, pero que los científicos llevan discutiendo desde Darwin sin encontrar una respuesta única: “¿Qué nos convierte en humanos?” “¿Qué nos diferencia del resto de los primates?” (<b>Guillermo Altares</b>). “La evidencia fenomenológica”, prevalece “ya que la observación de nuestra cultura y de nuestra historia nos lleva necesariamente a la conclusión, a pesar que seguimos siendo animales somos diferentes del resto” (<b>Thierry Cheminade</b>, experto francés en la evolución del cerebro humano), “no obstante esto, dice <b>Guillermo Altares</b>, esta respuesta deja abierta la pregunta clave, somos diferentes, pero, ¿por qué?”
Solamente podemos saber a dónde vamos si sabemos  dónde venimos. Si somos el resultado de un proceso evolutivo  que se arrastra desde hace millones de años, nos deja sin respuesta convincente. El registro fósil no responde a la pregunta: ¿Quién soy? Nuestra existencia sigue siendo un enigma desde el ateísmo o la incredulidad. La Escritura cristiana afirma: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14:1). Los necios de la Biblia no son personas de pocas luces. Pueden ser personas eminentes en diversos campos de la cultura. No se les puede menospreciar porque gracias a ellos se han producido grandes avances tecnológicos que nos proporcionan bienestar. El necio de la Biblia es una persona incapacitada para comprender las cosas espirituales. Es por esto que no pueden entender que más allá del mundo material existe Dios que además de la maravillosa creación que contemplamos, es el Creador del hombre. Hecho a imagen y semejanza de Él. No basta con creer en un dios genérico en el que se le pueden incluir la multitud de divinidades que el hombre se ha fabricado. El Dios a que me refiero es el Autor de la Vida  que en la Persona de Jesús se encarna para revelarnos al Invisible. Una Inteligencia impersonal no sirve para dar respuesta a la pregunta clave: ¿Quién soy?
Jesús hace esta afirmación de suma importancia: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). ¿Por qué esta afirmación tan dogmática? Porque el pecado nos separa de Dios nuestro Creador y pone ante nuestros ojos un velo que nos impide ver las realidades espirituales que son eternas. Sin Jesús somos ciegos que andan a tientas sin saber dónde está la meta a la que hemos de llegar. Caminamos desorientados tropezando por doquier. El amor inmensurable de Dios con su amor eterno diseña el plan que permite que el hombre que se equivocó de camino en el paraíso por instigación satánica, pueda recuperar la visión de las realidades espirituales. En el momento que se cree en Jesús cae la venda que impide ver. En aquel momento Dios deja de ser un concepto nebuloso, intelectual, filosófico, para convertirse en Dios personal, Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre nuestro que está en el cielo.
El enigma: ¿Quién soy? Desaparece. Sé que procedo de Él por creación, y regreso a Él como hijo pródigo por Jesús que es el Camino que me lleva a Él. La incógnita existencial ha desaparecido. En Jesús el hombre se encuentra.
Octavi Pereña i Cortina



dilluns, 3 de juliol del 2017

LAS SEÑALES DE LOS TIEMPOS

<b>Los meteorólogos anticipan el tiempo por las señales del cielo, las señales convulsivas de nuestra época vaticinan un inminente juicio de Dios</b>
La guerra de secesión norteamericana fue el resultado de que la nación se fue alejando de Dios que había estado con los <i>Pilgrim Fathers</i> que fundaron las colonias  que fueron el fundamento de la gran nación que es Estados Unidos. Finalizada la guerra para independizarse de Inglaterra, Dios estuvo con los padres de la Constitución. Los primeros presidentes fueron también fervientes cristianos
<b>Abraham Lincoln</b>, decimosexto presidente también lo fue. Ante el deterioro político y social que afectaba a la joven nación, en marzo de 1863 instituyó un día de ayuno nacional en que urgía a la nación al arrepentimiento y a volver al Dios que por medio de los <i>Pilgrim Fathers</i> fundó la nueva nación. La fe de los primeros colonos se fue diluyendo con el paso de los años hasta que el presidente <b>Abraham Lincoln</b> denuncia la calamitosa situación con estas palabras: “Hemos sido los receptores de las más excelentes dádivas celestiales. Durante estos muchos años hemos sido guardados en paz y prosperidad. Hemos crecido en número, riqueza y poder como ninguna otra nación jamás lo ha hecho. Pero nos hemos olvidado de Dios…Vanamente nos hemos imaginado en la falsedad de nuestros corazones, que todas estas bendiciones fueron el resultado de alguna sabiduría y virtud nuestra. Intoxicados por un progreso ininterrumpido nos hemos convertido en masa autosuficiente……demasiado orgullosos para orar al Dios que nos ha creado. Nos toca, pues, ante el Poder que nos ha hecho, confesar nuestros pecados nacionales y pedir clemencia y perdón”.
<b>Abraham Lincoln</b>, a pesar de sus defectos, ¡qué persona hay que no los tenga!, fue un ferviente cristiano que buscaba en la Biblia la sabiduría que necesitaba personalmente y como presidente de Estados Unidos. Es muy posible que el presiente <b>Lincoln</b>instituyese el día de ayuno nacional  influenciado por el libro del profeta Jonás. El texto comienza con estas palabras: “Vino palabra del Señor a Jonás, hijo de Amitai, diciendo: Levántate y vé a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella, porque ha subido su maldad delante de mí” (1:1,2). El texto nos dice que la maldad de Nínive había llegado al punto de no retorno y que exigía la intervención divina para extirparla. Después de intentar eludir el profeta la orden del Señor, pasa tres días y tres noches en el vientre del pez (v.17). Jonás llega a Nínive y proclama el mensaje que Dios tenía para la ciudad pecadora: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (3:4). A menudo no se hace caso a los mensajeros de Dios. En este caso sí se hizo. “Y los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos” (v.5). El rey dijo: “¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos? Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino, y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo” (vv.9, 10). Dios les concedió unos ciento cincuenta años de gracia.
Nínive era una ciudad pagana, pero no estaba exenta de cumplir la Ley de Dios moral que deben obedecer todos los hombres. Los ninivitas como todas las naciones por el hecho de ser descendientes de Adán estaban obligados a cumplir la ley de Dios que estaba comprimida en el mandamiento: “Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Génesis 2: 17). Desde Adán hasta el fin del tiempo el ser humano se comporta de esta manera ante la súplica amorosa del Señor: “Oye pueblo mío…Yo soy el Señor tu Dios, que te hice salir de la tierra de Egipto, abre tu boca y yo la llenaré. Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mí. Los dejé, por tanto a la dureza de su corazón, caminaron en sus propios consejos. ¡Oh, si me hubiese oído, mi pueblo, si en mis caminos hubiera andado Israel! En un momento habría yo derribado a sus enemigos, y vuelto mi mano contra sus adversarios” (Salmo 81: 8,10-14).
El ser humano se comporta de manera parecida a como lo hizo Acab el rey de Israel cuando el rey Josafat de Judá le preguntó si había  algún profeta del Señor con quien se pudiera consultar. He aquí la respuesta de Acab: “Aún hay un varón por el cual podríamos consultar al Señor, Micaías, hijo de Imla, pero yo le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal” (1 Reyes 22:8). Acab, en representación de muchos no escucha la voz del Señor que le llega por medio de sus mensajeros.
El hombre siguiendo el modelo de Adán, su primer padre, no quiere escuchar a Dios. No quiere someterse a su autoridad con la excusa de que no quiere ser esclavo de nadie. La verdad es que es esclavo del pecado. Este esclavista es el más cruel de todos los que ha habido a lo largo de la historia de la esclavitud. Jesús dijo a quienes le escuchaban: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8. 31,32). Los oyentes le dicen: “Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú seréis libres” (v.33). Jesús les responde diciendo: “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado…Así que, si el Hijo os libera, seréis verdaderamente libres”  (vv. 34,36).
Nínive al atender a la predicación de Jonás y arrepentirse de sus pecados gozó de unos ciento cincuenta años de gracia, finalizado el plazo fue destruida. Nosotros desconocemos el tiempo que nos queda. Cuando el plazo que la gracia de Dios nos otorga finalice, inexorablemente seremos destruidos. Nos dejamos guiar por los meteorólogos para saber el tiempo que hará. Sin embargo, no atendemos al anuncio de Jesús que nos indica <i>las señales de los tiempos</i>, que es el caos globalizado que nos oprime, que indican que el juicio de Dios se avecina si no nos arrepentimos y abandonamos el pecado como lo hicieron los ninivitas a la predicación de Jonás.
Octavi Pereña i Cortina